«Pero mira cómo beben los peces en el río»

(A propósito de la extraña letra de un villancico navideño… ¡y de la deplorable contaminación que causamos en algunos de nuestros mares y ríos!)

Empiezo por confesar que a mi tanto supina cuanto enciclopédica ignorancia siempre «le cayó de extraño» eso de «pero mira cómo beben los peces en el río…».

¿Es que en realidad los peces «beben» agua? ¿Y si la beben cómo se las arreglan para no beber más de la necesaria cuando lo hacen, cuando comen o cuando abren su boca puesto que están total y absolutamente inmersos en la misma?

Bueno, si se ha dicho que la necesidad es la madre de los inventos, no me cabe duda de que la curiosidad puede también ser, en muchas ocasiones, la madre del conocimiento: consulté… y aprendí que de acuerdo con los expertos que de esto sí saben, resulta que debido a que el nivel de salinidad que existe en el organismo de los peces de río o de agua dulce es mayor que el nivel de salinidad que existe en el agua que los rodea, dichos peces no necesitan beber, porque el agua les penetra directamente por su cuerpo (por ósmosis) y luego la expulsan en un orín muy diluido, puesto que de no hacerlo así, nos explican los expertos, dichos peces de río o de agua dulce… ¡explotarían!

Con los peces de mar resulta que la cosa es a la inversa: debido a que los mismos tienen un menor nivel de salinidad en su cuerpo que la que existe en el agua de mar que los rodea están constantemente, ellos sí, bebiendo agua del mar (con excepción de algunos peces a los que la naturaleza ha dotado de una increíble adaptación más que sorprendente, como son los salmones y los tiburones) y excretando también mediante su orina la sobreabundancia de sal que con el agua penetra a su organismo, resultando que por ser mucha la sal y poca el agua que absorben requieren de estar bebiendo constantemente so riesgo, «aunque usted no lo crea»… ¡de deshidratarse! Nos dicen los biólogos que de esto saben, lo cual, a los que en esto somos neófitos nos suena plenamente paradójico por tratarse, precisamente, de seres que viven inmersos en el agua.

Total, y volviendo a la reflexión sobre nuestro «extraño» villancico navideño, es obvio que el mismo nos resulta totalmente inverosímil y, desde luego, «no científico».

No es difícil entender, sin embargo, que a quien lo haya compuesto lo menos que pudo haberle importado fue la consistencia o no consistencia científica del mismo y que su éxito se debe simple y llanamente, sin lugar a dudas, a la alegría de su ritmo y a la forma en la que el mismo hace espontáneamente brotar en todos nosotros, chicos y grandes, la euforia y el regocijo del espíritu navideño.

Desafortunadamente…. si quien tal villancico escribió hace no sé cuántos años lo hubiera escrito en nuestros días, no me sorprendería que en lugar de «mira cómo beben los peces en el río» habría escrito: «pero mira ¡lo que beben! los peces en el río». Lamentable y vergonzoso, sí, pero cierto: ya me tocó ver alguna vez un río de los más caudalosos y de mayor atractivo turístico en el sur de nuestro país, en el que iban flotando restos de basura y botellas de plástico al parecer recién arrojadas al agua, y lo mismo pudimos mi esposa y yo ver en un canal urbano de agua de mar en el que en la pequeña embarcación en la que íbamos nos salió al encuentro, literalmente, una enorme bolsa negra de plástico de la que poco a poco se iban desprendiendo y mezclándose en el agua residuos de comida, basura y otras inmundicias. Y no es inusual, desde luego, que esto pase no sólo en nuestros ríos y en el mar, sino que sucede también en nuestros arroyos, en nuestras lagunas y en nuestros lagos.

Es lamentable, de veras. Si no está bien que arrojemos nuestra basura en otra parte que no sea en los contenedores o bolsas que destinemos para la recolección de la misma, resulta incluso criminal que arrojemos la misma en los diversos cauces de agua, ya sea ésta «dulce» o marina. Reflexionémoslo: si terminamos con el agua saludable que sustenta la flora y la fauna de la tierra, terminaremos también paulatinamente y quizás más pronto de lo que nos imaginemos… ¡con la vida del planeta y con nuestra propia vida!

Cable a tierra…. ¡con regulador de corriente!

(A propósito de los valores de la moderación y la templanza, contra la arrogancia y el despotismo que en nuestros jóvenes pudiera engendrar el logro del éxito)

No es nada inusual encontrarse con jóvenes —algunos no tan jóvenes— quienes al haber alcanzado ya sea por sus propios méritos o «por azares de la fortuna» un notorio éxito profesional o económico sorpresivamente adoptan una postura arrogante y altanera para con los demás y para con sus subordinados, actitud por demás triste, lamentable e inmadura.

¡Alerta!: si eres joven, desde luego que con una actitud positiva mantén siempre en activo y bien conectado tu cable de «corriente», es decir, esmérate siempre por progresar y alcanzar el éxito tanto profesional como económico, échale muchas ganas y trata de conseguir para ti y para los tuyos siempre lo mejor. Pero… ¡ojo!: si la corriente sube de más y de repente empiezas a «crecerte» (como lo dice la sabiduría popular), a sentirte «lo máximo» y con ello empiezas a despreciar y a tratar mal a los demás, entonces sí… ¡Alerta! Asegúrate de tener bien conectados tu regulador y tu cable de «tierra» para que, por ahí, por ese cable, como sucede con los cables «pararrayos», se desvanezca toda tu posible soberbia, de manera que una repentina sobrecarga de corriente, es decir, de poder, de riqueza o de adulaciones no logre ni siquiera tambalearte.

Ten, pues, mucho cuidado. De antemano reflexiónalo, prepárate y asegúrate de que las repentinas subidas de corriente no vayan a terminar quemando tu inteligencia…. ¡Ni tu corazón!

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