Cada 8 de marzo, lloro. Me canso, me lleno de impotencia.
«¿Qué tal si se tratara de tu hermana, de tu amiga, o de tu madre?». Me entristece que así tengamos que plantearlo, para que puedan entender el valor de nuestras vidas. Sólo así, teniendo un rol en la vida del hombre.
Más bien, qué pena que prevalezca la indiferencia entre hermanos, entre supuestos amigos, entre hijos.
Pero, más allá del dolor, y de los recuerdos amargos que traen estas fechas, hoy sentí esperanza. Sentí orgullo de ver a tantas mujeres llenando las calles, gritando. Fuerte y claro.
Cuánto respeto por ellas, que marchan por las silenciadas, las desaparecidas, a las que les arrebataron la vida. Cuánto respeto por cada mujer y niña que lucha, desde su interior. Cuánto respeto por todas, de nuevas o pasadas generaciones, que ya no vamos a quedarnos en silencio.