A las series televisivas les comienza a suceder lo que a las novelas románticas que a finales del siglo pasado dominaron los mejores horarios de la pantalla en nuestros hogares: cada día sufren mayor menosprecio. Seguirlas se convierte, poco a poco, en un acto abominable para los defensores de las propuestas artísticas de alto vuelo —sea lo que esto fuere porque aún no acabo de aceptar la disociación que algunos imponen entre el éxito comercial y una buena obra creativa—. Afortunadamente la versatilidad temática las protege de una pronta execración pues, entre tantas opciones, es difícil no hallar al menos una que se ajuste a nuestros criterios y estándares.
De esa suerte me asgo para resaltar el título de una que —lo confieso— elegí al azar y me ha llamado la atención, no tanto por el argumento y la interacción entre sus personajes, que no deja de ser agradable, sino porque se me antoja una especie de muestra o aviso, no solo de hacia dónde va nuestro mundo, sino en lo que ya se ha convertido.
Se trata de Dinero en gestación —su título original en inglés es Startup, mucho más representativo y exacto—, una producción estadounidense que ni siquiera puedo considerar nueva pues se estrenó en 2016, como parte de las opciones de Crackle, la red de video multiplataforma, administrada por Sony Pictures Entertainment y que también pasó por Amazon Prime Video, pero que aterrizó en mayo de este año en Netflix y, con el salto, el número de usuarios que la siguen se catapultó ostensiblemente pues para junio ya estaba colada en el top ten de la lista de visualizaciones de la empresa de entretenimiento.
La serie cuenta en su reparto con las nada despreciables presencias de Martin Freeman y Ron Pearlman, sin desechar el buen trabajo histriónico de los actores que encarnan los tres personajes principales: Adam Brody, Otmara Marrero y Edi Gathegi. Hasta aquí, más o menos comparto un bosquejo en torno a las características básicas de la obra que más de un lector pudiera necesitar y algún otro agradecer.
Pero lo que realmente me interesa es enfocar la atención en el modelo y sistema de vida que, entre líneas, Dinero en gestación expone. Un mundo globalizado, donde la tecnología prima e impone su omnipresencia. Algo así como un dios digital que todo toca y a todos condiciona. La trama se desenvuelve fundamentalmente en Miami por su rasgo cosmopolita —sin embargo, muchas ciudades emulan esta circunstancia— y allí estadounidenses, cubanos, rusos, haitianos, judíos, se entremezclan para obligarnos a comprender que las fronteras, hoy, no pasan de ser líneas de un mapa, incapaces de ponerle freno al impacto de la tecnología.
Y ese es el segundo acápite para reflexionar. Computadoras, programas, redes sociales priman en nuestro mundo y no solo es negocio para las grandes empresas. Cada vez más jóvenes —muchos de ellos sin preocuparse por alcanzar el tan ansiado título universitario que nos exigían nuestros padres— se convierten en emprendedores de éxito gracias al uso de la tecnología. Los nichos de opciones son tan grandes y variables que ni siquiera se necesita de grandes conocimientos computacionales —error conceptual en el que muchos incurren— para aprovecharse de los adelantos técnicos. De hecho, son más los que aprovechan las creaciones públicas de otros, para generar sus propios espacios de negocio. En otras palabras: Si recurrimos al manido símil con la industria automotriz, no tienes que ser un buen mecánico para convertirte en un excelente chofer.
La transición de consumidor a productor y la simbiosis entre ambos estados —el famoso «prosumidor»— gana en número e intensidad. Ahí están como mejor ejemplo los blogueros, youtubers, vendedores online, y otras «especies» surgidas de las nuevas generaciones y cuya premisa de triunfo se basa, ante todo, en la velocidad de respuesta y capacidad de expansión.
Los negociantes que presenta Dinero en gestación no son viejos magnates, ataviados de cuello y corbata ni jóvenes graduados de Harvard. Hay magnates, sí; hay jóvenes, por supuesto; y los problemas que enfrentan son los mismos que han minado las relaciones humanas y mercantiles a través de la historia: traiciones, chantajes, ambiciones y un conocido etcétera, pero a pesar de ello, resulta evidente que su estilo es otro y sus herramientas, también lo son.
Ellos habitan un mundo en gestación, donde el dinero se gana, se mueve y se pierde entre ceros y unos, donde tu mayor enemigo puede residir al otro lado del mundo sin siquiera jamás conocerlo y donde una página web resulta más peligrosa que una bala en la recámara de un revólver. Un mundo, insisto, que no ha llegado todavía a su madurez, pero del cual ya somos parte. El mensaje es claro: Nos acoplamos o perecemos.