Un pessoario

Aunque escritos a inicios del siglo pasado, los relatos de Fernando Pessoa son las heridas sociales y personales del tiempo ya corrido…

Olía a primavera. Había llegado la noche del aquel baile didáctico en la Plaza de Armas de Gómez Palacio. La idea de combinar escucha activa, danza y emotividad lectora solo la sabíamos el director de la agrupación musical contratada y yo.

Arrancó la primera tanda y, como era previsible, la plancha de cemento fue completamente cubierta por los asistentes. Las piezas seleccionadas por la legendaria Orquesta de Beto Díaz recibieron ovación cerrada.

A punto de ejecutar la última canción y proceder a la pausa primera, la voz del director musical, Beto Díaz, pidió dos minutos de atención a su público. Eran más de mil. Con estupenda interpretación, leyó varios fragmentos de poemas latinoamericanos que fueron apareciendo, al mismo tiempo, en un par de pantallas gigantes. Lo que Beto leía en atril guardaba una relación directa, muy íntima, con la letra de la canción de cierre, casi por interpretar.

Beto y yo habíamos trabajado previamente en la preproducción de mi idea. Quería lograr una sensibilización diferente en el público y sabía, con total certeza, el poder de convencimiento por parte de la orquesta legada por su querido padre. Música, canto y poesía serían entreverados con sutileza. Las olas de bailadores, casi sin querer, también podrían convertirse en una marea alta de lectores espontáneos, sorprendidos y tomados en cuenta de manera creativa.

La ocurrencia didáctica fue aceptada por Beto gracias a su afanoso gusto por la lectura que yo desconocía. Larga era su lista de sus autores de respeto, dijo, porque lo llevan a otra dimensión; uno, sobre todo. Fernando Pessoa. Del escritor portugués me obsequió el Libro del desasosiego (Seix Barral, México, 2012) con la sentencia de que no sólo debía leerlo, sino que ya no lo podría dejar a un lado. La pesadumbre del diario existir del autor y su manera de retratarla con palabras me iba a apresar, insistió Beto. «Quedarás de una pieza al leer a un narrador que, dolido de vivir, tiene una asombrosa manera de gritar su condición en el crudo silencio».

Quise saber el porqué de tanta veneración a Pessoa y, con solo una lectura brincada por algunas de sus páginas, supe que no era un escritor que ameritara un acercamiento casual. Debía quitarme a consciencia los distractores y valerme de fortaleza sentimental. Sus relatos, aunque escritos a inicios del siglo pasado, son las heridas sociales y personales del tiempo ya corrido. De los encierros y muertes que corren. De la esperanzada zozobra que, acaso, vendrá.

Beto atinó. Coincidimos ante la genialidad del oriundo de Lisboa, nacido en 1888, un 13 de junio.

Fue tanto el estremecimiento provocado por Libro del desasosiego que paré a la primera treintena de páginas leídas. El correr de las frases lúcidas de Fernando Pessoa no me pasaba desapercibido. Sonaba a puño cerrado. Sacudía fortísimo. La combinación de palabras eran retratos excepcionales de sus estados emocionales. De su alto nivel de criticidad. De su desahucio permanente. De su par de pasiones: leer y escribir. De su patria.

Para no extraviar ni la huella narrativa del ensayista ni su preciso contenido, de repente sentí la urgencia de calcarla. Tuve la necesidad no de subrayar, sino de reescribir cada una de las frases inquietantemente lúcidas.

Llegué a la papelería de la colonia y compré un cuaderno al que en su primera hoja bauticé con tinta negra: «Pessoario». No sé si suceda, pero cuando ya no pueda acompañar en vida a mis hijas, si ellas se llegaran a topar con mis notas del «Pessoario» conocerán, por mi propia letra, el íntimo tamiz de sus contenidos. Será una guía de recomendaciones firmadas a mano alzada. Citas textuales que, con suerte, les podrán revelar el porqué de leer a Fernando Pessoa con especial hermenéutica. Y quizá esta otra ocurrencia mía para la promoción lectora las encuentre a ellas, a mis tres Renatas, con libro, cuaderno y pluma en sus propias manos.

Estas son unas cuantas de las frases ya trascritas en mi «Pessoario». Aunque nunca serán equivalentes a leerlas en el desbordado fluir de Libro del desasosiego, contextualizadas, cada una tiene su razón de trascender, aquí, conmigo:

1. «El espíritu humano tiende naturalmente a criticar porque siente y no porque piensa».

2. «La decadencia es la pérdida total de la inconsciencia; porque la inconsciencia es el fundamento de la vida».

3. «El corazón, si pudiera pensar, se pararía».

4. «Seamos contempladores iguales de las montañas y las estatuas, disfrutando de los días como de los libros».

5. «Si lo que deje escrito en el libro de los viajeros pudiera, releído un día por otros, entretenerlos, estará bien. Si no lo leyeran, ni entretuvieran, también estará bien».

6. «Cuando nació la generación a la que pertenezco, encontró al mundo desprovisto de apoyos para quien tuviera cerebro y, al mismo tiempo, corazón».

7. «En la vida de hoy, el mundo sólo pertenece a los estúpidos, a los insensibles y a los agitados. El derecho a vivir y a triunfar se conquista hoy con los mismos procedimientos con que se conquista el internamiento en un manicomio: la incapacidad de pensar, la amoralidad y la hiperexcitación».

8. «Si escribo lo que siento es porque así disminuyo la fiebre de sentir».

9. «Lo que confieso no tiene importancia porque nada tiene importancia».

10. «Una inteligencia aguda para destruirme, y un poder de ensueño ávidamente deseoso de entretenerme».

11. «En sueños soy igual al cargador y a la modistilla. Sólo me diferencia de ellos saber escribir. Sí, es un acto, una realidad mía que me diferencia de ellos. En el alma soy su igual».

12. «La vida me disgusta como una medicina inútil. Y es entonces cuando siento con visiones claras lo fácil que sería alejarse de este tedio si tuviese la simple fuerza de querer alejarlo de verdad».

13. «En la palabra está contenido todo el mundo».

14. «Hay prosa que danza, que canta, se declama a sí misma. Hay ritmos verbales que son bailes en que la idea se desnuda sinuosamente, con una sensualidad translúcida y perfecta. Y hay también en la prosa sutilezas convulsas en que un gran actor, el Verbo, transmuta rítmicamente en su substancia corpórea el misterio impalpable del Universo».

15. «Todo se penetra. La lectura de los clásicos, que no distinguen ocasos, me ha vuelto inteligibles muchos ocasos, en todos sus colores. Hay una relación entre la competencia sintáctica, por la que se distinguen los valores de los seres, de los sonidos y de las formas, y la capacidad de comprender cuándo el azul del cielo es realmente verde, y qué parte del amarillo existe en el verde azul del cielo».

16. «Sin sintaxis no hay emoción duradera. La inmortalidad es una función de los gramáticos».

17. «Me gusta decir. Diré mejor: me gusta palabrear. Las palabras son para mí cuerpos tocables, sirenas visibles, sensualidades incorporadas… Me estremezco si dicen bien. Tal página de Fialho, tal página de Chateaubriand, hacen hormiguear a mi vida en venas, me hacen rabiar trémulamente quieto de un placer inaccesible que estoy teniendo».

18. «Como todos los grandes enamorados, me gusta la delicia de la pérdida de mí mismo, en la que el gozo de la entrega se sufre completamente.

19. «Muchas veces escribo sin querer pensar, en un devaneo exterior, dejando que las palabras me hagan fiestas, niño pequeño en su regazo».

20. «No lloro por nada que la vida traiga o se lleve. Hay sin embargo páginas de prosa que me han hecho llorar».

21. «Me acuerdo, como si lo estuviera viendo, de la noche en que, siendo todavía niño, leí por primera vez, en una antología, el célebre paso de Viera sobre el rey Salomón…Y seguí leyendo hasta el final, trémulo, confuso; después rompí en un llanto feliz, como el que ninguna felicidad real me hará llorar, como el que ninguna tristeza de la vida me hará imitar. Aquel movimiento hierático de nuestra clara lengua majestuosa, aquel expresar las ideas en las palabras inevitables, correr de agua porque hay un declive, aquel asombro vocálico en que los sonidos son colores ideales; todo esto me embriagó instintivamente como una gran emoción política. Y, lo he dicho, lloré; hoy, al acordarme lloro. No es , no, la añoranza de la infancia, de la que no tengo añoranzas: es la añoranza de la emoción de aquel momento, el de la tristeza de no poder leer ya por primera vez aquella gran seguridad sinfónica».

22. «No tengo ningún sentimiento político o social. Tengo, sin embargo, en un sentido, un alto sentimiento patriótico. Mi patria es la lengua portuguesa. No me pesaría que invadiesen o tomasen Portugal, siempre que no me molestasen personalmente. Pero odio, con odio verdadero, con el único odio que siento, no a quien escribe mal portugués, no a quien no sabe sintaxis, no a quien escribe en ortografía simplificada, sino a la página mal escrita, como a persona propia, a la sintaxis equivocada, como a gente a la que golpear, a la ortografía sin ípsilon, como al escupitajo directo que me enoja independientemente de quien lo haya escupido».

23. «La ortografía también es gente». E4

Columnista y promotora cultural independiente. Licenciada en comunicación por la Universidad Iberoamericana Torreón. Cuenta con una maestría en educación superior con especialidad en investigación cualitativa por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Doctoranda en investigación en procesos sociales por la Universidad Iberoamericana Torreón. Fue directora de los Institutos de Cultura de Gómez Palacio, Durango y Torreón, Coahuila. Co-creadora de la Cátedra José Hernández.

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