Un día después de mi suicidio pude ver el dolor incesante tras los ojos de mi madre, la debilidad del cuerpo de mi padre y la impotencia más grande que nunca imaginé.
Un día después de mi suicidio, noté cómo les había arrancado una parte de sus vidas a mis queridos hermanos y la carga sobre ellos los aplastaba lentamente.
Un día después de mi suicidio, escuchaba a mi perro aullar durante las noches y me esperaba frente a la puerta durante horas hasta finalmente quedarse dormido.
Un día después de mi suicidio, me di cuenta de cuánto me amaba mi sobrino y que jamás podría volver a esbozar una sonrisa en él o a decirle lo mucho que lo amaba. Mientras mi mejor amiga lloraba y sentía culpa por no haberse dado cuenta de lo que ocurría.
Un día después de mi suicidio vi mi cuerpo desnudo e insignificante. Me reclamaba constantemente por todos los sueños que no iba a cumplir, por las capacidades que yo misma pisoteé y cómo le puse fin a cada uno de mis anhelos. Estaba profundamente decepcionada y las lágrimas no paraban de salir…
Era un pensamiento nada más, de esos que de pronto nublan mi mente. Pero que me hizo notar los grandes amores presentes, las bendiciones de cada mañana y los pequeños detalles que parecen ser magia en la cotidianidad de la vida.
En este mes de septiembre, luchemos más que nunca contra la prevención del suicidio.
Hablen con sus padres, sus amigos y si les es posible, un terapeuta.
Tu vida importa y siempre vale la pena vivirla.