Primero, muérase

No hay duda, en México vivimos en una sociedad con alta dosis de violencia, consecuencia de nuestra incapacidad para construir un país menos desigual, próspero, con Estado de Derecho (léase: sin impunidad rampante y sin un Gobierno permisivo). El atroz feminicidio de Luz Raquel Padilla, que ha acaparado la opinión pública, es también un brutal recordatorio de la descomposición social que padecemos.

Exhibir al «periodo neoliberal» como explicación de conductas tan violentas como rociar a una mujer con alcohol y prenderle fuego, es una prueba de la incapacidad para entender la realidad y, de paso, una torcida astucia para lucrar políticamente con la desgracia. De hecho, es otra forma de violencia, de género, por alguien que en repetidas ocasiones ha demostrado su desprecio ante las legítimas causas feministas.

Un análisis (2018) de la Carnegie Endowment for International Peace menciona que las sociedades más violentas no son las que están en guerra, son las sociedades democráticas desiguales y polarizadas, con débil Estado de Derecho. Inevitable no pensar en nuestro país, sobre el que cita: «Los índices de asesinatos crecen en México. Más del 95% nunca se esclarecen. La violencia se normaliza. Sabiendo que no habrá castigo, se contrata a asesinos para matar activistas y los vecinos se matan unos a otros para dirimir disputas». Parece retrato hablado. Añade: «En países así, la violencia comienza con el Gobierno y con el crimen organizado. Y luego provoca metástasis a modo de contagio social entre la gente común».

Luz Raquel Padilla, activista, madre y cuidadora de un niño con autismo (sabemos, por lo que ha trascendido), tenía conflictos con sus vecinos, evidencia de la poca empatía y hasta discriminación hacia una persona con capacidades diferentes. Denunció amenazas y solicitó apoyo gubernamental, alcanzó a publicar en redes sociales que le negaron la inclusión en el sistema Pulso de Vida; las autoridades dan su propia versión. Lo que está más que claro es que cumplieron la amenaza, la quemaron viva, y que algo en el sistema, en el protocolo de atención, está fallando. Esperaría que las autoridades, más que decir que todo está perfectamente bien, hicieran autocrítica, encontraran qué falló, ajustaran lo necesario, de modo que ni una mujer más sea violentada.

Se dio a conocer lo que «Catalina» (pseudónimo) vivió frente a la agente del Ministerio Público de atención temprana en El Salto, Jalisco, Sara Gabriela Eng Goon Garayzal: «Me dijo que me dejara de chismes, me dijo literal: “No le hicieron nada, ¿la golpearon?, no, ¿la mataron?, tampoco, pues yo necesito que ellos cumplan sus amenazas, que usted esté muerta, para nosotros como funcionarios poder trabajar sobre su caso”». En otras palabras, primero muérase, luego la atenderemos. Nos puede asombrar el deplorable nivel de esta funcionaria, también nos debería sacudir para pensar en una reforma educativa, cívica y judicial que subsane un principio que no me cansaré de repetir: Tendremos un mejor Gobierno cuando tengamos una mejor sociedad. ¿En qué condiciones vive esta agente del Ministerio Público?, ¿qué frustraciones arrastra en su vida?, ¿quién a su vez la ha violentado?, ¿cuánto gana?, ¿qué lee, qué escucha?, ¿a quién admira?, ¿qué sueña en la vida?, ¿cómo la tratan sus superiores? En esas respuestas está una clave para entender la degradación de valores de la sociedad.

La humana capacidad de agredir es parte de nuestro inventario evolutivo para sobrevivir, sin embargo, no es el único ni el más deseable camino para dirimir disputas. Olvidémonos de desencuentros ideológicos o políticos donde los bandos tienen millones de adeptos, pensemos en los «simples» conflictos vecinales que escalan porque somos, en lo general, una sociedad incapaz con un aparato gubernamental incapaz, para solventar los desencuentros y ejercer el Estado de Derecho.

Los asesinos de Luz Raquel, la agente del Ministerio Público y tantos funcionarios públicos incompetentes más, no son causa, son consecuencia, representan la punta de un iceberg que nos acecha. Esto no se cura cambiando de personas, se cura cambiando de sistema, para que, poco a poco, mejoren las condiciones de vida de millones de personas. Ésas que, alguna vez, serán Gobierno.

Fuente: Reforma

Columnista.

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