Marxismo o Capitalismo solían ser palabras que figuraban comúnmente en el léxico político, académico y social. Parecía ser que nunca se iban a ir, atemporales como aquellos que no vieron el fin de la guerra fría. Sin embargo, nombrarlos nuevamente, es volver a una retórica no superada. El primero murió, y el segundo evolucionó o mudó de piel.
Lejos de la ideología, actualmente la mayoría de los países se encuentran organizados como sociedades de clase. Invisible o notorio, es la organización jerárquica de vida social que se vive en países como México. La sociedad de clase, es una organización que agrupa, de manera jerárquica, a personas con niveles muy desiguales respecto a otros, de acceso al poder económico, político y cultural, con formas muy distintas de vida y de conciencia.
De acuerdo con Roberto Mangabeira, en su libro La alternativa de la Izquierda, el carácter especial de las sociedades de clase se lo ha dado la herencia y la meritocracia. Como su nombre lo indica, por medio de la herencia se transmiten ventajas económicas y hasta educativas por parte de solo un grupo reservado de familias. A este punto, Mangabeira resalta que la mera abolición del derecho a la herencia «sería el equivalente a una revolución en todas partes». Por más utópico que suene, de sueños se construyen realidades.
Por otra parte, la meritocracia abre el espacio a la competencia, lo que de alguna manera, es como una especie de selección natural o ley del más fuerte. Solo los más talentosos y enérgicos ascenderán por medio de promociones laborales o educativas. No suena tan alejado de la realidad, pero a cada regla, cabe un error.
Entre el uno y el otro, Mangabeira introduce un tercer tipo: los advenedizos, que a mi me gusta llamar anodinos, fatuos o trepas; y que nacen gracias a la coexistencia pacífica pero débil, consensuada pero antinatural y por el poco espectro de alternativas que existe en la mayoría de los países. Los advenedizos más, son los que rápidamente son acomodados y ubicados sin demora alguna en algún puesto, ya sea gerencial, técnico o solamente común, pero que suele ser desperdiciado y es parte de un rompimiento sistemático pero tolerado. Son los que cambian rápidamente de estandarte o de ideología, son los defensores más entusiastas de los dogmas y los intereses dominantes.
El autor percibe como una sociedad fluctuante al mundo en general, razón por la que no le atribuye responsabilidades directas a Instituciones como el Estado. Compaginado con lo mencionado, la tensión se asume a lo políticamente dominante que se ejemplifica con la primacía que los sistemas educativos y de evaluación de las sociedades contemporáneas otorgan a un conjunto reducido de habilidades analíticas y el grado parcial de su medición y de su obtención.
Finalmente, en el libro se describe que el mayor error estratégico de la izquierda en los últimos dos siglos ha sido el de elegir a la pequeña burguesía como su principal enemigo y centrar su base en la clase trabajadora industrial organizada. Con la desesperanza y la desigualdad generada por la sociedad de clase, pareciera entenderse que lo eternamente rechazado por la izquierda, es más motor de movimiento, ya que, la llamada clase aspiracional, es la más desprotegida del poder, y no solo entendido este como la influencia en el gobierno, sino también como la posibilidad de tomar decisiones para su propia experiencia y emancipación.
Cito al autor: «el interés que rechazó la izquierda, con el presupuesto de que estaba ligado a la reacción egoísta, se ha convertido ahora en el estándar de una aspiración universal. Esto se aplica tanto a Estados Unidos y Europa como a China e India…».
La promesa central de la Democracia es que los hombres y las mujeres por igual, tengan la posibilidad de ser más libres y completos. El daño realizado por el sistema de clases es mucho y no reside solamente en la incapacidad de lograr una mayor igualdad de oportunidades, sino también en el abandono del hombre común a un menosprecio perpetuo.