Si tiene duda, pregunte, no suponga. Muchos pacientes han utilizado esta lógica reflexión.
En mis 50 años de «matasanos» cientos de pacientes me han preguntado cómo quitarse la vida o acelerar la muerte con el fin de dejar de sufrir sus males. Algunos hasta me han solicitado una receta de algún fármaco que los libere de inmediato de la tortura física o emocional o ambas. Otros, físicamente sanos, son los casos más dramáticos, a quienes yo enjuicio como muy valientes, justo medio aristotélico, entre el cobarde y el temerario. Reconozco el derecho inalienable a que cada individuo disponga de su cuerpo como mejor le parezca, en cuanto no cause daños a terceros. Los pacientes han sido variopintos: con enfermedades graves, agudas o en fase terminal, curables o incurables, jóvenes y adultos, y adultos muy adultos, sin importar género o tendencias sexuales, títulos académicos, credo político o religioso ni estrato social ni económico, fifís o chairos, negros o blancos…
El controvertido siquiatra Thomas Szasz, aborda la ética y política del suicidio con muchos conceptos, argumentos juicios y reflexiones con los cuales me identifico y que he comentado en varias entregas.
Los siguientes textos son un resumen y comentarios personales de la introducción del libro: Libertad fatal, ética y política del suicidio, referido en el siguiente enlace:
https://proletarios.org/books/Thomas-Szasz-Libertad_fatal.pdf
y en El mito de la enfermedad mental, del mismo autor:
https://www.academia.edu/9804741/El_mito_de_la_enfermedad_mental_Szasz_Thomas
El suicidio es un hecho que forma parte de la naturaleza humana. Debe analizarse en relación con el contexto histórico social en el que se presenta, contexto variable geográfica e históricamente. Lo que explica que haya sido moralmente aceptado.
Johann Wolfgang von Goethe comenta: «Cicerón dejó escrito que siempre estudiaba los argumentos de sus adversarios con la misma intensidad que los suyos, sino mayor. Lo que Cicerón practicaba como el medio para el éxito legal debería ser imitado por todos aquellos que estudian una cuestión para poder llegar a la verdad. Aquel que solo conoce su parte de una cuestión, sabe muy poco de ella».
John Stuart Mill (1806-1873) nos escribe: «Más allá de la sencilla máxima de Goethe, se encuentra una profunda verdad: la muerte voluntaria es una “elección”intrínseca a la existencia humana. Es nuestra última y definitiva libertad». Pero hoy los ciudadanos de a pie no ven así la muerte voluntaria: creen que nadie en su sano juicio se quita la vida, que el suicidio es un problema de salud mental. Tras esa creencia, se encuentra una evasión explícita que consiste en apoyarse en los médicos para la prevención, prescripción y provisión del suicidio y así evitar el tema. Es una evasión letal para la libertad.
»Nosotros los médicos no podemos prevenir el suicidio porque es una decisión personal que ni siquiera los familiares más cercanos pueden evitar. Si acaso asistimos al suicida cuando ya está intoxicado con algún sedante, por mencionar la causa más frecuente.
»Recordemos que no hace mucho tiempo los ciudadanos de a pie creían que la masturbación, la homosexualidad, el sexo oral y otros “actos antinaturales” eran problemas médicos de cuya solución se encargaba la medicina (…) Uno de los objetivos que me propongo en este libro —continúa Szasz— es contribuir a que aceptemos con comodidad el suicidio, que hablemos de él con tranquilidad y que distingamos claramente entre describir y condenar (o recomendar) la muerte voluntaria. Para conseguirlo, debemos desmedicalizar y desestigmatizar la muerte voluntaria y aceptarla como un comportamiento que siempre ha formado y siempre formará parte de la historia de la humanidad. Querer morir o suicidarse es a veces digno de reproche, otras veces digno de elogio y otras ninguna de las dos cosas, pero nunca es una justificación adecuada para la coerción estatal.
»Una mayor esperanza de vida, los avances de la tecnología médica y cambios radicales en la regulación del uso de drogas y en la economía de la salud han transformado el modo en que morimos.
»Anteriormente, la mayor parte de la gente moría en casa; ahora, la mayor parte de la gente muere en un hospital. (…) los certificados de defunción que he expedido en mis cinco décadas de ejercicio profesional, han sido de pacientes con los cuales he establecido una profunda relación humana, y tanto los enfermos como sus familiares más cercanos han tomado la decisión de asistir a su ser querido en su casa, en su cama, en su jardín, en su sofá, y hasta observando un partido de futbol cubierto con una cobija con los colores y el emblema de los americanistas —por mencionar un reciente caso clínico—, usos y costumbres imposibles de disfrutar en la tétrica cama de un hospital con terapia intensiva, en donde conectan al enfermo grave a infinidad de tubos colocados en todos los orificios anatómicos y rodeado de “enmascarados disfrazados de médicos y enfermeras”, también imposibilitados burocrática y académicamente para entablar una comunicación humana médico-paciente, es decir, enmascarados anónimos con frecuencia incapaces de proporcionar palabras de consuelo, de confort, ni a los familiares del enfermo, (…)es decir, incapaces de ofrecer lo que se llama eutanasia pasiva, morir con dignidad o bien morir.
»Lo anterior puede etiquetarse como suicidio eutanásico, porque finalmente es la decisión personal de un enfermo el decidir morir sin intervención tecnológica o farmacológica alguna para prolongar una inminente agonía mortal por necesidad.
»Anteriormente, los pacientes que no podían respirar o cuyos riñones, hígado o corazón dejaban de funcionar, morían; ahora pueden ser mantenidos con vida artificial con máquinas, órganos trasplantados y drogas inmunosupresoras. Este desarrollo ha permitido que no solo podamos elegir entre vivir o morir, sino también cuándo y cómo morir. Si delegamos la responsabilidad sobre estas opciones a los profesionales médicos, estamos dando un paso de gigante hacia la pérdida de nuestros derechos elementales», afirma Szasz
Cierto. Más por afanes protagónicos y lucrativos, que por convicción humanista, la tendencia actual del gremio médico es sugerir y casi amenazar, con ropaje místico divino, que es obligatorio recurrir a toda la parafernalia tecnológica para «salvar de la muerte» al enfermo en fase terminal. El resultado es el llamado encarnizamiento terapéutico, que prolonga la vida con una pésima calidad física, emocional y económica para el enfermo y su familia.
Más, no siempre es mejor, muchas veces, mejor es nada.
Lea Yatrogenia