Mi primera Navidad sin ti

La experiencia de la muerte de un ser amado nos permite encontrar lecciones de vida para enfrentar la realidad de la pérdida y el duelo. La muerte nos enseña a valorar la vida.

Nuestras celebraciones, ritos conmemorativos y costumbres nos unen, dan significado a nuestras relaciones. Cada evento representa y expresa una conexión, un vínculo con los demás y con las profundidades de nuestro ser.

Cuando dos personas deciden unir sus vidas, la celebración del matrimonio es mucho más que una fiesta: a través de ese lazo fortalecemos nuestra historia y nuestra identidad y hacemos más sólidos los lazos de unión con la familia y los amigos reunidos en esa festividad.

Es un mensaje de unión entre una pareja, pero también entre los miembros más cercanos a esa pareja. Es una oportunidad de reencuentro, de abrazos, de unión y celebración. Cuando un bebé llega a la familia, nuestros rituales para dar la bienvenida a ese bebé van desde el anuncio oficial hasta los baby shower. El día del alumbramiento, cuando todos se desbocan de amor y ternura ante el recién llegado, la vida se celebra. Luego vendrán otros rituales: el bautizo, las confirmaciones, los cumpleaños y demás.

Cuando un ser amado fallece acudimos también a los rituales familiares y sociales. Nuestros ritos y costumbres tienen un propósito: la reunión gira en torno al acompañamiento que podemos dar ante una pérdida. Se trata de abrazar a los dolientes en la profundidad de su dolor. Se trata de acompañar ante la ausencia y acompañar significa comprender la magnitud del dolor, respetarlo.

Nuestro calendario avanza y con él las fechas significativas que remueven los sentimientos del dolor y una de ellas es la celebración de la Navidad, festividad de unión familiar que por un lado invita a la alegría, a la ilusión a la esperanza, pero también puede abrir heridas, emociones difíciles de manejar cuando la familia ha sufrido una pérdida reciente.

Le tenemos miedo a la Navidad sin el ser querido. No sabemos qué hacer ni cómo celebrar una fecha tan significativa en el entorno familiar. Muchas veces no estamos para celebrar nada ni nos sentimos capaces de sentarnos a la mesa.

¿Qué debemos hacer cuando una fecha especial nos encuentra en medio de un duelo? ¿Qué sentido tiene celebrar la Navidad tras una pérdida? ¿De dónde obtengo el ánimo y el coraje y la valentía para celebrar sin ti? ¿Qué es lo mejor? ¿Cancelar la celebración? ¿No participar en ella?

Ante este tipo de situaciones debemos considerar, antes que nada, que es normal tener miedo, estar asustado o asustada. Es normal querer incluso evitar la fecha y querer borrar ese día en tu calendario.

El primer paso es aceptar la realidad. Esa persona amada ha muerto: ya no está, partió de este mundo. Comprenderlo es nuestra primera tarea. Es importante no fantasear con la idea de: «Si estuviera vivo… si no hubiera muerto…».

Aceptar te coloca frente a la realidad tal cual es. No te juzgues, no te castigues, no te critiques por cómo vivirás estas fechas. No hay forma buena ni mala de hacerlo. No existe receta alguna. Sólo haz caso a tu intuición. Escucha tu voz interna. Tu corazón está lleno de dolor y es  importante aceptar que es un día difícil de llevar, pero no marcará el resto de tu vida.

En la filosofía budista se enseña a abrazar la realidad, abrazar el dolor, permitirle estar, escuchar tu dolor, no ahogarlo ni esconderlo pero tampoco huir de él. Es un paso difícil, fuerte, profundamente doloroso, pero es necesario darlo: cuando aceptas la realidad el dolor tiende a disminuir.

De hecho, la resistencia a la realidad nos genera sufrimiento. Cuando aceptas la realidad empiezas a generar una nueva relación con tu dolor.

¿Y qué significa entonces aceptar? Aceptar implica validar tus emociones: validar tu tristeza, tu enojo, tu impotencia, tu desesperación o tu ansiedad. Date la oportunidad de sentir emociones desagradables que nos producen malestar. Si las aceptas, sin juicios ni criticas, serán pasajeras.

Enfrenta la realidad. La Navidad nos pone frente a lo infalible, tenemos miedo de la fecha. Abrazar la realidad duele y sentir dolor es algo honesto, un acto honesto con la realidad y poco a poco se aprende a dialogar con ese dolor.

Acepta tus sentimientos. No hay fórmulas mágicas. No ocultes lo que sientes, no lo evadas; las emociones evolucionan y nos permiten adaptarnos al proceso. Sentir, llorar, estar triste, recordar, son señales de vida. Esas emociones reflejan el dolor y el amor que sentimos por quien murió.

Acepta como te sientes; date permiso de sentir nostalgia. Es válido darse tiempo. Sé paciente y amable contigo. No cargues culpa alguna.

¿Te sientes solo? Sentirse solo es natural. No te pongas una máscara. Llorar es parte del camino de la sanación. Ignorar o dejar de lado los sentimientos sólo empeora la situación a largo plazo. Es necesario vivir y hacer frente a todo tu dolor; no es fácil, no se acaba pronto, tiene su tiempo, pero no será eterno.

Usa tu tiempo en forma proactiva. Ponle agenda a tu dolor. Resulta imposible que el dolor de la ausencia se extienda las veinticuatro horas del día. Son momentos de dolor, pero también vienen emociones como la ilusión, la alegría, recibir el cariño y el abrazo de tu familia. Revisa, evalúa, abre tu mente. No todo es dolor y pérdida. Nuestras emociones son energías que entran y salen. El tiempo ayuda a cicatrizar las heridas.

Si en algún momento sientes la necesidad de llorar, o de aislarte, hazlo. No lo pospongas, el dolor no durará por siempre. Si te hace sentir mejor y más cómoda o cómodo buscar un lugar apartado para hacerlo, hazlo sin dramas, sin querer prolongar ese momento íntimo de dolor. Porque ese dolor pasará.

Recuerda también que cuando la tristeza llega se despierta la empatía y la compasión en tus seres amados y amigos, quienes siempre buscarán abrazarte y reconfortarte. Emerge un círculo de solidaridad y empatía hacia quien está sufriendo.

Estrecha tus lazos. La tristeza nos hace estrechar los lazos de amor y de soporte emocional. La tristeza nos hace valorar lo que hemos perdido. Por tanto, no ignores tu dolor. Enfréntalo, asúmelo, vívelo. Para sanar tu dolor, es necesario enfrentar lo que sientes y empezar a reconstruir este mundo en el que esa persona amada ya no está, al menos físicamente.

Sé amable y respetuoso contigo. Haz lo que te haga sentir bien. Escucha tu corazón y pregúntate: «En esta mi primer Navidad sin ti, ¿qué necesito hacer para sentirme bien?».

Busca una libreta y escribe tus respuestas. Esto te dará más claridad.

¿Organizo o no la celebración de navidad? ¿Acepto una invitación a pasar Navidad en casa de alguien conocido?

¿Pongo mi árbol de navidad? ¿Elijo pasar sola o solo ese día?

Y si me quedo sola o solo, ¿cómo me sentiré? ¿Quién quiero que esté conmigo ese día? ¿Qué celebración haré para sentir que mi ser querido está conmigo?

¿Qué quiere hacer mi familia? ¿Quiere dedicar un minuto de silencio? ¿Hacer un brindis? ¿Soy honesta conmigo misma sobre lo que quiero y necesito hacer o sólo quiero complacer a otros para evitar conflictos?

El duelo seguramente lo están viviendo varios miembros de la familia. Por ello es importante dialogar y escuchar las ideas y necesidades de los demás. Tomar decisiones por separado puede hacer que el resto de la familia se sienta incomprendido y que su dolor no sea validado.

El duelo puede ser también un evento que una o desuna a la familia. Por lo tanto, es de suma importancia considerar la opinión y los sentimientos del resto de la familia y respetar la forma en que cada uno va elaborando su duelo y transitando por estas fechas especiales.

Los acuerdos a los que lleguen en esta primera Navidad sin el ser amado, pueden ser determinantes para definir la forma en que van a enfrenatar fechas futuras: aniversarios luctuosos, cumpleaños, aniversarios de bodas, etcétera…

En caso de que decidas participar en la celebración de la Navidad es importante no sentir culpa de sentirte feliz o integrado a las actividades elegidas por ti o tu familia. Tener o vivir momentos de felicidad no significa en ninguna forma que no sientas el dolor de la ausencia y de cuánto significa esa persona en tu vida. Tener chispas de felicidad implica que también valoras tu vida y que pasito a pasito vas readaptando tu vida y tus actividades.

¿Qué puedes evitar? Una extendida creencia aconseja que si evitamos hablar del dolor y de la persona fallecida eso nos protege de alguna forma. La realidad es que entre más evites hablar de tu pena, más crecerá. Evitar el tema no ayuda. De hecho, hacerlo así hace que el doliente sienta que lo qué pasó nunca pasó, que nadie recuerda ya a su ser amado, que no forma parte ya de nuestras vidas y no es importante.

No hablar del duelo acrecienta la pena y las emociones desagradables. No hagas como si nada hubiera pasado porque las personas tienen la expectativa de que eres fuerte y que no debes mostrar signos de debilidad, ya sea llorando o buscando un poco de soledad.

Evita presionarte y presionar a otros. Cada uno lleva su propio ritmo y su propia forma de enfrentar su duelo.

No te aísles totalmente. En estos días de celebraciones el contacto humano, el estrechamiento de vínculos puede ser muy positivo para ti. Dialogar con los demás y dejarte querer y sostener por otros puede proporcionarte alivio. El aislamiento es normal sólo si es por momentos, cuando buscas cierta intimidad con tu dolor.

Piensa que otros también la está pasando mal. A veces nos sumergimos en nuestro propio dolor y dejamos de ver a nuestra familia que también está atravesando su propia forma de sentir y procesar el duelo. No los dejes, no los abandones pensando que eres el único o la única que está sufriendo. Acércate a ellos y deja que ellos se acerquen a ti. Sus vínculos de confianza y de amor se refuerzan durante el duelo porque saben, en el fondo, que se acompañan unos a otros.

Agradece a quien ya no está. Esta parte es de vital importancia porque la gratitud alivia el dolor. Cuando enfocamos nuestros pensamientos y emociones hacia la vida y experiencias que nos dejó esa persona amada empezamos a vivir la experiencia de la pérdida desde una parte más amorosa y compasiva con nosotros mismos.

Enfocarnos en lo que ya no es y ya no está nos produce dolor. Agradecer por lo que nos dio en vida, alivia tu corazón.

Por tanto, te invito a elaborar un diario de gratitud hacia tu ser amado.

Cada día, algo surgirá que le quieras agradecer. Luego agradece por ti y por seguir viva, por tener la oportunidad de continuar tu vida honrando su memoria y su amor. Recuerda que nuestros muertos no desean que muramos con ellos.

Si sientes ninguna de estas opciones es válida para ti, es posible que necesites de la ayuda de un experto en manejo de duelo. No dudes en buscar apoyo. E4

Periodista, tanatóloga y coach de vida; comparte sus publicaciones a través del blog teclarota.com.

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