Parásitos

Quién no recuerda la laureada cinta Parásitos, dirigida por el coreano Bong Joon-ho. En dicha película se narra la historia —no olvidemos que el ser humano es un «animal que cuenta historias»— de una familia que intenta vivir a expensas de unos individuos por demás pudientes. Bong declarará que en realidad ambas familias son parásitas, la pobre y la rica, pues esta última ni siquiera puede lavar los platos ni conducir por sí misma.

La RAE define «parásito» como «una persona que vive a costa ajena». Hoy me voy a concentrar en cierto tipo de parásito, a sabiendas de que hay otras especies. Me refiero al parásito que vive de los demás y justifica su vida con una narrativa ligada al cambio social. Para ello recurriré a la obra La buena terrorista, de Doris Lessing.

La obra de Doris Lessing es inmensa. Aunque desafortunadamente poco conocida en nuestro medio de habla hispana. Doris recibió, con justo merecimiento, el Nobel de Literatura en 2007. Su novela más conocida es El cuaderno dorado. Esta escritora inglesa falleció en Londres en el 2013.

En La buena terrorista, Lessing retrata las andanzas de Alice Mellings, una mujer que se da a la tarea de convertir una casa en vías de demolición en un cuartel de un grupo de radicales de izquierda que pretenden colaborar con el Ejército Republicano Irlandés. Para ello no tiene empacho en pedirle dinero a sus padres e incluso en robarles. Alice marcha por la vida acompañada de Jasper, individuo del que está enamorada. Jasper es un auténtico parásito que disfruta con il dolce far niente mientras se las da de comprometido socialmente. Y, mientras tanto, cínicamente, le exige dinero a Alice. Uno de los habitantes de la casa, quien hace las reparaciones, pero que no se interesa por la Causa, les echa en cara:

—Todos ustedes —chilló— nunca levantan ni un dedo, nunca hacen nada, parásitos, mientras las personas como yo se ocupan de que todo funcione. (p. 351)

En el diálogo ríspido, ya hacia el final del relato, entre la madre de Alice, Dorothy, y Alice, la primera le echa en cara su condición de «malcriada» y «malacostumbrada»:

—Tu padre me repetía continuamente: «Échalos. Ya tienen edad para abrirse camino solos. No veo ningún motivo para seguir manteniendo a ese par de gorreros». (p. 419)

«Gorrero», el que vive de gorra, persona que vive o come a costa ajena. Es el señalamiento del padre de Alice hacia su hija y su novio. Más adelante, Bert, otro de los «seudorrevolucionarios», cita a Lenin: «La moral tiene que subordinarse a las exigencias de la revolución». Esto para justificar la explosión de una bomba como acción revolucionaria. En el fondo, suscribe aquello de que «el fin justifica los medios». La acción es, a todas luces, irresponsable. Cinco personas fallecen. La causa lo justifica todo.

Aunque Alice parece ser el prototipo del parásito «revolucionario» que venimos censurando, en realidad sus compañeros, su novio Jasper, Bert y el resto, al ser mantenidos por Alice y dedicarse de lleno al activismo revolucionario, parecen ser más vividores que Alice. Ellos parecen haber adquirido el derecho a vivir a expensas de los demás por el hecho de dedicarse, con los riesgos que ello conlleva, al activismo social. La novela bien pudo titularse «parásitos sociales» o «parásitos con causa». Y aunque la autora la titula La buena terrorista, no creo que se trate de una descalificación de la lucha social, pero sí de del uso ideológico de la misma para no cumplir con el precepto paulino: «el que no trabaje, que no coma».

Referencia:

Lessing, Doris, La buena terrorista, Trad. de Mireia Bofill, Debolsillo, Contemporánea, México, 2016.

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