Síndrome de opinar sin saber

¿Has visto a un hombre que se tiene por sabio? Más esperanza hay para un necio que para él.

Proverbios 26:12

30 de octubre de 1810, en el Monte de las Cruces, a escasos kilómetros de la capital del Virreinato de la Nueva España, ochenta mil insurgentes comandados por Miguel Hidalgo destruyeron las últimas tropas realistas dejando indefensa aquella ante el empuje revolucionario. Hidalgo, de manera incompresible para muchos, ordenó la retirada de las huestes independentistas sin tocar la Ciudad de México.

A lo largo de la historia, muchos supuestos «investigadores» acusaron al Padre de la Patria de haber prolongado la guerra de independencia por su decisión de no entrar a la inerme ciudad. El problema humano se ubica en no conocer todas las circunstancias de los hechos, simplemente escuchar que alguien critica y de inmediato lanzarse a la yugular del acusado, en este caso, Hidalgo, incluso hubo quienes lo acusaron de complicidad con el Virrey y peor aún, muchos lo creyeron.

Hidalgo había vivido un mes antes en carne propia la toma de la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato, un menor número de insurrectos masacraron a los españoles que ahí habitaban, además de asaltar y destruir la ciudad. Esa imagen estaba viva en su mente y conciencia cuando ordenó la retirada. Lo que deberíamos preguntarnos es: ¿que era para Miguel Hidalgo lo valioso? ¿La vida humana o la toma de la ciudad? Los irresponsables ignorantes no son capaces de cuestionarse estos dilemas éticos y embisten para destruir. Finalmente cayó la Ciudad de México sin batalla ni muertos.

¿Por qué cuanto menos sabemos, más creemos saber?

El síndrome Dunning-Kruger es una tendencia de personas con baja capacidad intelectual en un área específica que creen poseer habilidades innatas asombrosas. Estudiosos la resumen como: «La relación entre estupidez y vanidad, según la cual individuos con escaso nivel intelectual y cultural tienden sistemáticamente a pensar que saben más de lo que saben y a considerarse más inteligentes de lo que realmente son». Resulta que cuanto menos sabemos, más creemos saber. Sobrestimar habilidades, capacidades y conocimientos que no poseemos nos convierten en enfermos ultracrepidianos: (personas que opinan sobre todo lo que escuchan sin tener idea, pero pensando que saben mucho más que los demás).

Las víctimas de este síntoma van más allá de simplemente ofrecer opiniones o sugerencias; intentan imponer sus ideas, las exhiben como verdades absolutas y buscan hacer ver a los demás como incompetentes e ignorantes: son personas de pensamientos muy rígidos. Hace días una paleta senadora se atrevió a hablar de petroquímica, quiso ofrecer cátedra en la tribuna y solo dio lástima, rápidamente la corrigieron los expertos, pero ella, ni se inmutó, siguió mintiendo. Por ello los autores de este estudio psicológico aseguran que cuanto mayor es la incompetencia de una persona, menos consciente es de ella e incapaz de detectar y reconocer su torpeza.

El efecto Dunning-Kruger puede apreciarse en cualquier actividad social: hinchas de un equipo deportivo que creen saber más que el entrenador y determinan los errores de una derrota, asegurando que ellos sí hubieran ganado. Estudios demuestran que el 80% de los conductores se califican a sí mismos como excelentes, criticando a todos los demás. Multitud de enfermos consultan sus síntomas en internet y entonces creen saber más que su médico. Personas que escuchan una grabación artística y creen que ellos actuarían, tocarían o cantarían mejor que los virtuosos del arte. En escritura, quienes nos atrevemos a disertar, creemos saber todo sobre ortografía o redacción y de los temas que abordamos, sin ser conscientes de nuestras limitaciones. Yo mismo. En la diplomacia mundial se sobreentiende claramente que un jefe de Estado dialogue en el idioma oficial de su país, para ello existen intérpretes, esto, aunque conociera el lenguaje del dialogante; pero cretinos ignorantes quieren que el funcionario converse en el idioma del otro estadista. Ello me recuerda a un expresidente mexicano al que le escribieron un discurso con las palabras en inglés como se pronuncian, no como se escriben, tras fallidos intentos al leerlo, causando hilaridad tan grotesco acto, concluyó en español. Ciertamente hacer el ridículo es un derecho humano y todos podemos ejercerlo libremente, pero ¿por qué abusar de él?

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