¡Oye, oye!, la candela es aquí

Primera de dos partes

Es, por mucho, una de mis frases favoritas de las historietas de Elpidio Valdés, que no es poco decir. No solo por la cantidad de expresiones chistosas y picosas que abundan en los episodios del principal dibujo animado de Cuba, sino porque se ha convertido en una expresión que se usa, frecuentemente, desde el Cabo de San Antonio hasta Punta de Maisí por las más disímiles razones.

No es de extrañar entonces que me la tope en una publicación de Facebook, como parte de un meme —esa expresión ciberpopular que, poco a poco, empieza a desplazar a las caricaturas profesionales— para criticar a quienes, a su vez, critican al gobierno cubano desde la seguridad y comodidad del exilio.

«¡Oye, oye!, la candela es aquí», advierte el cubano que vive al interior de sus fronteras cuando lee que en Miami o Estambul otros cubanos promueven, lo mismo, impedir las recargas telefónicas a su país de origen que organizar una invasión armada al archipiélago.

Una primera lectura de la frase nos incita, inmediatamente, a comprometernos con su mensaje implícito. Supongo, además, que usada a modo de meme, ese, y no otro, sea su principal objetivo. Lograr un impacto directo y jocoso en la conciencia del lector que, probablemente, le rinda una sonrisa y hasta comparta la publicación.

La pregunta es: ¿Tiene razón el portador del mensaje?  Sí, pero…

El fenómeno de la migración, cuando se le analiza aunado a su compromiso político puede generar las más variopintas posiciones. Especialmente, en el caso de Cuba, donde Estados Unidos, desde los tiempos de la Guerra Fría, lo ha manejado como un éxodo provocado por la amenaza comunista mientras que La Habana insiste en presentarlo como una reacción provocada por la deplorable situación económica de mano con la propaganda imperialista.

Sin duda, los que escaparon durante el año 1959, cuando el triunfo de la Revolución Cubana era un hecho consumado, pero aún quedaba por comprobarse sus consecuencias prácticas e, incluso, me atrevería a extender el período hasta el momento en que se llevó a cabo la huida masiva por el puerto del Mariel, en 1980, lo hicieron por estar en desacuerdo con el régimen castrista y su adhesión al sistema comunista de la Unión Soviética.

Sin embargo, el desplome del bloque de naciones socialistas en Europa Oriental y, de camino, el finiquito de las consideraciones y privilegios económicos que el mismo le brindaba a Cuba, a cambio de su lealtad política —sumisión, podría ser un término más acertado— arrastró al archipiélago a una crisis terrible a inicios de la década de los noventa. Crisis, vale aclarar, de la cual Cuba jamás ha logrado salir realmente y que a ratos —como sucede ahora mismo— se agrava, a pesar del impulso que se le otorgó al turismo o al apoyo que ha obtenido sistemáticamente de Venezuela.

A partir de entonces el factor económico ha influido mucho más que el régimen político o las consideraciones ideológicas al momento de decidir escapar de la nación. En otras palabras, llámese Fidel Castro, Raúl Castro o Miguel Díaz-Canel, al cubano promedio de hoy no le importa quién esté en el poder ni qué sistema de gobierno representa —que en los tres nombres mencionados son todos lo mismo—, lo que quiere, lo que exige, es alguien capaz de proveerles el alimento que necesita para vivir con dignidad y condiciones decentes de existencia. Si mañana, Fulano o Mengano fuera presidente de la república y lograra resolver estos derechos humanos básicos, estoy seguro, a muy pocos les importaría si promueve un modelo democrático, neoliberal, comunista, imperialista, parlamentario o monárquico inclusive. Ya, con el estómago lleno, podríamos sentarnos a discutir sobre la democracia o el calentamiento global. Es por ello que el hambre se ha convertido en el mejor instrumento de opresión en Cuba. Donde hay hambre nunca habrá voluntad política, solo instinto de supervivencia. Derrocar un régimen siempre costará mucho más tiempo, organización y esfuerzo que llevar migajas a nuestra mesa. La prioridad impone su modelo de juego.

El detalle es que, usualmente, cuando alguien abandona el archipiélago, logra hallar un poco más que migajas para satisfacer los estómagos y es ahí cuando se adoptan o modifican nuestras posiciones políticas y, con esa transformación, también mutan nuestras disposiciones políticas, que suena parecido, pero no es igual. Lo primero, apunta a un pensamiento teórico; lo segundo, a una intención práctica.

La Habana, 1975. Escritor, editor y periodista. Es autor de los libros El nieto del lobo, (Pen)últimas palabras, A escondidas de la memoria e Historias de la corte sana. Textos suyos han aparecido en diferentes medios de comunicación nacionales e internacionales. Actualmente es columnista de Espacio 4 y de la revista hispanoamericana de cultura Otrolunes.

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