Mujer, filosofía y respeto

Los griegos, padres de la civilización occidental, respetaron a la mujer, pero no la valoraron plenamente, prueba son sus mitos de diosas con pasiones humanas que pelean por una manzana y desatan la más famosa guerra de la antigüedad. Acostumbrados a sus varoniles filósofos y literatos, siempre fueron excluyentes del sexo femenino por su cerrazón masculina. Rafael Sanzio en su obra La Escuela de Atenas presenta entre los muchos filósofos clásicos, a Hipatia, única mujer en ese mundo masculino. Ahora bien, que hubo valores femeninos, es indiscutible, dos simples ejemplos:

En el diálogo platónico «El Banquete», Sócrates destaca la figura de Diotima de Mantinea; filósofa predecesora de muchas más desconocidas; ella enseña a ver la belleza de las personas más allá de la apariencia física; afirmó que el amor no es ni bello ni feo, ni rico ni pobre, sino un ser intermedio: un daimon que está entre los dioses y los humanos, comunicándolos al tiempo que los separa. El amor coexiste entre la sabiduría y la ignorancia concluye Diotima.

Otro ejemplo fue Agnodice de Atenas (300 a. C.,); ella se cortó el cabello e ingresó a la escuela de medicina de Alejandría vestida de hombre; se graduó y ejerció la ginecología con mucho éxito, tanto que despertó el furor de la envidia entre sus colegas (los mediocres y los conservadores encolerizan ante los triunfos de sus adversarios a quienes no les conceden ningún mérito); perseguida se descubrió que era mujer y por ello se le condenó a muerte; afortunadamente, sus propias pacientes la salvaron. Cuánto talento femenino debió desperdiciarse en aquel mundo de sabios y genios intolerantes.

Durante la Edad Media, hermosa época de filosofía y arte, los anticatólicos jamás quisieron ver la brillantez de esa época, para ellos todo fue negro; (al igual que los actuales intolerantes ultraderechistas mexicanos) surgieron hombres maravillosos, pero no se les dio oportunidad a las mujeres, se les cerró toda coyuntura para destacar y, por el contrario, se le persiguió considerando a muchas de ellas como malvadas brujas responsables de muertes y epidemias. La ilustración no fue menos densa para la mujer, también con grandes filósofos y artistas, la mujer quedó relegada.

Seguramente la máxima aportación en materia de ética la ofreció la filósofa Hanna Arendt (1906-1975) con su Banalidad del mal; algo que ningún pensador había concluido: Ella abrió una perspectiva filosófica para entender la maldad humana con una visión que comprobamos cada día en México y en el mundo; esto es: «…existen individuos que actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar; no se preocupan por las consecuencias de sus actos, solo por el cumplimiento de las órdenes. La tortura, la ejecución de seres humanos o la práctica de actos “malvados” no son considerados a partir de sus efectos o de su resultado final, con tal que las órdenes para ejecutarlos provengan de estamentos superiores». ¿Siguió usted el rostro de García Luna durante su juicio? ¿Notó algún rasgo de arrepentimiento o sentimiento de culpabilidad?

El respeto a las mujeres va aparejado al de otros grupos sociales, lo mismo de género sexual como origen étnico o grupos indígenas (de los que con vulgaridad se burla el aún actual presidente nacional del INE).

Para concluir esta columna, una historia interesante sobre el mismo tema; los diálogos deben ser tomados literalmente. En un terrible accidente automovilístico sacan a un hombre de un vehículo siniestrado y sus últimas palabras son suplicar que extraigan a su hijo pequeño que aún está dentro. «Salven a mi hijo, sálvenlo» insiste y poco después fallece.

El pequeño bebé es llevado al hospital más cercano y ahí se descubre que tiene un daño cerebral severo. El director dice que en uno de los hospitales de Tec Salud del ITESM hay una eminencia en neurocirugía y se apresura a llamarle. Al poco tiempo, esta celebridad mundial llega y empieza a auscultar al niño. Imaginemos la escena: todos los médicos que están cerca siguen atentos al detenido examen y uno de ellos le dice suplicante: ¡Por favor, haga hasta lo imposible por salvarlo! Levantando la vista, el portento médico le contesta: ¡Cómo no voy a salvarlo si es mi hijo!…

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