Sin control sexoservidoras en Saltillo

Autoridades hacen la vista gorda ante el auge de esta práctica en pleno centro de la ciudad. Adultos mayores nutren la cartera de clientes

¿Autonomía o necesidad a toda costa?

Lo último que el poeta Manuel Acuña hubiese querido es que su nombre, usualmente vinculado al amor, la poesía y el romanticismo, se viera emparentado con el de la pasión carnal en su nivel más burdo y capitalista: la prostitución. Desafortunadamente para el autor de «Nocturno a Rosario» eso sucede actualmente en Saltillo pues la plaza que lleva su nombre, con el paso de los años y la olímpica indiferencia de los agentes del orden, se ha convertido en el escenario idóneo para que sexoservidoras informales encuentren a sus clientes.

Las hay que provienen de la propia capital coahuilense, pero también abundan de otros estados como Nuevo León, Oaxaca, Chiapas e incluso de naciones centroamericanas. Si bien las autoridades no tienen registrado el número exacto de sexoservidoras que se dan cita en esta plaza, Salvador Rodríguez, expresidente de los comerciantes del Centro Histórico, estima que son alrededor de 150.

Contrario a lo que puede pensarse, no son jóvenes fiesteros los que acuden al lugar para desfogar sus ardores sexuales. Por el contrario, los clientes asiduos resultan ser adultos mayores —de 65 años o más— dispuestos a pagar un mínimo de 100 a 200 pesos por los servicios de las llamadas «damas de la vida alegre».

Luis Alfonso Carrillo, director de salud Pública de Saltillo, asegura que las autoridades están al tanto de lo que sucede en la Plaza Manuel Acuña, pero dado que no se establece una denuncia directa o una investigación oficial, nadie puede ser requerido o molestado. Las únicas detenciones que se han efectuado se deben a faltas administrativas como alterar el orden público.

El problema es que mientras los encargados de velar por el orden en la ciudad no tomen cartas en el asunto, las personas que contratan estas prestaciones sexuales corren el riesgo de contraer —y luego propagar—enfermedades de transmisión sexual (ETS) como el sida, sífilis, gonorrea u otras similares que, de no atenderse a tiempo, les puede costar la vida o causar esterilidad.

Trata de personas

La vinculación entre la prostitución y la trata de personas ha adquirido mayor visibilidad en los últimos años, revelando un complejo entramado de explotación y violación de derechos humanos. Aunque la prostitución, en su forma más simple, se define como la práctica de mantener relaciones sexuales a cambio de una compensación económica, detrás de esta definición se esconde una realidad mucho más cruda, donde muchas personas se ven forzadas a entrar en este mundo no por elección, sino por coerción.

Es aquí donde entra en juego la trata de personas, definida por la ONU como «el reclutamiento, transporte, traslado, acogida o recepción de personas, recurriendo a la amenaza o al uso de la fuerza u otras formas de coacción, de rapto, de fraude, de engaño, de abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad».

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que casi el 80% de las personas víctimas de trata son explotadas sexualmente, y la mayoría de estas personas son forzadas a laborar como sexoservidoras. La trata con fines de explotación sexual no solo abarca el tráfico internacional de personas, sino también el reclutamiento y explotación dentro de los propios países.

Los métodos de captación son diversos y van desde el engaño con promesas de empleo legítimo hasta el secuestro y la violencia directa. Usualmente, las víctimas son personas en situación de vulnerabilidad: mujeres jóvenes de regiones empobrecidas, migrantes y menores de edad. Una vez captadas, estas personas son despojadas de su libertad y obligadas a prostituirse bajo amenazas, violencia física y psicológica, y otras formas de coacción.

La lucha contra la trata de personas en el contexto de la prostitución requiere una aproximación multidimensional. Es crucial fortalecer las leyes y políticas que protegen a las víctimas, garantizar su acceso a servicios de apoyo y reintegración, y llevar a cabo campañas de sensibilización para reducir la demanda de prostitución. Además, es esencial una cooperación internacional efectiva para desmantelar las redes transnacionales de trata y explotación.

Legalización y regulación

A la prostitución se le llama, eufemísticamente, la profesión más antigua del mundo, y puede que lo sea, sin embargo, hoy dista mucho de ser tratada como siglos atrás. Por citar un par de ejemplos, Países Bajos, en 2000, decretó esta práctica como una ocupación legal y regulada. Las trabajadoras sexuales deben registrarse y cumplir con ciertos requisitos establecidos por el Gobierno. Además, hay una regulación estricta en cuanto a la salud, los derechos laborales y la protección de las mismas. Alemania hizo otro tanto en 2002. Con esta decisión, se otorgó a las sexoservidoras idénticos derechos y protecciones que cualquier otro empleado.

Australia, Italia y otras naciones han seguido la misma línea estableciendo áreas designadas —los conocidos «distritos rojos»— donde la prostitución es reglamentada y monitoreada de cerca. Las trabajadoras sexuales deben registrarse y cumplir ciertos requisitos para operar legalmente. Esto incluye pruebas de salud regulares para prevenir enfermedades. Además, se implementan normas de seguridad en aras de proteger tanto a las sexoservidoras como a sus clientes. Gracias a ello se puede incluir la promoción del uso de preservativos y la prevención de la violencia.

En estas naciones las trabajadoras sexuales pagan impuestos sobre sus ingresos, mientras otros países ofrecen beneficios sociales y acceso a servicios de salud. También cuentan con programas para que puedan cambiar de profesión y mejorar su calidad de vida que, junto a talleres grupales o terapia de apoyo individual, ayudan a la reinserción de las mujeres que practican este oficio en otro campo laboral.

Saltillo está a años luz de esta realidad —común para múltiples ciudades de países desarrollados económica, cultural y socialmente—. En la Plaza Manuel Acuña cada quien lucha por su territorio y su cliente. Las autoridades policiales no cuentan y las sanitarias mucho menos. Es cuestión de tiempo para que los riesgos de salud se conviertan en hechos consumados y los malos presagios se tornen verdad absoluta.

Hasta que no ocurra la primera infección o el primer deceso, todo seguirá sin cambios. Para el transeúnte casual que por allí paseé, la escena puede reducirse al encuentro fortuito de unos mansos viejecillos que comparten anécdotas y risas con unas señoras de maquillaje exagerado. No faltará entonces quien trastoque los versos del poeta hasta convertirlos en anuncio publicitario:

«Cuando tu broche apenas se entreabría

para aspirar la dicha y el contento» E4


¿Autonomía o necesidad a toda costa?

En el informe «Trabajo Sexual, derechos y no discriminación», publicado por el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México (Copred) se especifica que «entender el trabajo sexual desde el principio de autonomía significa entender que quienes lo ejercen son agentes morales que pueden tomar decisiones sobre su cuerpo y cómo ganarse la vida con él».

En una encuesta desarrollada por el mismo Consejo más de la mitad de las sexoservidoras respondió que estaba en el oficio porque era su principal ingreso; seguido de «por necesidad»; en tercer lugar, por la flexibilidad en el horario y días; en cuarto «porque es una fuente de ingresos extra»; y hubo un 5.4% que respondió «porque me gusta».

Advierte el informe que «aún y dejando lo anterior claro, el centrarse tanto la discusión y duda en la autonomía, se pierde de vista la precarización laboral actual y la falta de oportunidades en general. Ante la pregunta “¿Te gustaría dejar el trabajo sexual?”, el 45.3% dijo que sí y 31.4% que no sabía».

Y concluye el estudio: «A lo largo de la historia se ha preferido pensar siempre en las personas que ejercen el trabajo sexual como objetos de intervención, antes que como sujetas de derechos, capaces de decidir sobre su propio cuerpo y desarrollar libremente su trabajo. (…) Es por ello que, la distinción clara y contundente entre trata y trabajo sexual resulta clave para adoptar respuestas inclusivas que contengan un enfoque de derechos hacia las necesidades diferenciadas de las personas que ejercen el oficio de manera autónoma». E4

La Habana, 1975. Escritor, editor y periodista. Es autor de los libros El nieto del lobo, (Pen)últimas palabras, A escondidas de la memoria e Historias de la corte sana. Textos suyos han aparecido en diferentes medios de comunicación nacionales e internacionales. Actualmente es columnista de Espacio 4 y de la revista hispanoamericana de cultura Otrolunes.

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