En mayo de 1911 se desató en la ciudad de Torreón una cruel matanza de inmigrantes chinos. Ese vergonzoso episodio y sus secuelas aparecen puntualmente descritos en un excelente libro publicado hace poco más de dos décadas con el título «Del río Perla al río Nazas», producto de la investigación académica realizada por el historiador Juan Puig, originalmente para su tesis doctoral. Más recientemente apareció otro libro sobre el mismo tema, titulado «La casa del dolor ajeno», versión (semi) novelada de los hechos que vale la pena leer, a pesar de que en realidad nada nuevo aporta.
Puig dice que los asiáticos horriblemente asesinados eran «personas sencillas, pacíficas e indefensas». Como en este 2021 se cumplen 110 años de esos infortunados acontecimientos, el Estado mexicano ha organizado diversos y tardíos actos de desagravio.
Los hechos ocurrieron luego de intermitentes combates entre fuerzas maderistas —de Emilio Madero— y tropas federales porfiristas, llevados a cabo en los alrededores de Torreón del 13 al 15 de mayo de 1911, fecha esta última en la que los federales abandonaron la plaza. Es decir, el sábado 15 de mayo se cumplieron, como ya se dijo, 110 años de esa nefanda matanza de chinos.
Sucedió que, al entrar las fuerzas rebeldes a la ciudad, de repente las cosas tomaron un giro inesperado. Algunos soldados maderistas al mando de Benjamín Argumedo, se dice que, azuzados por gente humilde de la población, inesperadamente se dieron a la tarea de saquear comercios y asesinar con saña inaudita a miembros de la colonia china, integrada por poco más de 600 personas, la mayoría varones llegados de la provincia de Cantón. Se trataba de una comunidad extranjera relativamente numerosa, si se toma en cuenta que en 1911 la ciudad de Torreón no llegaba a 15 mil habitantes. Pues bien, aproximadamente la mitad de esa colonia de asiáticos fue asesinada con crueldad extrema.
Según versiones de testigos presenciales, se llevaron a cabo descuartizamientos a tirones de caballos. Otros chinos con los pies para arriba fueron arrojados al vacío desde lo alto del edificio que ocupaba el Banco Wah Yick —ubicado en la esquina suroriente de Juárez y Valdez Carrillo, frente a la Plaza de Armas entonces llamada del 2 de Abril— y, como es de suponerse, la cabeza de aquellos infelices se destrozaba de manera impresionante al estrellarse contra el piso. Un buen número de ellos fue muerto a balazos, otros acuchillados y algunos a golpes. No faltaron quienes, lazados de los pies o del cuello, fueron arrastrados a galope de caballo a lo largo de muchas cuadras.
En aquella espantosa carnicería, muchas de las víctimas quedaron horriblemente mutiladas. Además, curiosamente, todos los asiáticos asesinados quedaron descalzos, pues el populacho se lanzaba sobre los cadáveres para despojarlos de los zapatos, porque corrió la especie de que en el calzado traían los chinos escondidos sus ahorros.
Según recuentos, la matanza comprendió entre 249 y 303 personas. Aparentemente ninguna de las dos cifras incluye a cinco japoneses asesinados al ser confundidos con chinos. La cantidad de 249 la estableció el administrador del panteón municipal, al sumar el número de cadáveres depositados en las tres fosas comunes en que fueron sepultados. El número de 303 lo determinó la Embajada de China en México por diferencia, al comparar las personas faltantes con respecto a los datos de un censo previo levantado por sus agentes.
¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué provocó esa horrible matanza de asiáticos? A manera simplemente de pretexto, se dijo entonces que en los combates entre rebeldes y federales se vio a un chino disparar contra los maderistas. Nunca existió prueba alguna de que efectivamente así haya ocurrido y sí, en cambio, se encontraron evidencias documentales de que los líderes chinos recomendaron a sus compatriotas abstenerse de intervenir en las escaramuzas armadas y adoptar una actitud claramente pacifista.
Queda como única explicación posible que al desatarse la violencia hizo explosión el resentimiento que el populacho menesteroso fue acumulando en contra de los chinos, pues todos ellos llegaron en condiciones verdaderamente paupérrimas a la comarca y al paso de los años muchos se convirtieron en hombres prósperos gracias a su laboriosidad. Lo cual finalmente les costó la vida.
Sin el ánimo, por supuesto, de satisfacer alguna curiosidad morbosa y menos aún de hacer apología de la crueldad humana, no está de más, a ciento diez años de los sucesos, dar cuenta de aquel lamentabilísimo acontecimiento histórico, porque es correcto, así sea once décadas después, que lo ocurrido sea del conocimiento público por corresponder a la verdad, la verdad que nos hace libres.
Pero el desagravio a la comunidad china y la petición de perdón por parte del pueblo de Torreón, así se trate de una generación diferente a la que causó tan grande ofensa a aquélla, de hecho, ya ocurrió hace una década. Las autoridades locales así lo expresaron en un acto público ante la presencia del embajador de China en nuestro país, quien con nobleza manifestó que todo había quedado ya en el olvido y perdonado.
Sin embargo, este lunes 17, según estaba anunciado, en Torreón el presidente de la República volvería a hacer lo propio, impulsado por la obsesión que trae en materia de desagravios y perdones, que más bien parecen de corte oportunista y propagandística.