Privilegiar la vida

Absurdo sería dejar este asunto en manos de quienes no han hecho nada, de quienes han desoído…

Edmundo Valadés

Cuando era niño y vivía en San Juan del Cohetero, un ejido del municipio de San Francisco de los Patos (hoy llamado burdamente General Cepeda), ubicado en la zona semidesértica del Estado de Coahuila, lo primero que escuchaba al despertar no eran los perros con su sombrío anuncio del día, ni los gallos con su algarabía de luz, sino los pájaros. Sí, pájaros, con antorchas de silbos invadiendo de acústico resplandor la atmósfera que ya auguraba movimiento de vida.

Alrededor de la casa que habitábamos había algunos pinabetes y mezquites —una especie de barrera simbólica para protegernos de la profundidad del horizonte—; toda aquella fronda se sumaba a las macetas que mi madre mantuvo como un lujo en medio de un paisaje que no lo precisaba y que cuidó siempre con un esmero casi sagrado.

Vagos en la inmensa llanura donde se asentaba el pueblo, los pájaros llegaban a diario a ese paraíso verde y en los primeros clarores del día daban rienda suelta a sus voces de tímbricos matices poniendo música celeste al primer perfil de las cosas del mundo inaugurado por el día que empezaba a despertar después de dormir en las sombras más profundas de la noche.

Desde la reconfortante horizontalidad de mi cama, yo los oía cantar y siempre sostuve en mi pensamiento que ese trinar era sólo para mí. Luego escuchaba su batir de alas para irse quién sabe a dónde porque en aquel caserío de mi memoria nunca hubo otro jardín capaz de recibir sus trinos. Cuando su partida ocurría, el día era distinto para mí; más aún, la vida era distinta para mí.

Desde entonces, ese cantar de pájaros impreso en mi pensamiento, siempre ha precedido a cualquier decisión que he tenido que tomar, desde la más trivial —exigencia de la vida práctica cotidiana— hasta la más trascendente —exigencia del pensamiento más riguroso—.

Cuando algo crucial está por aparecer en mi vida, esos cantos surgen como una memoria interior y mi pensamiento fluye como una alfaguara para que algo florezca. Es un vínculo que ha estado allí de manera irrebatible.

De esa forma he logrado reunir una serie de textos que han surgido desde mi pensamiento y que se corresponden con esa peculiaridad. Por eso los he llamado cantar de pájaros, porque eso son, melodías de aves que están en mi pensamiento en un indisoluble vínculo con aquel jardín de mi infancia en San Juan del Cohetero. Es la resonancia de una memoria viva en un presente que se me aparece como una incertidumbre.

Esos pensamientos continúan fluyendo; desde mi infancia en San Juan del Cohetero hasta esta vejez que ahora vivo en una ciudad a la que no he podido acomodarme nunca desde que me instalé en ella.

Ese mundo de música se me sigue presentando con una recurrencia irrenunciable. Pienso que eso se debe a mi pasión por hacer literatura, por leer, por pensar. Y por eso me resulta inaceptable creer que los políticos que nos gobiernan no tengan la misma pasión para preocuparse, y ocuparse, de un asunto de salud tan grave como la pandemia que padecemos desde hace dos años.

Me parece increíble que ese universo de funcionarios haya perdido en tan corto lapso de tiempo la sensibilidad ante el dolor y el sufrimiento; más aún, que esa pérdida los haya conducido a privilegiar la economía y no la vida ante los embates de la crisis de salud.

Me parece demasiada soberbia defender a ultranza al encargado de las decisiones para hacerle frente a la enfermedad ahora que se abre la posibilidad de investigarlo por homicidio haciendo a un lado los sufrimientos de las víctimas y que no fueron atendidos en su momento.

Me parece una frivolidad que el máximo gobernante de este país ocupe su tiempo en la redacción un testamento político, tan inútil como innecesario, mientras el COVID 19 hace crecer las estadísticas de fallecimientos. Ese voluntarismo personal revela una actitud egoísta y poco ética porque deja de lado las políticas públicas que pudieran aminorar el drama de la muerte.

¿En qué momento ocurrió ese desfase entre el discurso oficial que dice privilegiar primero a los pobres y la realidad que, de manera contundente, dice otra cosa: considerar la vida humana como un objeto sin valor al privilegiar la economía por encima de lo que debiera privilegiarse en primerísimo lugar: la vida?

Darle un tratamiento desdeñoso a la variante ómicron que hoy azota al país, es mostrar el cobre: no le importa a las autoridades los dramas que pueda enfrentar el ciudadano ante esa enfermedad. Me lo confirma, entre otras cosas, el apresurado regreso a clases donde nadie puede garantizar un protocolo eficaz contra el virus.

No se trata, desde luego, que los gobernantes sean como yo, que busco en mis textos literarios una purificación del pensamiento donde, a través del enjambre tipográfico, traigo una y otra vez el replanteamiento de los antiguos mitos.

Mis textos literarios tienen la finalidad de volver al origen donde en el principio el mar era mar, el cielo era cielo, la luz era luz y la noche era noche; es decir, inocencia pura, perdida después en el proceso de la cultura en el mundo social que nos fue imponiendo la necesidad de poblar ese mundo con referencias para explicarlo y necesidades personales vestidas de erudición para interpretarlo alejándonos irremediablemente del impulso que nos arrebata la pasión creadora en un mundo que es por naturaleza tosco, sí, pero sumamente armonioso.

No pretendo eso, pero la mínima exigencia que le planteo a mis gobernantes es que, a su vez, desaten la mínima pasión por un quehacer que, de por sí, debe estar pensado para el servicio y la eficiente acción que resuelva problemas.

Durante estos dos años de la pandemia ocasionada por el COVID-19, no he visto que se haya privilegiado la vida, en cambio el desdén y la indiferencia han sido la constante para enfrentar el mal que, a lo largo de este apocalíptico tiempo, nos dejado en México (hasta hoy) la escalofriante cantidad de casi medio millón de muertos.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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