Cuando nos referimos a la oposición aludimos a un rasgo constitutivo de la democracia contemporánea que sólo fue posible alcanzar después de un largo proceso histórico en el que se combatió a la autocracia y a la exclusión política; este derecho cobró realidad una vez que se reconoció la legitimidad del disenso. De esta manera, el consenso, que es resultado del diálogo racional y el convencimiento entre interlocutores políticos, tiene en el disenso libre su contraparte lógica.
Una oposición fuerte y organizada es de desearse, toda vez que a través de ella se puede controlar la acción del gobierno y solicitar periódicamente explicación sobre las políticas que se implementan desde el ámbito del poder Ejecutivo. Asimismo, es factible realizar propuestas a través de la Cámara de Diputados, partiendo de que son los representantes de la ciudadanía.
La oposición política es la función crítica que ejercen los partidos y los movimientos políticos que no son parte del gobierno en turno. Cuando la crítica se institucionaliza se pueden plantear y desarrollar alternativas políticas sobre las acciones del Ejecutivo. En un país como el nuestro, socavado por el presidencialismo debiera ser prioritario para quienes aquí vivimos utilizar un instrumento de esta naturaleza, que infortunadamente solo existe en el papel, toda vez que el grueso de los mexicanos ni en el mundo lo hacen, y otros, aunque lo conocen, no lo usan. Si usted, apreciado lector, lectora, tiene interés en saber de estas vías, por favor lea los artículos 6, 7, 8, 9, 35 y 36, entre otros, inscritos en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Los encuentra en un santiamén en www.diputados.gob.mx
La oposición política es un derecho fundamental, sirve para consolidar una democracia con pesos y contrapesos. Tenemos que entender quienes aquí vivimos que el desacuerdo, la fiscalización y la crítica son la base para generar propuestas que promuevan la alternancia en el poder, propia de las democracias maduras. Una democracia no sólo necesita elecciones justas; requiere también de participación ciudadana, cultura política, gobiernos funcionales y, por supuesto, garantías para el ejercicio de la oposición.
La oposición es el resultado del ejercicio de libertades y derechos como la libre expresión, asociación y reunión y, por cierto, de sufragio. Así de simple. «El populismo necesita enemigos, la democracia requiere oposición», dice el politólogo alemán Jan-Weiner Müller. Y tiene toda la razón. Ser oposición no recae exclusivamente en los partidos políticos, entendámoslo de una vez por todas, es un derecho que tenemos todos los mexicanos. Es lo que le hace falta a este país para romper con un sistema político obsoleto, cargado de arcaísmos que ya no funcionan en este siglo veintiuno. Tenemos que aprender a ser oposición participativa. Ya basta de jugar el papel de mirones de palo, de ver pasar las cosas y enojarnos y mentar madres entre cuatro paredes, eso es absolutamente estéril.
Cabe destacar que el término oposición no solo es pertinente para referirse al desacuerdo o al conflicto, también sugiere la posibilidad de conciliar intereses y valores distintos, mediante la existencia y participación de organizaciones políticas que representan esta diversidad. Desde esta perspectiva la oposición es un factor central para asegurar la convivencia armoniosa en sociedades complejas. Cito de nueva cuenta a Weiner Müller: «La democracia requiere pluralismo y el reconocimiento de que es necesario encontrar términos justos para convivir como ciudadanos libres e iguales, pero también irreductiblemente distintos». La idea del pueblo único, homogéneo y auténtico es una fantasía; en palabras del filósofo Jürgen Haber mas, «el pueblo» solo se presenta en plural. Y es una fantasía peligrosa, porque los populistas no solo prosperan en el conflicto y alientan la polarización: a cualquiera que se les interponga en el camino lo tachan de «enemigo del pueblo».
Lo que hoy vivimos en México es un régimen que a toda costa quiere imponer un discurso hegemónico que para lo único que sirve es para agravar la decadencia de un sistema político que está muy lejos de aspirar al fortalecimiento de la democracia, la oposición, por tanto, debe decidir si continuará acompañando la debacle, o asume de una vez por todas su investidura ciudadana, y enfrenta unida e inteligentemente el embate de quien hoy detenta el poder.
Hay diferentes formas en las que un gobierno que cuenta con el mayor número de espacios en el poder, lo ejerce, una puede ser la de la «tiranía de la mayoría» —como lo está haciendo el gobierno actual— la otra, el reconocimiento de las minorías como interlocutores permanentes y hasta como protagonistas de las políticas gubernamentales. Y me viene a la mente aquella reflexión de Nelson Mandela: «Si quieres hacer la paz con tu enemigo tienes que trabajar con él. Entonces se convierte en tu compañero.» Claro que para eso se requiere alma grande. En la democracia no se trata de insultar y o excluir a las minorías, sino de salvaguardar sus derechos políticos, entre otros el de la posibilidad de transformarse en mayoría. En la democracia, el poder político se gana y legitima mediante procesos institucionales, y su ejercicio debe estar sujeto a las críticas de los ciudadanos y a la prueba periódica de las elecciones, en las que se ratifica o no el respaldo de los electores. Por ello debemos de ir a votar el próximo 6 de junio.
Resulta pertinente subrayar que con el término oposición no solo se alude al desacuerdo o al conflicto, también es viable para referirse a la conciliación de intereses y valores distintos, mediante la existencia y participación de organizaciones políticas que representan esa diversidad. De tal suerte que desde esta perspectiva la oposición se convierte en un factor central que coadyuva a la convivencia civilizada en sociedades compuestas, como lo es, por individuos que tenemos diferentes maneras de pensar, de ser, de vivir. Tenemos que entender que esta es la vía para que cambie nuestro país a favor de quienes aquí vivimos, al margen de filias y fobias partidistas.
El problema que hoy tenemos en México estriba en que la oposición está desdibujada, los partidos políticos que son a los que les toca de manera señalada serlo, no gozan de las simpatías, para decirlo de manera suave, del electorado. No obstante, la democracia los requiere para transitar. De modo que el reto que tenemos es que se acrediten en sus hechos, en su vinculación con la ciudadanía, y esto es urgente, porque a través de ellos se camina hacia los contrapesos políticos necesarios para la existencia de una democracia sana, no anémica como la nuestra. Pero también, y lo enfatizo, necesitamos de una ciudadanía que asuma de una vez por todas, su investidura, su adultez cívica a plenitud.
Hoy estamos viendo ciudadanos agrupados en organismos propios, intermedios, sin filiaciones partidistas pero vinculadas por valores comunes y principios rectores claros. Su voz va cobrando fuerza, y esto es de aplaudirse, parece que después de décadas de indiferencia, finalmente va surgiendo el patriotismo y si los partidos políticos se hacen sordos a esas voces, casi puedo asegurar que estarán cavando su propia extinción.
La sociedad civil va avispándose, destaco, e inician algunos de sus sectores, principalmente los clasemedieros, movimientos como FRENNA, como SI por México, para poner dos ejemplos, porque hay más, para ir presentando posicionamientos en contra de las políticas que se han ido implementando en este gobierno por el que votaron 32 millones de mexicanos, pero al que a todas luces se le olvida que el resto de los electores no votamos por ellos y algunos ni a votar se presentaron, pero que aquí estamos compartiendo espacio y tiempo, y también tenemos derecho a opinar, a proponer, a disentir, a dialogar y a llegar a acuerdos que nos beneficien a todos. Pongámosle un hasta aquí a la vandalización orquestada desde la presidencia de la República contra las instituciones creadas para frenar la dependencia que ha mantenido postrados a millones de compatriotas, verbi gratia, la reforma educativa, entre otras barbaridades.
Esta es la hora de los ciudadanos, asumamos nuestra investidura de dueños de la casa, que es México, con responsabilidad. Y con las políticas del gobierno en turno que no estemos de acuerdo, unámonos para combatirlas, pero con cordura y generosidad, con grandeza de quien ama su tierra y quiere lo mejor para ella. Es el momento para que la política sea ejercida por los ciudadanos, como se hace en las naciones que tienen una democracia consolidada.