Romance de la soledad

A Paty Hernández, in memoriam

De la obra íntegra de Pedro Garfias siempre me han cautivado —retenido— dos poemas. Uno de largo aliento intitulado Primavera en Eaton Hastings donde, como dice Francisco Moreno Gómez, «El llanto de la guerra y la añoranza de su paisaje andaluz se subliman en clave de bucolismo».

El otro poema es lacónico. Cumple una trayectoria de sólo 16 versos dísticos o pareados, con rimas asonantes en los versos pares, de incontestable contundencia. Es un romance, esto es, presidido por versos octosílabos, alojado en el libro De soledad y otros pesares y se llama, precisamente, «Romance de la soledad».

Posee, además, una deliciosa circularidad estética porque, como «Piedra de sol» de Octavio Paz, los versos iniciales son, asimismo, los últimos, los que rematan el poema. Y son éstos «Aquí estoy sobre mis montes/pastor de mis soledades».

En el epílogo antepone la letra Y para acentuar el efecto: «Y aquí estoy sobre mis montes/pastor de mis soledades». Esta obra respira junto a otros romances del mismo libro (del viento, de la lluvia, de la aurora); poemario publicado, por cierto, en México por la Universidad de Nuevo León en 1948.

El poema prosigue contundente: «Los ojos fieros clavados/como arpones en el aire./ La cayada de mi verso/apuntalando la tarde». Llama la atención la palabra cayada y no cayado. Luego sobreviene lo que se conoce en retórica como gradación ascendente. Tranco que va de los ojos y los oídos al corazón y, también, de mármoles y tempestades (inanimados) a las aves: «Quiebra la luz en mis ojos/la plenitud de sus mármoles./Tiene el tiempo en mis oídos/retumbos de tempestades./Mi corazón se acelera/sobre el volar de las aves». Y después la referencia sesgada o metonímica al intelecto en la alusión a la sien: «Vibra mi sien al zumbido/de los vientos y los mares».

Por todo esto el «Romance de la soledad» es una pieza literaria de inestimable valor. ¡Olé!

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