Pascal: el que no apuesta, no gana

Para Valentín Casillas, quien siempre ha apostado por la trascendencia

Hace 400 años nació un hombre que pugnó toda su vida porque creyéramos casi a ciegas. Hace unos días un amigo me interpelaba sobre la demostración de la existencia de Dios. Le mencioné la célebre apuesta de Blas Pascal. Me dijo que prefería el argumento ornitológico de Borges. Le dije que la clave está en el corazón. Pues cuando el pensador francés nos bautiza como «cañas pensantes», hace referencia, no tanto a la fragilidad del ser sólo cañas sostenidas por un pensamiento meramente racional, sino por el pensamiento del corazón. Le cité el lugar común: «el corazón tiene sus razones, que la razón no comprende». Quedó perplejo.

Pascal vivió poco tiempo: 39 años, de 1623 a 1662. En el año 1654 experimentó su segunda y definitiva conversión. Dedicaría entonces su vida a propugnar el «espíritu de la finura» como complementario del pujante «espíritu de geometría». No olvidemos que debemos a él algunas aportaciones científicas señeras, entre ellas, el descubrimiento de la presión atmosférica.

Es verdad que en cuestiones de moral se distinguió por su rigorismo y atacó frontalmente la considerada por él moral relajada de los jesuitas. Está en contra de la casuística y del probabilismo. Las reglas morales deben ser observadas en toda su pureza en cualquier situación. Esto es criticable. Hay que tener en cuenta, sin incurrir en la opción por una «ética de situación», el contexto particular del individuo.

Como ya advertí, en Pascal el corazón es central para razonar y también para creer. La frase «corazón, instinto, principios», debe entenderse en el sentido de que el corazón es el instinto de los principios. De hecho, la fe, para Pascal, es «Dios sensible al corazón, no a la razón» (XVI, p. 252). «Es el corazón quien siente a Dios, y no la razón» (XVI, p. 252). Cuando San Pedro nos invita a dar razón de nuestra esperanza, no nos sugiere que la fe sea un acto meramente racional, pero sí nos pide que hagamos un esfuerzo por comprender los misterios. Parecería que Pascal no coincide con esto. La fe es aceptación y entrega. «Dios existe o no existe. ¿A qué respuesta nos inclinaremos? La razón nada puede decidir en esto» (II, p. 191). Y aquí es donde nos enfrascamos en la reflexión sobre la apuesta pascaliana.

«Lo razonable es no apostar». Empero, estamos forzados a apostar, a favor o en contra. Oigamos al autor de las Cartas Provinciales: «Pesemos la ganancia y la pérdida, tomando cruz, es decir, apostando que Dios existe. Estimemos los dos casos posibles. Si ganáis, lo ganáis todo; si perdéis, no perdéis nada. Apostad pues que existe, sin vacilar…» (II, p. 191). El texto continúa y es de difícil interpretación. En esta ocasión nos quedamos con lo esencial. No hay que perdernos en demostraciones imperfectas de la existencia de Dios, hay que apostar que hay otra vida. En caso de que no la haya, no perdemos nada. Pero si la hubiera, ganaríamos todo.

Pascal era jansenista. Preconizaba el sacrificio y la mortificación para alcanzar la vida eterna. En caso de que no hubiera otra vida, no perdemos nada, pero ¿ganamos algo? Pascal nos diría: «me queda la satisfacción de ser un predestinado». Pero, si aceptáramos los placeres de esta vida, «placeres suaves y compartidos» que no afecten al prójimo, ganaríamos ya bastante. Esto no está reñido con un cristianismo de corte diferente, un cristianismo que simpatice con la libertad del ser humano. Entonces, ¿por qué no apostar desde una postura más abierta?

Apostar es siempre un tanto irracional. Puede uno perder toda una fortuna. Si no, pregúntenle al «jugador» de Dostoievski. Conviene volverse adictos a este juego. Quizá las probabilidades de ganar, en el caso que nos ocupa, no sean las que Pascal avizoró. Pero siempre hay que arriesgar. La vida conlleva riesgo. Y, como finalmente señala el autor francés, la fe es un don, no sólo una tarea. No vamos solos en este juego que es la vida.

Referencia:

Pascal, Blas, Pensamientos y otros escritos, Trad. De Eugenio D´Ors, Porrúa, «Sepan cuantos…», No. 577, 2ª. Edición, México, 1996.

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