Presidente enojado, presidente perdido

Cuando un líder se enoja y toma decisiones y realiza acciones bajo ese sentimiento, la posibilidad de cometer errores graves es muy alta y sobre todo de permear, para quienes observan su liderazgo, que su accionar está motivado por una sed de venganza, coraje y mucha molestia.

En un país como México, donde hay graves, muy graves, problemas de seguridad, económicos y de pobreza, así como de salud (por la pandemia), llama la atención que el titular del Poder Ejecutivo federal aproveche espacios públicos para informar a la ciudadanía, no sobre las acciones de Gobierno, pero sí de los pleitos personales con un comunicador.

La reacción de enojo tiene origen con el hecho de que no se pudo explicar por qué un descendiente directo del presidente habitaba una enorme y lujosa casa en Houston, Texas, propiedad de un contratista extranjero de Pemex, a quien se le ampliaron los recursos en contratos laborales previos en la paraestatal.

Las explicaciones de que los hijos no tienen nada que ver con la gobernanza del país fueron insuficientes, débiles y estériles para la opinión pública que se volcó en redes sociales reprobando la actitud presidencial de atacar la libertad de informar y cuestionar.

La batalla presidencial incluye investigar y cuestionar a medios de comunicación sobre contratación y pagos a periodistas y reporteros, pues la molestia que generó el ejecutivo federal, podría poner incluso en riesgo las relaciones con los medios de comunicación donde labora el periodista que presentó los argumentos del caso.

La cadena de errores se mantiene con la batalla iniciada que incluyó la publicación de una carta al Instituto Nacional de Acceso a la Información para conocer los estados financieros y tributarios del comunicador, aun y cuando no es un funcionario público y no labora para dependencias públicas de Gobierno de cualquier nivel.

El caso llama la atención porque hasta ahora la opinión pública que reflexiona desde el más básico uso de la lógica ciudadana de la política y gobernanza, observan cómo en el pleito, quien sigue perdiendo, es el funcionario público que a su propia usanza personal ahora provocó que un comunicador sea crucificado y convertido en víctima del aparato gubernamental sin empacho alguno.

Las señales de esta guerra para los habitantes de este país no son buenas cuando hay decenas de problemas graves hoy en México como la inseguridad, la crisis económica y serios problemas de salud, que se convierten en la verdadera preocupación del ciudadano que poco le importa un pleito personal que exhibe el egocentrismo, la soberbia y el odio de las partes que tienen posturas diferentes y que son obvias a la realidad de la opinión pública.

Un presidente enojado con un periodista no es una buena señal, pues ese enojo y odio no se traduce contra los delincuentes, los funcionarios corruptos o las muertes diarias de víctimas del COVID.

El enojo lleva comúnmente a los seres humanos a no pensar claramente y cegarse por el odio y la desesperación, pero si el sentimiento lo vive un gobernante, la misma historia en México y en el mundo dejan bien claro que los resultados no serán positivos ni para el gobernante ni para el gobernado.

Autor invitado.

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