Salud de AMLO, tirios y troyanos se enzarzan en guerra de mentiras

El intento gubernamental de minimizar el váguido del presidente atiza la furia de sus detractores. La vocería y la prensa amarillista, al banquillo

El caos que se desató en redes sociales y medios de comunicación tras el desvanecimiento del presidente Andrés Manuel López Obrador, el 23 de abril en Mérida, sirvió para demostrar que la salud del líder de Morena no está tan dañada como el espíritu de sus detractores —muchos de los cuales le desearon incluso la muerte— ni tan dislocada como el engranaje del sistema de comunicación del Gobierno para casos de emergencia de este tipo.

Apenas se dio a conocer la noticia sobre la recaída de la salud del Ejecutivo —aún no se confirmaba su vaguido— comenzaron a circular en internet publicaciones que aseguraban falsamente que López Obrador había sufrido un infarto durante su gira por Yucatán. Los rumores más alarmistas —la mayoría difundidos por influencers que luego retiraron sus comentarios— ya lo daban por muerto.

«No perdí el conocimiento, sí tuve esa situación de desmayo transitorio y por la baja de presión querían llevarme en una camilla y una ambulancia al hospital».

Andrés Manuel López Obrador, presidente de México

Ese mismo día, en la tarde, el propio presidente intentó contener la ola de fake news con una nota en su cuenta oficial de Twitter. «Ni modo, amigas y amigos: salí positivo a COVID-19. No es grave. Mi corazón está al 100 y como tuve que suspender la gira, estoy en la Ciudad de México y de lejitos festejo los 16 años de Jesús Ernesto. Me guardaré unos días. Adán Augusto López Hernández encabezará las mañaneras. Nos vemos pronto».

Odio y recelos

El tuit del presidente López Obrador, sin embargo, no resultó suficiente para calmar los ánimos de sus opositores que aprovecharon la publicación para hacer gala de su ensañamiento. «Vaya tranquilo y descanse en paz… una pijamita de madera le vendría bien para su reposo» o «que el virus se encargue» fueron algunos de los comentarios que respondieron al mensaje del Ejecutivo. Mismos que se alternaban con otros de respaldo y deseos de pronta recuperación.

No faltaron, tampoco, aquellos que ponían en duda la autoría de la nota. «El texto no es del estilo del mandatario. Muchos signos de puntuación y las palabras ordenadas de manera distinta a lo que ya conocemos. ¿Será que está imposibilitado para escribir sus propios mensajes?». Se llegó al extremo de insinuar —una vez que apareció el primer video de López Obrador tras el desvanecimiento— que la persona en pantalla no era el verdadero presidente. A propósito de tamaño disparate, la periodista Sabina Berman aprovechó para tuitear con sarcasmo: «Yo veo muy agresivo al presidente. Creo que sí es otro».

No obstante, otros colegas se mostraron mucho más iracundos. Así lo referencia Juan Pablo Becerra-Acosta M. en su columna «AMLO, Adán, Jesús, Alcocer y seudoperiodistas: falsarios» (El Universal, 29.04.23). «Varios periodistas (es un decir) publicaron mentiras durante las horas de ausencia del presidente. Que si había tenido un infarto, que si un derrame cerebral, que si parálisis facial o corporal, que si estaba todo moreteado porque se había golpeado el rostro durante su desmayo. Una bacanal de falsedades. Todo sin confirmar ni verificar. ¿Cuándo van a aprender que más vale perder diez notas que ganar un soberano desmentido? Nunca. Los han refutado sonoramente una y otra vez a lo largo de los años y nada, no les importa, porque su cinismo es proporcional a su desmedido ego y a su codicia de clics».

Contradicciones

La urgencia —no del todo justificable— por minimizar lo sucedido hizo ver muy mal al gabinete del presidente. El secretismo o burdo solapamiento con que se intentó manejar el percance imita las peores estrategias de los países bajo régimen dictatorial, donde las debilidades del caudillo, máxime si se trata de su salud, suelen ser silenciadas o tergiversadas para favorecer una imagen poderosa del mismo. Basta recordar el breve desmayo de Fidel Castro, en La Habana, el 23 de junio de 2001, tras dos horas de discurso bajo el sol y que, por falta de información oportuna y fidedigna, sus opositores ya lo hacían renunciando al cargo. Menos de una semana después, el 29, el líder de la revolución cubana encabezó a 40 mil personas en una manifestación antiestadounidense.

En el caso de López Obrador, bastaba emitir un comunicado para explicar lo sucedido, pero no fue así. Jorge Zepeda Patterson en su columna «Dejà Vú, de un “váguido”» (El Siglo de Torreón, 30.04.23) escribe: «En todos los países del mundo los que rodean al soberano (…) suelen hacer control de daños de un padecimiento que pudiese comprometer la imagen o las acciones de la institución. Pero una cosa es el control de daño y otra el ocultamiento grosero. El presidente sufrió un desmayo en una reunión entre varios colaboradores; negarlo no tenía sentido. Una mezcla de golpe de calor y de disminución de la presión, facilitada por el contagio de COVID. Bastaba decirlo».

Nunca se hizo. Quienes emitieron declaraciones por parte del Gobierno, evadieron decir la verdad sobre la salud de su jefe. Todos negaron que se hubiera desmayado: el secretario de Salud, Jorge Alcocer; el secretario de Gobernación, Adán Augusto López; y el vocero del Gobierno, Jesús Ramírez Cuevas.

«El presidente se encuentra aislado y recuperándose aquí en Palacio Nacional. El sábado en la noche (22 de abril), domingo en la mañana tenía síntomas de un resfriado. Se procedió a practicarle pruebas de COVID-19 e influenza… Como a las 4 de la tarde el resultado arrojó positividad de COVID-19. No hubo ningún traslado de emergencia. No hubo ningún desvanecimiento como algunos han pretendido hacer creer», fueron las palabras de Augusto López en la mañana del 24 de abril.

Otra vez, tuvo que ser el propio López Obrador quien saliera a aclarar la situación. Esta vez mediante un video, publicado el 26 de abril, para que «amigos y opositores» se convencieran de que estaba bien, negar las versiones de periodistas que dijeron que tenía un derrame cerebral y, a la par, desmentir las declaraciones de sus voceros. «Estoy bien, tengo COVID. Se me complicó porque me fui a una gira muy intensa que inicié en Veracruz», aseguró. E4

La Habana, 1975. Escritor, editor y periodista. Es autor de los libros El nieto del lobo, (Pen)últimas palabras, A escondidas de la memoria e Historias de la corte sana. Textos suyos han aparecido en diferentes medios de comunicación nacionales e internacionales. Actualmente es columnista de Espacio 4 y de la revista hispanoamericana de cultura Otrolunes.

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