He visto recientemente muchos casos cuyos síntomas principales son mareo y decaimiento general, con signos vitales normales, estudios básicos generales de sangre y orina normales, tratados con diferentes medicamentos, calmantes del mareo y multivitamínicos sin resultados satisfactorios. Ah, y algunas de esas gentes temen que sea COVID-19.
La gran mayoría son de edad avanzada, pero también he visto adultos jóvenes con semejante sintomatología, en tiempos de canícula lo atribuí a dos fenómenos principales: los tremendos calorones que producen varios grados de deshidratación con tendencia a disminuir la presión arterial y el flujo sanguíneo cerebral; y el pánico con ansiedad desencadenado por el confinamiento y a enfermar de COVID, o mejor dicho a «que lo enfermen», pues ahora con cualquier síntoma se diagnostica COVID.
Pero además hay casos clínicos que forman parte de la contingencia actual: las secuelas.
Sanados de COVID-19 arrastran secuelas. Médicos urgen medidas de atención a recuperados, reza la cabeza de nota de este diario nacional, y menciona algunos datos dignos de comentarse: «Los hospitalizados por coronavirus que ya fueron dados de alta padecen daños a su sistema respiratorio, pero también a órganos como corazón, hígado, riñones y cerebro; estos efectos pueden incapacitar a los pacientes durante meses o años, advierten expertos en salud».
¿Por qué hablan de meses o años si todavía no termina el problema y obviamente ningún recuperado de COVID tiene años con tales secuelas? Eso solo aumenta el pánico.
Continuamos con la nota: «Los expertos calculan que siete de cada diez recuperados padecen insomnio, dolor de cabeza, caída del cabello, debilidad, fatiga, disnea, problemas de concentración o memoria. También hipertensión arterial pulmonar y, quizá, una inflamación persistente en el músculo cardiaco que podría derivar en muerte repentina».
Tal exageración aumenta el pánico. Aunque pudiera suceder, la mayoría de los muertos por COVID ya tenían alguna lesión predisponente: diabetes, arterioesclerosis senil, enfisema pulmonar por tabaquismo. Entonces, esas «secuelas» no son exclusivas de COVID.
Ahora bien, debo comentar que todos estos síntomas los veo casi a diario por mera ansiedad infundida en los pacientes, por síntomas psicosomáticos.
Aquí otra explicación: Todos los síntomas mencionados también se encuentran en numerosos pacientes a los que por sospecha de COVID y sin los síntomas típicos, los someten a tratamiento «preventivo» con dosis exageradas de betametasona, dexametasona y prednisona, cuyos efectos colaterales son alteraciones al sistema nervioso, al músculo esquelético, y prácticamente de todos los órganos y sus funciones, síntomas que describen en pacientes que estuvieron graves de COVID, pero que observo en personas sin COVID, y tal vez en casos sospechosos y leves, pero sometidos a tratamiento, que incluye derivados de la cortisona.
«Una paciente pensó que luego de los 61 días que pasó en el hospital, 49 en terapia intensiva, debatiéndose a veces entre la vida y la muerte, había pasado lo peor, pues ya había vencido al nuevo coronavirus, pero no fue así. Dos meses después de su regreso del hospital, aún se levanta cansada y con rigidez en piernas y manos. Su marcha aún es lenta. Con «dolor de los pulmones», dice esta mujer al periodista y esta queja la he oido a varios pacientes sin haber padecido COVID grave en terapia intensiva.
¿Serán secuelas del COVID, de los medicamentos como la cortisona o de ambos?
Por cierto, los pulmones no duelen, aunque tengan una caverna tuberculosa llena de pus. Los pulmones no tienen fibras nerviosas sensitivas. El dolor de espalda se debe a dolor muscular y en esto influyen los derivados de la cortisona que provocan inflamación y debilidad muscular (miositis) generalizada, que en parte explica la falta de aire.
¿Por qué la cortisona es tan tóxica? La explicación radica en conocer que la diferencia entre un veneno y un medicamento es la dosis. La prednisona por ejemplo es cinco veces más potente que el cortisol y la dosis diaria varía de 5 a 60 miligramos diarios y su acción dura de 12 a 36 horas.
La betametasona, es 25 veces más potente que el cortisol, la dosis diaria es hasta 8 miligramos y su duración de acción es prolongada de 36 a 72 horas (3 días)
La dexametasona también es 25 veces más potente que el cortisol, con 36 a 72 (3 días) de duración de sus efectos, con dosis diaria de 8 miligramos promedio.
Ahora bien, la dexametasona es la de más frecuente uso en estos casos. Se indican 8 miligramos diarios cada 24 horas y su acción se prolonga por 72 horas, al cuarto día de aplicación fácilmente ya tiene tres veces la necesaria; debía aplicarse un día sí, y dos no. Igual con la betametasona. Y a muchos pacientes les aplican las dos ampolletas diarias. Fácilmente se deduce que reciben hasta cinco veces las dosis necesarias; lo cual provocará serios efectos colaterales, principalmente en nervios y músculo esquelético.
Lea Yatrogenia