Taconazos, letras y música, más que un juego

La oportunidad de moldear la mentalidad y el espíritu de los niños pocas veces alcanza el objetivo a través de las políticas públicas; en Saltillo, el Centro Cultural y de Bellas Artes Santa Anita, que recién cumplió 45 años, demuestra que sí es posible

Sin el estigma de acartonamiento y seriedad que suele adjudicarse a las disciplinas artísticas como el teatro, la música o la danza clásica, entender a la cultura como el núcleo de la identidad de un país debe ser motivo suficiente para que la sociedad, en general, considere facilitar a sus niños el acceso a actividades que los conecten con sus raíces y hacerlos parte de su historia.

Entre las varias instituciones promotoras de la cultura en Saltillo, el Centro Cultural y de Bellas Artes Santa Anita, ubicado en el barrio del mismo nombre, se ha convertido en un canal de acercamiento para los jóvenes e infantes regionales, donde aprenden y practican diversas actividades artísticas y culturales.

Con 45 años de existencia, esa institución fundada el 15 de noviembre de 1976, ha servido para formar sobre todo a niños, algunos de los cuales han conseguido destacar a nivel nacional e internacional, como es el caso del joven pianista Eric Valdés Marines, quien inició su formación musical en este centro cultural, donde también se imparten talleres de danza clásica y folclórica, pintura infantil, gimnasia, guitarra, teatro, canto y violín, por mencionar algunas entre las que lo hacen destacar como centro formativo que moldea el espíritu y fortalece las capacidades artísticas de los jóvenes.

La cultura es un tópico que alude a la evolución del proceso creativo que, en su camino civilizatorio, la humanidad ha desarrollado a lo largo de su historia. Trae aparejada la globalización de los pueblos y pone de relieve la necesidad de establecer su relación con las identidades nacionales, regionales y locales…

Por cultura se entiende, básicamente, «cultivo» o «crianza» que se relaciona con un conjunto de formas de vida y de costumbres que caracterizan a los grupos humanos, a los cuales orientan decisivamente en todos los procesos de maduración intelectual y emocional.

Más formalmente, la cultura es un tópico que alude a la evolución del proceso creativo que, en su camino civilizatorio, la humanidad ha desarrollado a lo largo de su historia. Trae aparejada la globalización de los pueblos y pone de relieve la necesidad de establecer su relación con las identidades nacionales, regionales y locales, ruta formativa en la que instituciones como el Santa Anita son de gran ayuda, por sus mecanismos que promueven el desarrollo de la creatividad y el interés por preservar el patrimonio y la diversidad de pensamiento.

La niñez despierta

En México no es poco frecuente que políticos y dirigentes sociales manifiesten su interés por imitar —si nos vamos al extremo—, la realidad cultural de países como Finlandia. Empresa difícil. Un informe del diario El País, señala que el promedio de libros leídos al año por habitante en esa nación es de 47, casi uno por semana, lo cual está muy alejado de la realidad mexicana. Pero no es algo imposible de alcanzar si se trabaja en la maduración de políticas con enfoque en los niños, sobre proyectos que consoliden los canales de acceso a la cultura bajo un proceso continuo y gradual desde el interior de las propias familias.

Para el analista Lino Borroto López, de la Facultad latinoamericana de Ciencias Sociales, en el caso de los países en vías de desarrollo, y en tiempos de globalización como en el que nos encontramos, la cultura también presenta la arista de enfrentar el reto civilizatorio, donde corresponde a la educación preparar al ser humano para un determinado modo de vida basado en conocimientos científicos, técnicos y, a través del arte y la cultura, incluso de valores éticos y espirituales.

Señala que el desarrollo es un fenómeno que actúa sobre los aspectos morales e intelectuales individuales y colectivos, por lo cual la afirmación de la identidad cultural, como parte del proceso, debe ser una expresión enérgica frente a las presiones de la globalización.

Según Borroto López, en regiones como la latinoamericana, es importante tener conciencia de que, en la formación de la personalidad de los niños desde la primera infancia participa la multiculturalidad de su entorno, y ayudar a estructurarla le permitirá enfrentar los embates de banalidad y extranjerización que lo retan.

En ello, instituciones como el Santa Anita ayudan a fomentar el diseño de planes educativos para promover la creatividad y la participación de los niños en la vida cultural, enfocados en la preservación del patrimonio, en este caso principalmente a través de la difusión de la música y la danza regionales, pero abiertos a lo diverso.

Labor familiar

La familia es el núcleo esencial en la formación de la personalidad cultural. Es importante considerar que en América Latina y el Caribe las familias no constituyen un ente homogéneo, son plurales, reflejan el contexto social en el que se desarrollan, resultado de la multiculturalidad continental, donde podemos apreciar, en una primera aproximación, un panorama aparentemente uniforme en cuanto a un denominador común: la conforma una sociedad mayormente cristiana, con una cultura básicamente latina, con predominio de población hispanoparlante, con una historia común, principalmente colonizada por los pueblos ibéricos desde fines del siglo XV, hasta principios del XIX.

No obstante, tras esta similitud histórica se esconde una diversidad contrastante, generadora de una dinámica diferencial, caracterizada por el substrato étnico y cultural de los pueblos originarios, a lo que se añaden las especificidades de los colonizadores venidos de la Península Ibérica, Francia, Inglaterra y Holanda, también marcadas por su propia diversidad.

Por estas razones, en las familias de la región hay temples y sensibilidades diversas, asociadas a la variedad y amalgama de los diversos antepasados, y eso dificulta la comprensión profunda de las conductas y modalidades familiares, sobre todo cuando se aplican patrones valorativos que han funcionado en los centros hegemónicos, pero cuya validez para el tercer mundo resulta dudosa, cuestión a tener muy en cuenta a la hora de diseñar las políticas educativas para el desarrollo cultural de la primera infancia.

Más que un juego

Un niño no juega para aprender, pero aprende cuando juega. Esto mismo se podría decir con respecto al arte, la literatura y la exploración del entorno. La pintura y el dibujo, por ejemplo, son señalados en el contexto de la educación inicial como actividades a las que niñas y niños recurren para expresarse, construir mundos simbólicos y apropiarse de los objetos reales.


El juego es un reflejo de la cultura y la sociedad y en él se representan las construcciones y desarrollos de los entornos y sus contextos. Las niñas y niños juegan a lo que ven y al jugar a lo que viven resignifican su realidad. Por esta razón, el juego es considerado como medio de elaboración del mundo adulto y de formación cultural, que inicia a los pequeños en la vida de la sociedad en la cual están inmersos.

En el juego hay un gran placer por representar la realidad vivida de acuerdo con las propias interpretaciones, y por tener el control para modificar o resignificar esa realidad según los deseos de quien juega. Los niños representan en su juego la cultura en la que crecen y se desenvuelven. Desde esta perspectiva, el juego les permite aproximarse a su realidad.


Del arrullo a la palabra

En el proceso formativo, en lo que respecta a la literatura, los infantes son especialmente sensibles a las sonoridades de las palabras y a sus múltiples sentidos, comenta el catedrático Juan Cervera Borrás. En un artículo publicado en cervantesvirtual.com, plantea que los niños necesitan jugar con las palabras, ser nutridos, envueltos, arrullados y descifrados con palabras y símbolos portadores de emoción y afecto. Por ello la literatura es también una de las actividades rectoras de la infancia.

Las personas que están cerca de los más pequeños constatan cotidianamente que jugar con las palabras —descomponerlas, cantarlas, pronunciarlas, repetirlas, explorarlas— es una manera de apropiarse del lenguaje. Quizás por ello suele decirse que las niñas y los niños se parecen a los poetas en su forma de asombrarse con el lenguaje, y de conectarlas con su experiencia vital.

En sentido amplio, la literatura en la primera infancia abarca no solo las obras literarias escritas, sino también la tradición oral y los libros ilustrados, en los que se manifiesta el arte de jugar y de representar la experiencia a través de símbolos verbales y pictóricos.


La necesidad inherente a la condición humana de construir sentido impulsa desde la más temprana infancia a trabajar con las palabras para habitar mundos posibles en la imaginación infantil, y para operar con contenidos invisibles.

Según Cervera Borrás, la riqueza del repertorio oral que representan los arrullos, las rondas, las canciones, los cuentos, los juegos de palabras, los relatos y las leyendas, hacen parte de la herencia cultural que, junto con la literatura infantil tradicional y contemporánea, constituyen un acervo variado y polifónico en el cual las niñas y los niños descubren otras maneras de estructurar el lenguaje, vinculadas con su vida emocional.

Observar las rondas y los juegos tradicionales permite constatar cómo se conjugan la literatura, la música, la acción dramática, la coreografía y el movimiento. Desde este punto de vista, las experiencias artísticas —artes plásticas, literatura, música, expresión dramática y corporal— no pueden verse como compartimientos separados en la primera infancia, sino como las formas de habitar el mundo propias de estas edades, y como los lenguajes de los que se valen los niños y las niñas para expresarse de muchas formas, para conocer el mundo y descifrarlo.

Es durante la primera infancia, explica Cervera Borrás, cuando los seres humanos están más ávidos y dispuestos a interactuar con el mundo sensible. El hecho de estrenar, palpar e interrogarse por cada cosa, de fundir la comprensión con la emoción y con aquello que pasa por los sentidos, hace de la experiencia artística una actividad rectora de la infancia.


También en la exploración del medio los infantes llegan a un mundo construido por otros y por ellos mismos desde la aprehensión de su cultura. Un mundo físico, biológico, social y cultural, al que necesitan adaptarse y a cuya transformación deberán contribuir en tanto que son seres humanos. En él encuentran elementos y posibilidades para interactuar gracias a sus propias particularidades y capacidades.

Los sentidos —gustar, tocar, ver, oler, oír— cumplen un papel fundamental en la exploración por cuanto sirven para aproximarse al medio de diversas maneras. Explorar permite a las niñas y los niños cuestionarse, resolver problemas, interactuar, usar su cuerpo, indagar, conocer, ensayar, perseverar, ganar independencia. Esta experiencia implica un proceso de construcción de sentidos acerca de lo que pasa en el mundo y de lo que significa ser parte de él. 
Hay casos en donde el juego se combina con expresiones literarias, musicales, de danza y teatrales. El llamado «juego de roles» no es otra cosa que una recreación teatral de la vida adulta mediante improvisaciones derivadas de sus propias observaciones y experiencias.

Más allá de los argumentos, lo que más se sugiere es que, como parte de su educación, se organicen salidas familiares o con compañeros de escuela a un espectáculo cultural, eso se volverá un hecho que marcará la memoria emocional. ¿Cuántos de los niños de una región conocen el teatro municipal o han acudido a ver una obra en ese recinto? ¿Cuántos conocen los museos? ¿A cuántos se les ha acercado a ver cómo otros niños aprenden y disfrutan de la diversidad de disciplinas artístico-culturales? Esa es la tarea. E4

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