Partido Auténtico de la 4T

Por su experiencia, por lo vivido y padecido y por su talento, extraña que la capacidad de diagnóstico preciso de Marcelo Ebrard no sea acompañada por una respuesta consecuente. Acierta en buena parte de su visión de las cosas, pero se equivoca crasamente en lo que hace y propone. Seguramente es un efecto de la extraordinaria y magnífica opinión que tiene de sí mismo. El vehículo que conduce no va a ningún lado y quienes le acompañarían es porque nada tienen que perder ni peso en la política. El dilema: aventura de una candidatura a la medida de Dante Delgado o formar un nuevo partido. Cualquiera que sea, es crónica de un fracaso anunciado.

Es cierto que Morena se niega al utilizar las peores prácticas de la política como es el uso de los recursos públicos en asuntos electorales y el empleo de los programas sociales a cambio de favores políticos. La falta no fue manipular encuestas; Ebrard no tenía posibilidad alguna de ganar porque el piso nunca fue parejo, porque Claudia Sheinbaum siempre fue la favorita y así fue percibida con el beneplácito de propios y extraños. No había posibilidad alguna de que el excanciller ganara el estudio de opinión. Lo engañaron sus encuestadores o escogió engañarse para tener argumento de rechazo.

El derroche electoral y, particularmente, usar los recursos públicos en una interna anticipa el peor de los escenarios y acaba con la asumida superioridad moral del proyecto obradorista. Mantener el poder a toda costa remite a lo peor del pasado. Lo señalado por Ebrard es rigurosamente cierto. Pero —un pero fundamental— todo lo acontecido tiene un responsable, que es a quien Ebrard una y otra vez exculpa, rinde tributo y profesa lealtad, Andrés Manuel López Obrador, quien a su vez le corresponde públicamente para decirle algo sin valor en la política, más bien ofensa, que es su amigo, que es buena persona y que es un buen dirigente. Dirigente ¿cuándo?, ¿de qué? o será que ya le ve como jefe del partido auténtico de la cuarta transformación.

Crear un partido no es poca cosa. Se requiere de una estructura fundadora y, particularmente de una causa que mueva voluntades y concite adhesiones. No basta el resentimiento. Como prueba, la fallida formación del partido de centro democrático que promovió junto con Manuel Camacho. Todo un desastre porque los partidos viven de los votos y éstos se obtienen con dinero y con un sentido de proyecto trascendente; en este caso, ser la expresión auténtica del obradorismo no da para mucho, además de no ser creíble. Para qué irse con una mala copia si hay una versión auténtica, que cuenta con el aval del líder moral y está en el poder.

Dante no es opción para él, salvo que su ruta sea el Senado y así ganar inmunidad frente a futuras represalias. Hacerlo candidato divide a MC y más pronto que tarde, ante el desastroso escenario electoral, la presión sobre su declinación a favor de Xóchitl sería abrumadora. Dante necesita un candidato presidencial que sea creíble en su carácter opositor al régimen y a López Obrador; Ebrard no está dispuesto a ello. Más aún, el único curso de acción que valdría es sumarse al Frente Amplio por México. Para él impensable.

Seguramente la precampaña le movió la brújula. Fue el favorito entre las clases medias de las zonas urbanas, pero eran votantes de la oposición, no de Morena. Si la encuesta se hubiera aplicado sólo entre aquellos con buena opinión de AMLO, la diferencia a favor de Claudia hubiera sido considerablemente mayor y posiblemente Adán Augusto hubiera superado a Ebrard.

¿Son rescatables las adhesiones de la interna? No, por la sencilla razón de que en su mayoría son opositores, la candidatura de Xóchitl les dice más que la de Ebrard y el Frente, como opositor, está considerablemente mejor posicionado que Movimiento Ciudadano. El resto de los adherentes son morenistas y es difícil que voten por un partido al margen de la coalición.

El desastre está escrito y es probable que ni siquiera ocurra. Por una parte, un aspirante sin causa propia ni un capital político significativo para formar un partido o una candidatura opositora creíble; por la otra, un partido —MC— que, sin Colosio ni el grupo de Jalisco, su prestigio y confiabilidad son de igual tamaño que el de su dueño, Dante Delgado.

Beatriz y Marcelo

La adversidad y la incertidumbre son compañeras de quien hace de la política oficio y destino. Beatriz Paredes y Marcelo Ebrard son ejemplos paradigmáticos cuando las cosas no resultan como se esperaba. Para Beatriz ha sido más ingrato el proceso, pero su fortaleza personal y reciedumbre le significan una batalla más en un horizonte en el que hay mucho más que el cargo, la misión lo trasciende y es una tarea que bien llevada nunca ocasiona infortunio. Por eso la traición de Alito malito no la dobló; persistió en el principio de que no sería un pacto la razón de su decisión, sino una realidad. Actuó con entereza y lealtad a sí misma y al objetivo superior compartido. Hoy Beatriz vale mucho más que siempre.

Ebrard ha vivido los privilegios del poder. Gobernar la Ciudad de México fue una experiencia política única; su gestión se vio empañada por el fracaso de la obra emblemática de su Gobierno, la línea 12 del Metro. Marcelo también cosechó la buena siembra de Manuel Camacho, un hombre de virtud consumido por el engaño de Salinas. Seguramente Ebrard esperaba de su sucesor, Miguel Ángel Mancera, un trato complaciente; no había margen, como tampoco lo ha tenido Claudia, las deficiencias de la línea se volvieron tragedia criminal.

Marcelo se ha entendido bien con AMLO. Podría haber sido peor. Como quiera Marcelo es un sobreviviente a partir del magnicidio de Luis Donaldo en 1994, hace casi treinta años en el que jugó un triste papel.

Efectivamente, para Beatriz la situación ha sido más ingrata. Su trayectoria, ejemplar y trascendente, por igual en menesteres agrarios, en la organización campesina, en el PRI, en el Gobierno, en la diplomacia o en el legislativo. Su castigo es el deterioro reputacional del tricolor por la desbordada corrupción de sus gobernadores y de Peña Nieto, quien resolvió alejarla del país. Ellos con el botín, Beatriz luchando con la dificultad por la venalidad ajena.

El proceso interno del Frente Amplio por México era una oportunidad para que Beatriz acreditara lo que es. Muchos ahora le reconocen la calidad y el talento que le regateaban. Es el mejor activo del tricolor y tiene mucho por delante a pesar de no buscar cargo de elección en 2024. La elegancia con que enfrentó la embestida de las dirigencias de los partidos es una lección de alta política. El miedo infundado y la desconfianza de un lado y de otro llevó a la conclusión anticipada del proceso, decisión que afectó al Frente y a Xóchitl e hizo de los impresentables Moreira y Moreno los componedores para el ungimiento de Xóchitl.

En política no hay deudas, premisa básica del oficio. Marcelo debió entender a AMLO. Salinas engañó a Camacho, López Obrador no lo hizo con quien fue su canciller. El suelo estuvo disparejo porque la continuidad tenía nombre y plan B; nunca fue él. El proyecto ha sido y es López Obrador; no hay nada más; como tal le atañe resolver y decidir la determinación más delicada y definitoria sobre su futuro, por lo que ha luchado y logrado: la presidencia de la República. Siempre habrá lugar para Marcelo, pero él está dispuesto a complicar el guion presidencial sucesorio a partir de la convicción de que si no pelea no gana. A diferencia de Beatriz que optó por privilegiar la causa común, Marcelo lucha por sí mismo y el daño que causa no es menor. Su destino está resuelto y no es promisorio.

Más han hecho por el país quienes no llegaron a la presidencia; entre otros, Carlos Castillo Peraza, Diego Fernández de Cevallos, Cuauhtémoc Cárdenas, Heberto Castillo, Porfirio Muñoz Ledo, Manuel Clouthier, Jorge Carpizo. Beatriz Paredes es de esa misma pasta.

La conducta ante la adversidad es la medida de los políticos. En Beatriz hubo entereza, dignidad y firmeza. Para Marcelo, un desafío mayor; la encuesta la tenía perdida y tuvo la audacia para cuestionarla antes de que se conocieran los resultados. No optó por la retirada decorosa, en su lugar enfrenta a López Obrador y complica lo que parecía ya resuelto. Su exigencia de repetir la encuesta conlleva el modificar las coordenadas de una decisión tomada desde hace tiempo. Difícil que transite con éxito. La historia está escrita y no es a su favor.

Autor invitado.

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