¿Qué pesará más?

La mañanera de la candidata presidencial opositora Xóchitl Gálvez revela un dilema: ¿Pesan más, los partidos y sus debilidades o la candidata en su empeño de representar a los ciudadanos? En su primera incursión matutina en medios cobran relieve las diferencias entre el presidente López Obrador y quien tiene la determinación de ser su sucesora. De ella, cuidado, mesura, rigor en las cifras, comedimiento y respeto a los medios. ¿Será igual o mejor que el presidente para conectar con la gente?

La competencia es dispareja. Él no sólo habla desde Palacio Nacional, tiene los medios oficiales y la cobertura de casi todos los medios nacionales. Nadie puede competirle al presidente. Sin embargo, sí hay una oportunidad y tiene que ver con la virtual impunidad social de la que ha gozado el presidente. Eso lo hace vulnerable a la verdad, sobre todo si es una dama que ha acreditado valor y se hace portadora de lo que muchos quisieran decir al presidente y al país. Otro aspecto por destacar es el valor de la noticia. Si la candidata opositora se refiere a temas de interés y valor periodístico y ella misma aporta noticia, la cobertura estará garantizada. No le ganará al presidente, pero sí mejorará su intención de voto en este absurdo periodo de intercampaña.

Los medios y muchos en la política, incluso simpatizantes de Xóchitl Gálvez resienten el abuso de los partidos en la definición de candidaturas. Hay enojo, pero Morena y sus aliados no hacen diferencia; son lo mismo. La candidata tiene que defender a los partidos que la postularon, como también lo hace Claudia con los suyos. Es parte del juego. Efectivamente, los partidos se sirvieron con la cuchara grande; eso estaba escrito. Lo que es peor, no fueron los partidos, sino sus dirigentes, hay muchos nombres de calidad que son excluidos porque el diseño de la partidocracia es tener subordinados, no representantes, al igual que López Obrador: verticalidad, sometimiento y lealtad ciega.

Lo que plantea la candidata opositora y no lo puede hacer Claudia Sheinbaum es la expectativa de que su triunfo sí representaría una oportunidad inédita para una agenda ciudadana, empezando por la efectiva democratización de los procesos internos de los partidos. Dejar la farsa de las encuestas y que la autoridad electoral organice las elecciones primarias, como sucede en muchas partes, especialmente, en los regímenes presidenciales.

La preocupación legítima y obligada es si los partidos opositores, una vez que concluya la elección y especialmente si no se gana la presidencia y hay mayoría para la oposición en el Congreso, mantendrán una postura unificada. MC ha tenido un desempeño parlamentario opositor encomiable en el Congreso, pero su líder histórico en el terreno electoral ha sido funcional a Morena. El PRI ha actuado de manera diferenciada y por algún momento fracturó al bloque de contención. En la Comisión Permanente actuó por la vía de la abstención a favor del presidente López Obrador en la aprobación de nombramientos relevantes en el Tribunal Federal de Justicia Administrativa. Como quiera que sea, los partidos no son confiables porque en ellos habita el oportunismo, la corrupción y el engaño.

Entre Xóchitl Gálvez y las dirigencias de los partidos, especialmente la del PRI, hay valores entendidos para que cada uno aporte lo suyo en un solo objetivo, obtener el máximo de votos posible. Es el juego del burlador burlado en el sentido de que una buena candidata abre la expectativa para ganar fuerza parlamentaria, incluso derrotar en ese plano a Morena. Pero la candidata puede ganar y eso cambia el juego para todos y abre la expectativa para la agenda ciudadana. No debe obviarse que la degradación de la democracia mexicana y la corrupción de la oposición ocurre en el Congreso después de la primera alternancia en la presidencia y cobra relieve durante el Gobierno de Peña Nieto.

La definición vendrá el 18F. Es la gran oportunidad para ciudadanizar el proyecto opositor y la única vía para ganar el Congreso y la presidencia de la República. Los partidos son necesarios y quizás indispensables con sus marrullerías y desprestigio, pero el triunfo está en la credibilidad que pueda aportar la candidata y con ello ser sustento para la movilización ciudadana que lleve al triunfo en las urnas, de ella, de los partidos, pero también y, más que nadie, de los ciudadanos.

Malas noticias

Del presidente López Obrador todo se puede esperar, particularmente ante las malas noticias. Quienes le conceden una extraordinaria habilidad política debieran incluir en sus apreciaciones al menos dos palabras: abuso y astucia. Si a lo anterior se le suma el inventario escaso de escrúpulos se tendrá un mejor perfil de quien gobierna y sus cualidades, más si se incorpora en la evaluación que los factores de influencia, por miedo o interés, marchan al son del mandatario.

Las malas noticias están en muchos frentes. La que más habrá de preocuparle es la elección, la encuesta de El Financiero del 28 de enero no le debe de resultar alentadora. La elección no será día de campo para Morena ni para Claudia Sheinbaum. Como lo señalamos, si no corrigen las encuestas su pronóstico de triunfo arrollador del oficialismo como ocurrió en la elección de 2012, la industria deberá dar una explicación y pasará a la sospecha por la grosera manipulación de la realidad.

El reporte de Oxfam en el marco del evento de Davos Suiza, una institución confiable y creíble en el ámbito internacional sobre el combate a la pobreza deja al descubierto que los beneficiarios del régimen obradorista han sido los más ricos de los ricos. A quienes respaldan al presidente y a sus políticas en función de la causa de los pobres, el informe los deja sin argumento. El problema es doble, los ricos muy ricos son mucho más y a diferencia de otros países, son concesionarios, contratistas o asociados al Gobierno. Los datos contrastan con el incremento de los muy pobres y el colapso del sistema de salud, así como con el deterioro generalizado de la educación pública, la mejor vía para la superación personal y colectiva.

Las transferencias monetarias directas a la población no compensan el costo para obtenerlas. El beneficio se vuelve inexistente ante los problemas en el sistema público de salud y la ausencia de un servicio médico razonablemente funcional; igual que el incremento de los salarios, anulan el beneficio la falta de vivienda, el colapso del sistema educativo y el deterioro de la respuesta del IMSS o ISSSTE. Además, más de la mitad de la población activa vive en la informalidad y, por lo mismo, no es beneficiaria de aumentos.

El presidente no podrá ocultar lo evidente: México es tan corrupto o más que siempre. No sólo se trata de lo que ocurre «abajo», también arriba y lo debe de conocer bien, salvo que prefiera ignorarlo. El escandaloso tráfico de influencia va de la mano de la discrecionalidad en la asignación de obra y contratos públicos. La falta de transparencia institucional hace que las filtraciones propias e inevitables hagan de la investigación periodística una fuente recurrente de escándalo. Abundan esqueletos en el clóset, y el presidente parece no estar preparado para tantas revelaciones sobre la corrupción generalizada en su Gobierno. Sus costosas obras emblemáticas han sido un sonoro fracaso y fuente de venalidad. Los reportes de las autoridades constatan lo primero y los medios lo segundo, de allí la agresión presidencial al periodismo de investigación o a la libertad de expresión.

Las peores noticias se dan en la seguridad pública. Los homicidios dolosos persisten, las masacres se repiten cotidianamente, los narcotraficantes ganan terreno y amenazan ser actores relevantes en el proceso electoral, como denunciara el magistrado del Tribunal Electoral, Felipe de la Mata.

Otra mala noticia es la indignación por la salida de Azucena Uresti de Milenio, que dejó al descubierto la perenne autocensura y censura en la relación del Gobierno con los medios. La libertad de expresión ha estado bajo recurrente acoso por el régimen y el presidente. El asunto ya escaló, no sólo es un tema de insensibilidad o intolerancia, sino de amenaza grave por el acecho del crimen organizado a los medios de comunicación con la complacencia presidencial.

Las malas noticias serán lo que viene. El presidente pretenderá definir la agenda de las campañas con sus iniciativas de reforma constitucional, que difícilmente logrará porque es inevitable que el debate se centre en el balance de su gestión. El 18F saldrá la ciudadanía a manifestarse en su contra. Las malas noticias seguirán imponiéndose, no por diseño ni estrategia opositora, simplemente como saldo de la acción u omisión gubernamental. Debe preocupar la respuesta porque allí hay y sobra astucia, abuso y malicia.

Autor invitado.

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