En un antiguo manuscrito se advierte sobre el porvenir. Mientras el futuro próximo se asoma sombrío, los días más lejanos irradian luz
El manuscrito en que están basadas estas predicciones fue escrito entre los años 1117-1119 bajo el nombre: Libro de las profecías, y a partir de entonces el documento ha pasado por muchas cosas increíbles y fantásticas, recorrió un camino subterráneo y misterioso para que pudiera llegar hasta nuestros días. Se dice que el autor es un monje de la Edad Media y muchas palabras que usa o emplea están relacionadas con el mundo de la caballería de aquella época. El autor participó en la conquista de Jerusalén en 1099, vivió en esa ciudad durante 20 años, tiempo en el que escribió estas profecías. De Jerusalén podemos decir que es uno de los puntos de confluencia de las corrientes sagradas que recorren la humanidad desde sus orígenes. Se dice también que Jerusalén es uno de los nudos iniciáticos y simbólicos del universo; allí convergen las fuerzas espirituales, se acumulan en una superposición irradiante las ruinas de los grandes templos, las tumbas de los iniciados, las reliquias de los templos sagrados.
Aproximadamente en 1550, Michel Nostradamus, médico y astrólogo, publicó sus predicciones, dos volúmenes de las centurias sirviéndose para escribirlas de este manuscrito de las profecías.
Este libro fue encontrado en 1941, en Varsovia, en una de las bibliotecas de la comunidad judía con el nombre de Protocolo Secreto, y de allí fue transferido a Berlín por los alemanes, de allí en adelante las SS —la policía secreta de Hitler— ostentaba la propiedad del manuscrito. Parece ser que Hitler tuvo conocimiento de estas predicciones, y tan es así que este documento fue encontrado por los rusos al tomar Berlín en el búnker de Hitler.
En efecto, el único ejemplar del Libro de las profecías se encontraba en los archivos de la KGB —policía secreta rusa—, depositados en su mayor parte en Lubianka, la famosa cárcel de Moscú.
Los orígenes del manuscrito fueron perfectamente determinados gracias a la minuciosidad que caracterizaba a la policía política de Stalin. Formaba parte de un lote de archivos incautados en Berlín, en el mismo búnker de Hitler.
La mayoría de las profecías se refieren a lo que pasará en el tercer Milenio, pero algunas tratan cosas que ya pasaron a finales del segundo milenio. En ese manuscrito se advierte sobre lo que está por venir. Es sombrío por lo que se refiere al futuro próximo y luminoso respecto al futuro más lejano.
Son 40 profecías y una de ellas dice así:
«Cuando empiece el año mil que sigue al año mil —se refiere al año 2000— el hombre comerciará con todo; todas las cosas tendrán precio, el árbol, el agua y el animal; nada más será realmente dado, todo será vendido. Pero el hombre, entonces, no valdrá más que su peso en carne; se comerciará con su cuerpo como ganado en canal; tomarán su ojo y su corazón; nada será sagrado, ni su vida ni su alma; se disputarán sus despojos y su sangre como si se repartieran carroña». Aquí, sobre todo, aborda la venta de órganos humanos para trasplantes, lo cual ya sucede.
Otra profecía afirma lo siguiente:
«Cuando empiece el año mil que sigue al año mil, todos intentarán disfrutar tanto como puedan; el hombre repudiará a su esposa tantas veces como se case y la mujer irá por los caminos umbríos tomando al que le plazca, dando a luz sin poner el nombre del padre. Pero ningún maestro guiará al niño y cada uno estará solo entre los demás; la tradición se perderá; la ley será olvidada como si no se hubiera anunciado y el hombre volviera a ser salvaje».
Creo que esta profecía está muy clara, porque todo sucede en la actualidad, como es el caso de las madres solteras que crían a sus hijos sin la figura paterna que los dirija, tan necesaria para los niños.
La siguiente predicción se refiere a las drogas que con facilidad circulan en nuestros días, tanto en forma inyectada, inhalada y las llamadas tachas, éxtasis, cocaína y heroína, crack, anfetaminas y sus derivados, con las consecuencias que esto trae.
Y dice así: «Cuando empiece el año mil al que sigue al año mil, el hambre oprimirá el vientre de tantos hombres y el frío aterirá tantas manos, que éstos querrán ver otro mundo y vendrán mercaderes de ilusiones que ofrecerán el veneno. Pero éste destruirá los cuerpos y pudrirá las almas; y aquellos que hayan mezclado el veneno con su sangre serán como bestias salvajes cogidas en una trampa, y matarán, violarán, despojarán y robarán y la vida será un apocalipsis cotidiano».
Recordando que estas profecías fueron escritas desde hace mil años, el autor en una parte de ellas comenta:
Veo la inmensidad de la tierra. Continentes que Heródoto no nombró sino en sueños, se añadirán más allá de los grandes bosques de los que habla Tácito, y en el lejano final de mares ilimitados que empiezan después de las columnas de Hércules. Aquí se anuncia el descubrimiento de América y evoca los océanos, más allá de Gibraltar.
En otra parte dice así:
«Mil años habrán pasado y el hombre habrá conquistado el fondo de los mares y de los cielos, y será como una estrella en el firmamento.
»Habrá adquirido el poder del sol y se creerá dios, construyendo sobre la inmensidad de la tierra mil torres de babel».
Aquí, sin duda se anuncian las conquistas técnicas del espacio y de la energía nuclear, y también en el desarrollo de las actuales ciudades como Nueva York, Dubái y otra torre en la China actual.
Por lo pronto, para terminar este texto quisiera decir que al principio de este milenio las cosas son un poco sombrías, pero conforme pase el tiempo irán cambiando, y se ven a lo lejos, no muy retirado, mejores tiempos y muy diferentes a los actuales y voy a incluir una profecía de estos tiempos, luminosa, y que está de acuerdo con pensamientos míos que ya se han publicado bajo el título Nacer de nuevo. Escrito por mí antes de conocer estas profecías, y dice así: «Llegamos plenamente al año mil que sigue al año mil, el hombre conocerá un segundo nacimiento; el espíritu se apoderará de las gentes, que comulgarán en fraternidad; entonces se anunciará el fin de los tiempos bárbaros.
»Será el tiempo de un nuevo vigor de la fe; después de los días negros del inicio del año mil que viene después del año mil, empezarán los días felices. El hombre encontrará el camino de los hombres y la tierra será ordenada».
Las siguientes palabras están relacionadas con estas predicciones: «existía la muerte, el miedo, la impotencia ante el sufrimiento. Existía la esperanza de otro mundo después de la muerte, pues la creencia en la posibilidad de cambiar la vida que, en la tierra, se había derrumbado. En las ciudades la fe cristiana casi había desaparecido, las iglesias estaban vacías y las vocaciones eran raras. La idea de que había soluciones políticas a las desgracias había muerto al final del segundo milenio. Las creencias que se extendían aunaban a las gentes alrededor del odio, y las guerras religiosas y tribales se multiplicaban. ¿Qué respuesta dar a los fanáticos que pedían la muerte de los “infieles”? La muerte hubo entonces al inicio del Tercer Milenio, tiempos de violencia, tiempos de muerte.
»Después de una vez inmersos en el año mil que viene después del año mil, las circunstancias y las actitudes fueron cambiando poco a poco. Los hombres y las mujeres regresaban como iluminados de sus estancias en los planetas huecos, que habían construido en el espacio y donde se habían creado miles de vidas tranquilas y exultantes. Eran como predicadores, y los misioneros tenían otra manera de concebir la vida y el mundo. “La tierra es una” repetían por todo el mundo. Se les veía hablando la nueva lengua y predicaban la fraternidad a través de las pantallas de todo el mundo. Quizá era por haber estado sometidos a una gravitación diferente, pero lo cierto es que parecían más tranquilos que los humanos terrestres. Decían que habían vivido, lejos de la tierra, un segundo nacimiento y que habían descubierto que eran ciudadanos de una sola patria, el universo, y creyentes de una sola fe, la vida en todas sus formas, y preconizaban el respeto a los demás, la salvaguardia de las especies vivas, cuales quiera que fueran.
»Y la gente acudía alrededor de esos “pioneros”, de esos “colonos” del espacio; la muchedumbre quería escucharles, partir también hacia esas colonias espaciales. En un encuentro entre los representantes de las diferentes religiones, se decidió que era necesario reunir a todos los creyentes bajo una misma fe, en la que cada uno conservaría sus ritos, pero en la que todos reconocieran que solo hay un dios, un único espíritu, que penetra y orienta todo el universo.
»Entonces los hombres se sintieron realmente unidos y después de algunos años, las guerras locales, los odios entre pueblos y entre creyentes cesaron. El universo parecía tan inmenso, que la energía de los hombres se desplegó y dejó de servir a la auto destrucción.
»El hombre había alcanzado por fin ese momento en el que habitaba todo el universo y toda su vida, a gusto en su cuerpo y en el tiempo, sin luchar contra el mundo, sin alzarse contra él, sino acurrucándole en sus profundidades, pues al fin había comprendido que no era más que un elemento en la gran sinfonía polimorfa: la vida. Así mismo había adquirido la certidumbre de la eternidad, pues residía en la vida, en el mismo principio de la vida, que podía conocer muchos estados, pero que siempre estaría presente, ya fueran en un estallido de la materia o en una vibración de onda. Finalmente, había comprendido que no hay que destruir, sino crear.
»Que morir no es dejar de ser, sino cambiar para renacer». E4