Sembradores de vientos

Los periodistas no morirán de hambre como lo desea Alejandro Moreno, quien pasa sus últimos días en la presidencia del PRI; el moribundo, de inanición, es su partido por falta de votos. El tándem Moreno-Rubén Moreira fracasó en redondo en los comicios del 5 de junio pasado. Cuando los porros tomaron las riendas, el PRI gobernaba 13 estados, hoy solo tiene dos (Coahuila y Estado de México). Sin la alianza con el PAN, el triunfo en Durango habría sido imposible. La derrota más sonada es la de Hidalgo, tumba política de Moreira y de su esposa Carolina Viggiano, candidata de «Va por México». La ciudadanía le dio con la puerta en las narices al moreirato al cual Coahuila debe su ruina y el envilecimiento del servicio público.

Las victorias de Morena en Hidalgo, Oaxaca, Tamaulipas y Quintana Roo son importantes, pues con ellas sumará 22 estados bajo su bandera. Pero lo son más aún por el peso demográfico del conjunto: 12.5 millones de habitantes de acuerdo con el último censo. En Aguascalientes y Durango residen 3.2 millones personas. La base electoral y el voto potencial de cada partido prefiguran el resultado de las siguientes elecciones. La ventaja de Morena para la sucesión de 2024 parece irremontable. No por los aciertos del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, inexistentes en los sectores más sensibles (economía, seguridad, salud, justicia y desarrollo humano), sino por la conducción política de un presidente confiable, cercano al pueblo, y la atonía de las oposiciones.

La derrota de Moreira y su mujer, y la alternancia en Hidalgo, tienen ribetes futuristas en Coahuila, donde los desmanes del clan (deuda por 40 mil millones de pesos, empresas fantasma, masacres denunciadas en la Corte Penal Internacional— y violaciones sistemáticas a los derechos humanos) permanecen impunes. El moreirato funcionó en Coahuila, pues lo dominaba todo: Las finanzas, el Congreso, el Tribunal Superior de Justicia, los órganos «autónomos», las cámaras patronales y sectores de la prensa cada vez más amplios. Incluso recurrió al terror con sus policías siniestras (Fuerza Coahuila y otras invenciones) dedicadas a intimidar a los ciudadanos y a perseguir a los opositores políticos y religiosos como el obispo Raúl Vera y a la activista Jackie Campbell, y a quienes, dentro de órbita, disentían.

Sin todos esos componentes y complicidades, la aureola se hace añicos, desaparece. Vendedores de humo, los Moreira han demostrado ser incapaces de ganar siquiera una diputación plurinominal, como le sucedió al petulante exlíder del PRI; y menos aún fuera del estado. Los hidalguenses han dado ejemplo de valor y dignidad a los coahuilenses. La alternancia es posible cuando se prescinde de orejeras y deja de verse al estado como una isla anclada en un pasado irremediable. También, cuando se pierde el miedo a los déspotas y se antepone el interés colectivo al individual; cuando deja de quemarse incienso al poderoso de turno y se le somete al imperio de la Ley.

Tras la humillación en Hidalgo y la resonancia nacional del fracaso, el energúmeno deberá lidiar con crisis políticas y emocionales en su entorno fraternal y familiar. A su hermano Humberto no le perdonará jamás haberse regodeado por anticipado en la derrota de la candidata Viggiano ni haberlo llamado «delincuente electoral». El deslinde de ella de la marca fue tardío e inverosímil; en otro tiempo lo ostentó, pero después le resultó gravoso. Sembradores de vientos, los Moreira empiezan a cosechar tempestades. Conviene releer a Giulio Andreotti: «El poder desgasta sobre todo cuando no se tiene».

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