El dolor nos preocupa a diario. Solemos rechazarlo. Analizaremos a continuación el planteamiento schopenhaueriano en torno al sufrimiento y los caminos de salvación que el filósofo alemán propone.
Schopenhauer concibió el mundo como fenómeno, es decir, como representación. Inspirado en Kant, piensa que todo lo que vemos, fenomenológicamente, es representación. Y que para dar con la «cosa en sí», con el «noúmeno», es necesario rasgar el «velo de Maya» y descubrir entonces a la voluntad. Esta voluntad es ciega e irracional. Esta irracionalidad, este deseo insatisfecho, se traduce en dolor. La vida como disputa es la causa del sufrimiento en el mundo.
El deseo insatisfecho produce sufrimiento. El deseo colmado genera hastío. En El mundo como voluntad y representación, Schopenhauer señala, contundente: «La vida, como péndulo, oscila constantemente entre el dolor y el hastío, que son en realidad sus elementos constitutivos». El sufrimiento es propio del pueblo. El aburrimiento, de las clases acomodadas. Este pesimismo, que no realismo, se ve acotado por la afirmación de la voluntad de vivir contra viento y marea.
El pesimismo se percibe en toda su crudeza en frases como las siguientes: «La desdicha general es la regla; sólo el dolor es positivo; la felicidad de una vida está siempre en el futuro o en el pasado; la vida no se presenta de manera alguna como un regalo que debemos disfrutar, sino como un deber, una tarea que tenemos que cumplir a fuerza de trabajo; querer es esencialmente sufrir, y como vivir es querer, toda vida es por esencia dolor, y la historia de una vida es siempre la historia de un sufrimiento». A propósito de esto último, asalta a mi memoria la novela de Mario Vargas Llosa intitulada Los cachorros. La trama es sencilla: Cuéllar, nuestro personaje, estudia en un colegio católico; en un momento dado se ve atacado por un perro, Judas, que le cercena sus genitales; el bullying hace su aparición, sus compañeros lo apodan ahora Pichulita, en referencia a su miembro viril mutilado; el resto de su vida es un sufrimiento inenarrable que recoge el grito de Helena Rojo, «¿qué te pasó?», en la película inspirada en la novela del peruano-español. La historia de una vida, la de Cuéllar, es la historia de un sufrimiento, de las consecuencias de una castración. Pichulita podrá recitar y hacer propio el poema de Becker: «Mi vida es un erial, flor que toco se deshoja, que en mi camino fatal, alguien va sembrando el mal, para que yo lo recoja».
En la propuesta de liberación del dolor del filósofo alemán, se alcanza a percibir la influencia del budismo. Se persigue la anulación del deseo para que cese el dolor. Volveremos sobre esto párrafos abajo. Hagamos un breve repaso de algunas de las soluciones que explora Schopenhauer y de su mirada crítica al respecto. Se intenta afirmar la voluntad de vivir con el suicidio, con la conservación de la vida o con la reproducción sexual. El suicidio niega la vida individual, pero afirma la vida universal, la vida de la especie. Cierto budismo nos habla de ello, de fundirnos con el cosmos una vez que nos hemos deshecho de esta vida miserable. La conservación de la vida es la forma más débil de llevar a cabo la afirmación positiva de la voluntad de vivir, es un tanto animal. Por el acto sexual se afirma la voluntad de vivir en la reproducción. Recordemos que para el autor de Parerga y Paralipómena la finalidad sexual por antonomasia es la reproducción. Schopenhauer desprecia la finalidad unitiva o gozosa del acto amatorio.
No contento con las anteriores vías de liberación, el filósofo alemán sostiene que con el arte se anula la voluntad y el dolor, pero su efecto es breve y raro. Por lo tanto, tenemos que seguir buscando el camino ideal de redención. Ahora nos dice que la justicia puede suprimir la voluntad de vivir. Sin embargo, hay que superar la justicia, por imperfecta, con la bondad, en particular, con la compasión. Recordemos de paso que Schopenhauer intenta fundamentar su ética en la compasión. Señala a continuación que como la compasión implica «padecer», hay que transitar hacia la ascesis para lograr la negación de la voluntad de vivir. Esta ascesis implica la castidad. Lo que pretende nuestro filósofo es que la «voluntas» devenga «noluntas» para lograr la redención. Así la voluntad queda reducida a nada y el dolor desaparece. Otra vez el budismo.
La anulación del deseo, esa utopía budista, que parece imposible de realizar, obliga al filósofo alemán a proponer como solución que el tiempo que transcurre entre el deseo y su satisfacción no sea corto, ni largo, para que de este modo el dolor se esfume. San Francisco de Asís ofrece como fórmula infalible atenuar el deseo, que no anularlo: «deseo poco y lo poco que deseo, lo deseo poco». Y es que, para Schopenhauer y para el budismo, la causa del dolor es el deseo. «El deseo lo enturbia todo», aseguran los orientales.
El pesimismo schopenhaueriano, que parece confirmado al final de El mundo como voluntad y representación, debe ser sustituido por un optimismo crítico o por un «meliorismo» que espera que todo mejore, y cree que todo puede mejorar. La liberación del dolor sigue siendo una utopía irrealizable. La ciencia avanza, la medicina y la psicología ponen de su parte, el budismo pone de su parte, pero el sufrimiento sigue ahí, dándole lata a nuestro sistema nervioso central.
Referencias:
Schopenhauer, Arthur, La sabiduría de la vida. En torno a la filosofía. El amor, las mujeres, la muerte y otros temas,Trad. de Eduardo González Blanco, Porrúa, «Sepan cuantos…», No. 455, 3ª. edición, México, 1998.
Schopenhauer, Arthur, El mundo como voluntad y representación,Trad. de Eduardo Ovejero y Maury, Porrúa, «Sepan cuantos…», No. 419, 5ª. edición, México, 1998.