Sociedad civil silenciada

La concepción moderna de la democracia se sustenta en el grado de institucionalización de las libertades ciudadanas, la aceptación y cumplimiento de los derechos humanos, de igualdad ante la ley y la equidad social en la distribución de la riqueza; es decir, logros esenciales y legítimos a que toda sociedad aspira.

En otras palabras, para que una democracia alcance noción de existencia no basta contar con estructuras jurídicas constitucionales, tampoco con que existan reglas y procedimientos que definen las maneras como debe funcionar un Gobierno; en realidad es preciso que, junto a ellas, participen las instituciones, las organizaciones, las asociaciones, los partidos políticos y todas las fuerzas de la sociedad en un pluralismo participativo que afiance las estructuras e instituciones afines a la construcción de una democracia real.

Es decir, una democracia se construye a través del reconocimiento de organizaciones e instituciones porque ellas abarcan aspectos importantes para el crecimiento y desarrollo económico y social, el fortalecimiento de la paz y la soberanía de los pueblos.

La consecuencia de ello no es asunto menor pues, en la práctica, se tiene un Gobierno sólido basado en el consentimiento de la ciudadanía (no el pueblo, sino ciudadanía). Un Gobierno surgido así, de la mayoría ciudadana, debe arrojar como resultado concreto el respeto a los derechos de la minoría, la garantía de los derechos humanos básicos, elecciones libres y justas, igualdad ante la ley, el debido proceso de ley, límites constitucionales al Gobierno mismo, pluralismo social y político, así como valores de tolerancia, cooperación y concertación.

Todo eso es democracia que, sin embargo, no se agota ahí porque la democracia es un proceso inacabable, una forma de vida que se distingue por el trabajo conjunto, la cooperación, el avenimiento y la tolerancia entre todos los ciudadanos. Es decir, la expresión democrática no la construye el Gobierno, sino la ciudadanía.

La democracia en México es una opción política particularmente cancelada. A ello ha contribuido la particular forma en que se organiza la administración pública. Sus métodos de dirección administrativa la han convertido en una burocracia arrogante que, además, comete el error de ejercer un exceso de centralización. Justamente eso ha impedido que la ciudadanía despliegue toda su iniciativa creadora.

El Estado mexicano en manos de Andrés Manuel ha perdido totalmente el rumbo de la dirección profesional, científica, de la sociedad. A ello ha contribuido la existencia nociva de una corte de funcionarios serviles, con vocación de lacayos, que, por pertenecer a la nomenclatura del partido en el poder, se limitan a cumplir las orientaciones que dicta el presidente (semejante a lo que hacía el buró político del Partido Comunista Soviético) bajo el principio de mantener la unidad política e ideológica en torno a las decisiones que se toman en el proceso de la cuarta transformación.

Estos estereotipos políticos e ideológicos han conducido a que la sociedad adopte una postura indiferente, y a veces acomodaticia también, frente a los problemas que se le presentan y la solución de los mismos pues se ha arraigado la creencia de que el criterio de la verdad y la orientación correcta sólo pueden venir de la dirección máxima.

El problema es con esas prácticas, la sociedad civil ha sido silenciada y marginada del proceso de construcción de una sociedad verdaderamente democrática al socavar paulatinamente los escenarios de participación ciudadana.

El Gobierno de Andrés Manuel y su corte que lo acompañan ignora a propósito que la sociedad civil es una fuerza que da respuesta a la tentación de acaparar un poder absoluto; no quiere saber que la sociedad civil es una expresión de la cultura universal de los pueblos, de la pluralidad, de la diversidad. Se resiste a reconocer que la sociedad civil es el lugar idóneo para el debate de la res pública.

Pero al Gobierno del presidente Andrés Manuel no le interesa la sociedad civil, a esa es mejor acotarla porque su participación supone siempre un cuestionamiento y una crítica respecto del quehacer político. Al presidente le interesa el pueblo, masa anónima y manipulable que puede ampliar los cantos laudatorios que ya realiza los sumisos bajo su control.

Por eso, sin el menor pudor, el presidente mantiene una permanente actitud beligerante ante toda posible voz crítica ciudadana; por eso también, con la misma ausencia de pudor, el secretario de gobernación puede decirles tontos a los norteños de Nuevo León porque no se suman al concierto de laudes a la administración federal.

No se diga de los diputados y senadores de Morena, la dirigencia del partido hegemónico y las corcholatas rastreras que aspiran a la presidencia, arremeten contra toda voz ciudadana que desentona con el discurso monótono de la sumisión. Y lo hacen a través de ejercer un poder que les da protección, la mentira descarada, la violación de las leyes y la promulgación de marcos jurídicos hechos a la medida a fin de crear dinastías de poder que perpetúen la existencia de un proyecto sin visión de Estado.

Mientras tanto el país se desvanece bajo las balas de los cárteles que asolan el territorio entero, los feminicidios imparables, el aumento de la pobreza, el problema migrante, la falta de medicamentos en un sector salud que ya no protege, la inflación, el rezago educativo, la creciente militarización que abre el umbral de la dictadura.

Pero eso claro, al Gobierno parece no interesarle. Su proyecto transformador está puesto en otros objetivos más inmediatos, muy personales y, sobre todo, sumamente productivos: en lo económico y en la concentración de poder.

Pero la sociedad civil sigue ahí, instalada en una posición estratégica que se ubica entre el Estado, el mercado y la sociedad en general. Eso le permite, sin duda, ejercer una función de elevada repercusión en el proceso de fortalecimiento y renovación de la democracia, la apertura hacia la diversidad cultural y la gestión política, particularmente importante en un país tan reticente al diálogo.

La pregunta es ¿serán los políticos que hoy gobiernan capaces de atisbar siquiera esa oportunidad de avance que significa tener una sociedad civil fuerte, autónoma, para objetivar las fallas de un Gobierno sin entrar en conflicto? Quién sabe.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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