Para gobernar México

Enfrascados en el espectáculo, tan inútil como patético, por la conquista del poder político, los gobernantes ignoran a propósito que México es un país que sangra por las heridas profundas que la indiferencia de los que mandan se agrava cada día, sin que nadie tenga la preocupación, ya no digo de curarlas, sino tan siquiera de atenderlas.

Sí, México se duele a diario en cada masacre ocurrida en el seno de su territorio sin que nadie, tampoco, sea llamado a rendir cuentas porque la política pública de abrazos ha permitido que los balazos hagan su tarea con tal impunidad que habría que sospechar si esa práctica delictiva sea en realidad una razón de Estado para «limpiar» pensamientos y voces opuestas a los que el dirigente máximo y sus seguidores proponen.

El país entero es una entidad enferma; padece graves enfermedades que el sistema de salud (similar al de Dinamarca, según el sueño del presidente) no ha sido capaz de responder a las legítimas demandas ciudadanas que exigen atención hospitalaria, medicinas y doctores con vocación de servicio que no dependan de una ideología impuesta por Cuba porque la filiación política une a esta administración con la de allá.

El país muere a diario en la angustia y en la incertidumbre de las madres buscadoras que se afanan por encontrar a sus desaparecidos, ahora también borrados de las cifras oficiales que maneja a discreción la administración morenista de López Obrador, aunque las fosas clandestinas impongan de manera irrefutable la contundencia de una realidad que no admite otros datos más lo que ella misma propone.

Ni qué decir del drama de los migrantes que a su condición de desarraigo habrá que sumarle los obstáculos que les son impuestos al cruzar el territorio mexicano para acercarse a la frontera con Estados Unidos. A lo largo de su travesía se ponen a merced de los grupos del crimen organizado, las policías de los Estados, la Guardia Nacional y al personal de Instituto Nacional de Migración que les ponen freno a como dé lugar porque esa es la misión encomendada por el Gobierno actual que ha cedido a las exigencias y demandas del país vecino a cambio de una relación
sin fricciones con las dirigencias políticas de la nación.

A diario México se viste de luto por los feminicidios a la orden del día sin que los pactos patriarcales logren romperse porque el liderazgo político de mayor jerarquía sostiene una postura misógina y sus seguidores emulan esta práctica para no incomodar el patrón. Y, mientras tanto, los crímenes de mujeres continúan sin que nadie muestre un mínimo interés por hacer una revisión seria, sin retórica de por medio, de los principios de equidad en una sociedad cuyos políticos han decidido rehuir ese debate.

Doloroso resulta ver que en México existe la necesidad de armar a niños para enfrentar a la delincuencia porque, para eso sí, el ejército, la marina y la guardia nacional son muy respetuosos de los derechos humanos de los criminales violentando los derechos humanos de los pueblos de Guerrero, masacrados por los cárteles delincuenciales.

El listado de padecimientos dolorosos que están presentes en el México de hoy es, naturalmente, más larga, pero bastan estos ejemplos para certificar la insensibilidad de este Gobierno para comprender tanta tristeza de los que buscan a los desaparecidos, tanta incertidumbre por el miedo que provoca la expectativa del siguiente ataque del crimen organizado, tanta angustia por la falta de medicamentos, tanta…

Pero, como dije antes, eso no le importa a la clase política en cuya agenda no entran ese tipo de asuntos. Su prioridad es mantener su status de campaña permanente (como se ha sostenido durante toda la administración lópezobradorista) a fin de consolidar un poder que los enferma y los sustrae de una realidad que a gritos clama por otro enfoque en la percepción del mundo real.

Han preferido al acto de gobernar a una nación con inteligencia, con el entendimiento de los problemas vitales que atañen al país, a la acción fácil de beneficiar efímeramente al pueblo sabio con programas asistenciales a cambio de que se deje convertir en un cliente que compra la retórica del político sin que medie la más mínima noción de crítica.

Desde hace buen tiempo la pasarela electoral hace desfilar a una serie de personajes siniestros que destilan mentira tras mentira sin que nadie les pueda poner freno. En medios de comunicación y en redes sociales despliegan su verborrea para engañar incautos y, de paso, acentúan con su discurso una polarización que podría no tener retorno y de lo cual resultan directamente responsables Andrés Manuel en primer lugar y luego todos los afiliados al partido oficialista. Naturalmente tampoco están exentos los grupos que son oposición quienes también contribuyen a ese divisionismo tan acentuado en estos días.

No necesitamos estos merolicos que han hecho de la política la representación de la mejor farsa en busca de un voto que legitime su universo de maldad. Ni Morena, ni el PRI, ni el PAN, ni el PRD, ni cualquiera otras siglas que dicen querer lo mejor para los mexicanos y que, sin embargo, todos contribuyen al deterioro de las personas, tanto en su ámbito de sobrevivencia como en el desarrollo de todas sus potencialidades.

Para gobernar a este país no queremos más caudillos enamorados de sí mismos y que, por ello, exigen se exalte su figura y sus méritos utilizando, sin el menor rubor, los fondos públicos que deberían ser asignados a mejores causas. Con la experiencia de este sexenio, es más que suficiente.

No salvarán a este país las próximas elecciones, amañadas de origen, viciadas en su práctica rutinaria; tampoco lo harán las buenas intenciones. Lo hará una ciudadanía con conciencia crítica que convierta el acto de un sufragio comprado con un programa asistencial en un verdadero y genuino acto transformador que le ponga freno ya a las desmesuras caudillistas con aspiraciones de santos o de dioses terrestres que reclaman sumisión y aclamación pública.

Necesitamos, en efecto, Gobiernos que no roben, que no mientan y mantengan un desempeño apegados a la ley para que el Estado de Derecho culmine el estado de bienestar surgido de políticas públicas eficaces porque, a su vez, surgieron de procesos de razón.

Ojalá pronto.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

Deja un comentario