Una historia ignorada

Aunque a veces las historias de éxito de algunos personajes pasan inadvertidas en sus propios terruños, eso no los limita y siguen realizando aportes a su sociedad, la búsqueda de reconocimiento no es objetivo, sino consecuencia de buen desempeño

Hace cerca de un año, el 24 de marzo del 2021, falleció en la Ciudad de México uno de los mayores intelectuales nacidos en tierras coahuilenses: Enrique de la Garza Toledo. Nació en San Buenaventura el 31 de enero de 1947, cuando apenas iniciaba el despegue industrial de la región centro del estado, en torno a Altos Hornos de México.

Aunque localmente su muerte pasó prácticamente inadvertida, su pérdida fue muy comentada en el ámbito nacional, sobre todo en el mundo académico relacionado con las ciencias sociales. ¿Quién fue Enrique de la Garza? ¿Por qué es prácticamente un desconocido en su tierra, Coahuila? ¿Por qué se le reconoce más en el extranjero? ¿Por qué a pesar de haber escrito más de 60 libros como autor individual o colectivo, su fallecimiento pasó desapercibido?

Su semblanza autobiográfica responde esos cuestionamientos, discurso pronunciado en ceremonia ante el ayuntamiento de San Buenaventura, su tierra natal, encabezado por su entonces presidenta municipal, Gladys Ayala Flores (2018-2021), en homenaje que recibió como ciudadano distinguido de su ciudad —al igual que el doctor Mario Rodríguez Casas, en esa época director general del Instituto Politécnico Nacional—, en evento celebrado el día 3 de noviembre del 2018.

Desde su juventud, sus inquietudes políticas y sociales comulgaban con la clase trabajadora y el movimiento obrero, ideas alimentadas desde una niñez en que percibió la transición de pueblo rural de San Buena a otro de clase obrera industrial en Monclova, mientras en el seno familiar se discutían temas de historia y política, promovidos por su (nuestro) padre, Heliodoro de la Garza Cepeda, quien era un apasionado de esos tópicos desde un punto de vista liberal juarista, «comecuras» y socialista moderado.

Bajo esas circunstancias, la estrechez regional lo orilló a desarrollar sus inquietudes sociales al estudiar la preparatoria en la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), en Monterrey. Pese a su interés por la filosofía, la presión familiar lo llevó a inscribirse en la Facultad de Ciencias Químicas, institución donde pudo desarrollar sus inquietudes políticas en tiempos en que el movimiento estudiantil se radicalizaba, y del cual Enrique fue uno de los líderes.

Recién graduado, y con la Medalla al Saber como mejor alumno de la UANL, optó por una maestría en Ingeniería Química en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Su llegada al entonces Distrito Federal coincidió con la matanza del 10 de junio de 1971, atentado criminal de Echeverría contra estudiantes que volvían a protestar en las calles, después del 2 de octubre de 1968. Enrique narra que fue testigo cuando «los halcones» mataron a muchos estudiantes frente a sus ojos, evento en que logró salvar su vida.

Su desempeño académico en temas de ingeniería cada vez más especializados le consiguieron una beca para la Universidad de MacMaster, en Canadá, postgrado que dejó inconcluso para ingresar a laborar en la Universidad de Puebla, un centro de gran agitación política de izquierda.

En 1972 regresó a Monterrey a dar clases en la Facultad de Química de la UANL, sin alterar sus actividades políticas. En 1973 fue acusado de guerrillero y secuestrado y atormentado por cerca de una semana por la llamada Brigada Blanca, dirigida por Miguel Nassar Haro, cuando era titular de la Dirección Federal de Seguridad, Fernando Gutiérrez Barrios. Gracias a las gestiones de su padre y a las movilizaciones estudiantiles en varios estados, incluyendo el D.F., lo dejaron libre. En ese momento se enteró de una convocatoria de El Colegio de México para ingresar a la Maestría en Sociología. Ahí continuó su doctorado y obtuvo una beca para concluirlo y escribir su tesis en la Universidad de Roma, Italia.

Al volver a México trabajó como profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, donde su lucha se iba a desarrollar más en el plano de las ideas, ante la crisis del marxismo y la emergencia de las teorías neoliberales. Durante sus primeros 10 años como profesionista, estudió la gran transformación del capitalismo y la caída del socialismo. Junto con otros simpatizantes llevó esas discusiones a los trabajadores de los sindicatos más importantes del país, como los telefonistas, los electricistas, siderúrgicos, bancarios, del Seguro Social, aviadores, burócratas del Gobierno, profesores del magisterio, etc., con quienes hablaron de las nuevas formas de organización del trabajo y de la nueva clase obrera que se conformaba.

En 1995 pasó un año como profesor visitante en la Universidad de Warwick, Inglaterra, lo que le permitió al regresar a la Universidad Metropolitana ser nombrado coordinador de la Maestría y Doctorado en Ciencias Sociales y Humanidades en la Unidad Iztapalapa. También cubrió estancias en la Universidad de Texas, en Austin, en la Universidad Autónoma de Barcelona, España, en la Universidad de Cornell, Inglaterra, y en la de Evry, Francia.

A su vez, en 2001 fue aceptado como profesor visitante por un año en la Universidad de Berkeley, California, estancia de la que resultó una investigación que recibió el Premio Nacional de Investigación Laboral: «Empresas y Trabajadores en México al Inicio del Siglo XXI», así como la fundación del Instituto de Estudios del Trabajo, A.C., y en 2002 fue apoyado por la principal central obrera norteamericana, la AFL-CIO.

Todo lo anterior maduró en él una visión de la vida como un campo de lucha, en donde al mismo tiempo que participaba políticamente —tres veces estuvo en la cárcel—, seguía estudiando y, según sus propias palabras, «finalmente el conocimiento me hizo libre, no dependiente de poderes; me dio la libertad de hacer la vida que quise», ideas que lo retratan con la consistencia y fortaleza que lo caracterizaron: «No me arrepiento de nada, ni de estudiar ingeniería ni del activismo político ni mucho menos de la rica vida académica que me ha dado muchos reconocimientos y satisfacciones. Confieso que he vivido, que he amado y odiado, he destruido y construido y seguiré luchando, como lo hacen los de San Buena. Es la herencia que reivindico, no concibo una forma de vida diferente». E4

Referente

Con su trabajo intelectual, Enrique de la Garza desarrolló y formalizó una teoría y metodología que se ha vuelto referencia obligada en la enseñanza de la Sociología en América Latina y el mundo, particularmente en los estudios sobre sociología del trabajo

Además de los 60 libros en que participó, cuenta con otros logros y reconocimientos académicos, entre ellos:

  • Premio Nacional de Investigación Laboral, otorgado por el Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM.
  • Premio Nacional de Ciencias y Artes 2009, recibido de manos del presidente Felipe Calderón.
  • Consultor Internacional de la Organización Internacional del Trabajo, para evaluar la producción científica sobre el tema.
  • Publicó más de 250 artículos en revistas académicas nacionales e internacionales.

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