¿Un profesor racista?

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Creonte: Por medio del destierro,  o resarciendo la sangre vertida con otra sangre…

Edipo rey

Éste es el segundo artículo vinculado al tema de profesores emproblemados en su oficio de enseñar. Hablé, en una entrega anterior, de David Lurie, el profesor en desgracia de la novela del mismo título, Desgracia, de J. M. Coetzee. Ahora me concentro en las desventuras de Coleman Silk, en la novela de Philip Roth, titulada provocativamente La mancha humana.

Coleman Silk guarda un terrible secreto. Los seres humanos somos, en buena parte, secretos. Coleman renegó de su raza en su juventud. Prefirió ser blanco a negro. Era, lo que decimos coloquialmente en México, «un café con leche», un negro de piel clara al que a veces se le toma por blanco. Roth lo expone de este modo: «Una vez tomó aquella decisión trascendental, su arte consistió en ser blanco, en ser, como había dicho su hermano, “más blanco que los blancos”». (p. 1196) En el fondo, siempre fue un racista. Sin embargo, Silk sufría por mor de la decisión que tomó. Todo tiene consecuencias.

Profesor de una universidad, como David Lurie y, también como él, sin vocación, un profesor anodino, enfrenta una acusación de racismo, pues se le ocurrió irresponsablemente señalar en su clase a dos alumnos, sin proponérselo, como de color y, de inmediato, la reacción no tardó en aparecer. Si se tiene esta visión del alumnado, ¿qué se puede esperar?: «La ignorancia de nuestros alumnos es abismal. La educación que han recibido es increíblemente mala. Sus vidas son yermas en el aspecto intelectual. Llegan aquí sin saber nada y la mayoría de ellos se marchan sin saber nada». (p. 1031)

A pesar de haber tenido, en su momento, un decanato exitoso —«…Coleman aportó la competencia, hizo que el centro fuese competitivo…» (p. 832)—, ahora sufre el escarnio. Y para colmo, su relación con la muchacha de la limpieza lo lleva a ser vituperado por las lenguas viperinas de la universidad.

El contexto es conservador. El puritanismo reina. El narrador lo retrata de este modo: «No, si no habéis vivido en 1998, no sabéis lo que es la gazmoñería». (p. 824) Y Coleman lo sabe: «Soy un hombre de 71 años con una querida de 34, y eso, en la comunidad de Massachusetts, me descalifica para instruir a nadie». (p. 857) Coleman elige el lado del individuo: «No aceptaría la tiranía del nosotros, la cháchara del nosotros y todo lo que el nosotros quiere volcarte encima». (p. 941)

Me parece que una de las claves de lectura de esta obra reside en la lucha por la libertad y la independencia que Coleman despliega. Lucha que conlleva riesgos: «Todo lo que él siempre había querido, desde su primera infancia, era ser libre: no negro, ni siquiera blanco, sino independiente y libre». (p. 955) Pero, «la libertad es peligrosa, muy peligrosa». (p. 982). Coleman revienta contra las reglas que esta sociedad reaccionaria impone.

El final es trágico. Coleman y Faunia, la muchacha de la limpieza, mueren en un accidente quizá provocado por el desequilibrado ex de Faunia.

Si el tiempo es nuestro enemigo, a menudo existe el recurso al séptimo arte. La mancha humana fue llevada a la pantalla con magistrales actuaciones de Anthony Hopkins y Nicole Kidman. No se la pueden perder. Es verdad que la obra de Roth es prolija y farragosa, y quizá nuestras ocupaciones nos impidan incursionar en su narrativa, pero queda esta opción: gozar de la magia del cine.

Aunque sé que Roth no estaría de acuerdo —él era judío— a mí me parece que esta novela, no sólo por el título, es una novela sobre el pecado original. Coleman Silk tomó una decisión en su juventud, en su afán de independizarse, de ser libre, de progresar, renegó de su raza. Mucho daño le hizo a su madre y a su familia. Después, en un error involuntario, fue acusado de racista y expulsado de la universidad. Y el final, de todos conocido, es trágico. Por eso Sófocles, por eso el epígrafe que acompaña a este artículo: el rito de purificación, el ostracismo. Y como extraña coincidencia, en la novela Desgracia, Coetzee utiliza el mismo recurso que Roth: la tragedia de Edipo Rey. Dicho de manera fatalista, el pecado original, la mancha humana, no podrá ser superado por el protagonista de nuestra novela. No hay bautizo ni gracia. Marcado, por no ser ni negro ni blanco, Silk cargará con ese lastre a lo largo de su vida. Y no podrá realizarse como profesor ni como persona.

Referencia:

Roth, Philip, Trilogía americana: Pastoral americana, Me casé con un comunista y La mancha humana, Trad. de Jordi Fibla, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores/Colofón, Barcelona, 2011.

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