Mentiroso

Es verdad que en estos tiempos la política lo es todo. Así parece, por lo menos. Entre ella y el modo religioso de considerar la existencia, la diferencia es apenas una línea divisoria prácticamente inexistente.

La diferencia, si es que la hay, está en el punto de partida y la meta última que se proponen ambas. El ámbito religioso deriva en un principio que se encuentra (permítaseme la imagen) en las alturas, por lo tanto, su práctica tiende hacia la trascendencia para exaltar lo que está en el suelo (la vida cotidiana digamos) y llevarlo hacia los cielos.

La política, en cambio, es una actividad que empieza en la tierra y permanece en ella, aunque sus aspiraciones se asemejan a las del ámbito religioso en cuanto que trata de conseguir el bienestar de todos y, en ese sentido, busca también la trascendencia.

Pero el político mexicano de hoy parece no encontrar edificante su práctica y su falta de visión le impide ver que lo religioso es, de alguna manera, la interpretación transfigurada de lo que, quizá alguna vez, el político ha pensado en su más feliz momento, cuando ha tenido ese leve destello de amor por aquellos a los que se debe: los hombres y mujeres llamados por él con el eufemístico y genérico nombre de «Pueblo».

El político debiera saber que su oficio no es más que una religión práctica donde todos los modelos se forman en correspondencia con otras prácticas, como el trabajo, el desinterés y la entrega al amor por el otro.

El hombre religioso, tan poco práctico como suele ser, constituye sin embargo el transfigurado traductor del mejor sueño de la política: darle al hombre el paraíso de una patria donde la institucionalidad desemboque en el bienestar de todos en condiciones de igualdad.

Ninguna política ha llevado a cabo ni ha podido pensar o realizar hasta sus últimas consecuencias el pensamiento de la igualdad humana, porque para realizar la completa igualdad en un medio social cuya naturaleza implica diferencias tendría que afirmar precisamente esas diferencias. Y en el mundo de la política mexicana eso es absolutamente imposible.

Lo que esta época pide, lo que necesita, no cabe en la eternidad. La desdicha de nuestro tiempo consiste en no tolerar el hecho de hablar sobre lo que podría caber en esa eternidad. Y no lo tolera porque lo superfluo, la falsedad sagazmente planeada, la mentira dicha a conciencia, es una práctica pensada para no alcanzar el éxito.

Y esa es, precisamente, la situación de México, moviéndose en esa coyuntura donde el engaño y la mentira son su básica premisa de conducción.

Desde las últimas grandes elecciones donde Morena surgió como el máximo poder, representado también en el dirigente máximo del país, se volvieron maestros de la mentira y el engaño. Y, justamente, tanto más mentirosos y engañadores, cuanto más ignorantes e ineducados son. Hay mentiras aquí, allá, de un extremo a otro de su actuación pública.

Si este asunto no fuera tan serio como lo es, y si yo pudiera contemplarlo con un interés puramente anecdótico, sería la cosa más cómica. Pero no es así.

Todos los políticos de este Gobierno, incluido el máximo dirigente, ociosos, palurdos y aprendices, constituyen una fauna de interés zoológico. Toda la legión de esta emergente clase social, única privilegiada en el mundo social mexicano, que sin valer nada llega a ser y convertir a la población en «masa»: gremios, corporaciones, hombres de negocios, personas de calidad, todos se convierten, digo en «familia» que miente.

La conversión ocurre con la ayuda de las nuevas formas de corrupción institucional (el ciudadano que recibe una pensión o una beca, proclama las bondades del Gobierno y miente), los medios de comunicación (que le dan continuación a la mentira a través de las voces y plumas más autorizadas en sus editoriales), el coro laudatorio alojado en los recintos legislativos (que sin debate de por medio aprueban los caprichos del ocurrente jefe porque es el mandón).

La mentira aquí implica una cultura intelectual específica donde la chusma y barahúnda son adeptos a la mentira y el engaño.

La mentira tiende hacia una persona como su límite. Aristóteles decía que el hombre mentiroso lo hace todo en atención a él mismo, yo añado que si tiene a su alcance a un pueblo (cuanto mayor sea en cantidad, mejor), éste se vuelve tan mentiroso como el diablo.

Esta mentira se desvía hacia la vulgaridad, porque aún en el caso de que el instigador de la mentira posea talento, al pasar a través de los miles de personas que la siguen y la aclaman como verdad, se vuelve vulgar.

Y el impacto es lo que importa, porque entonces se produce una desmoralización que, considerando las proporciones del pequeño país que somos, la mentira se constituye en una amenaza de desintegración moral.

En este punto es preciso presenciar la dureza de corazón con que la gente, que usualmente es amable, despliega su capacidad como público para frivolizar, mediante la contribución de los muchos, lo que en realidad es un monstruo de Gobierno en manos de esta clase de políticos.

Es muy fácil fomentar una cosa así, especialmente con las ayudas que he mencionado, y cuando se ha logrado, se precisa tal vez de una generación para anularla.

El problema no es una transformación. Si supera el anterior estado de cosas: bienvenida. Lo que incomoda es la mentira. Porque esta clase política que hoy nos gobierna nos miente sobre las obras y las políticas públicas sustantivas de la administración: aeropuerto, Dos bocas, Tren Maya, salud, crecimiento económico, educación, feminicidios, seguridad, pobreza, desarrollo… sustituyendo los fracasos por una retórica de arrebatadora grandilocuencia expresada por ellos mismos, en particular, y por las multitudes a su servicio, en lo general.

Pero en fin, que este Gobierno y sus representantes sean mentirosos, no es ésta una verdad que pueda demostrar. Mi afirmación de lo anteriormente dicho se reduce a una percepción personal del estado de cosas que guarda mi país visto desde mi circunstancia y mi condición. Sólo eso.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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