Transición episcopal

Los puentes que en la época de monseñor Raúl Vera mostraban una carencia de tránsito no del todo despejado. Ahora, en esta nueva era de monseñor Hilario González, la prudencia es muy palpable, derivada de su actividad pastoral, que ha servido para que las relaciones, por ejemplo, con el sector oficial, sean llevaderas, hasta con signos de cooperación.

Con el acoplamiento forjado en su jurisdicción en este primer año de su labor, los reflectores y el protagonismo del que era foco el anterior obispo se han ido difuminando y la presencia del obispo González en su plataforma de servidor de la Iglesia, ha ido superando las facetas de exposición que era costumbre en el pasado reciente.

El papel del obispo en su diócesis es ocupar el centro de la administración de la Iglesia, el cual es auxiliado por un presbiterado similar a la curia romana que asesora al Papa en el Gobierno de la Iglesia Universal. El presbiterado es un ente interdisciplinario que sirve para dar su punto de vista sobre asuntos al obispo y éste, por parte de la Iglesia, al exterior, por lo que algunas decisiones no son unilaterales, como en el periodo anterior, cuando eran muy claras y directas las instrucciones que se daban en forma por demás imperativa.

Por fortuna las cosas han cambiado y la Iglesia navega en aguas más tranquilas, dedicada a su ministerio espiritual y con las puertas del obispado abiertas para los que están faltos de respaldo en sus problemas y deseen palabras de aliento.

Esperemos que las similitudes o las diferencias entre los dos prelados queden en el olvido y dejan el camino libre de obstáculos a monseñor Hilario, quién en este tiempo al frente de la Diócesis ha mostrado un equilibrio, de manera que la barca la conduce por aguas serenas, pues su dedicación solo se concreta a su ministerio de tiempo completo, dejando de lado las exposiciones de lucimiento personal y la atracción de reflectores en forma recurrente, olvidando parcialmente su trabajo preponderante.

Ahora, con su perspectiva del trabajo y conociendo la problemática y a los agentes servidores del Gobierno de la Iglesia en su labor, operará de acuerdo con lo que dicta la Constitución Apostólica, que declara que «Cristo, el Señor, para apacentar el pueblo de Dios y acrecentarlo siempre, instituyó en su iglesia diversos ministerios que están al servicio de sus hermanos».

Derivadas de algunas pláticas con personas de la ciudad que han expresado su beneplácito por la actitud que ha mostrado monseñor Hilario, en el sentido de exteriorizar sus disposiciones en forma por demás comedida, pero sin perder la verticalidad que contribuyen a que sean cumplidas sin hacer guiños.

Sabemos que los sacerdotes son hombres como todos los demás, y que su sacerdocio fue por elección con base en un llamado interior que dio respuesta a su vocación en el servicio a la Iglesia y en comunión directa con Dios, obedeciendo sus designios y respetando los dogmas, entre los que no se encuentra el celibato, sino que éste más bien obedece a una reglamentación de antaño.

Hoy en día, el celibato es un tema que tarde o temprano se diluirá, ya que la procreación con amor, Dios la bendice, y la naturaleza humana no debe estar supeditada a legislaciones. «El hombre es un animal político, que tiene un alma inmortal» (Morris L. West).

Acompañemos al obispo en su tarea al frente de la Diócesis de Saltillo, a fin de que siga el camino que la madre Iglesia señala a los hombres de buena voluntad, con el objeto de reafirmar los valores que hagan la convivencia más tolerante en este mundo, que además de los problemas cotidianos los acentúa esta pandemia que cada día nos lacera más.

Que los aires renovadores que llegaron de la mano de monseñor Hilario, nos traigan a todos un acercamiento legítimo que nos hermane y persevere entre los que formamos parte de la Iglesia. Que así sea. Se lo digo en serio.

Autor invitado.

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