Y el cine mexicano, ¿cómo va?

Más de uno cuando escucha «cine mexicano» frunce el ceño, hasta existen quienes se cruzan de brazos pensando que el tema es un caso perdido. ¿Por? ¿De verdad estamos tan mal? Suena irónico al pensar que tenemos directores como Iñarritu, Del Toro y Cuarón que son ya ejemplos de éxito al momento de dirigir cine o que contamos con actrices como Salma o Diego Luna participando en filmes internacionales.

Pero una cosa es nuestro talento triunfando en el exterior y otra cosa muy diferente lo que estamos trabajando en casa. No por nada la última película de Martha Higareda fue criticada por especialistas y por la propia audiencia ¿Qué pretendía?, ¿qué le pasó? Y, sobre todo, ¿por qué se está pagando por hacer ese tipo de películas que no llevan a nada?

Luego están los que, digamos, nos dan una luz en el camino, aquellos talentos en los que confiamos, que a lo mejor no tienen proyectos tan recurrentes como Derbez o Higareda, pero que al momento de escuchar su nombre dices «ya viene algo bueno». Ese es el caso de Luis Estrada, director y guionista mexicano.

Ustedes dirán: ¿quién es él? Pues Luis es famoso por abordar temas polémicos de la vida nacional y cultural de México, usando la sátira y la ironía para reflejar problemas profundamente arraigados en la sociedad mexicana: desde aquellos de orden político, hasta los que tienen que ver más con la naturaleza e idiosincrasia del pueblo mexicano.

Desde que ganó reconocimiento con su primer largometraje, ha sido nominado en diferentes ocasiones a los premios Ariel, galardón que ha conquistado en cinco ocasiones: dos por Mejor Película, dos más por Mejor Director y un Ariel más por Mejor Guion Original, demostrando ser directo, ácido y sin miedo a la censura.

Estrada es famoso principalmente por su pentalogía de películas cuyo tema principal se centra en las controversias de la política mexicana de los últimos sexenios: La ley de Herodes, de 1999; Un mundo maravilloso, de 2006; El infierno, de 2010; La dictadura perfecta, de 2014; y su última entrega, ¡Que viva México!, que se estrenó en marzo de este año y ya la podemos encontrar en Netflix.

Sobre esta película, misma que la crítica esperaba con ansía con las expectativas altas… y ese fue el error. Parece que Estrada se quedó atrapado en el tiempo porque ¡Que Viva México! utiliza comedia retrógrada y discursos irresponsables disfrazados de parodia con la intención de crear una crítica mordaz a la situación del país, misma que, no hace falta decirlo, tiene un triste y vergonzoso grado de superficialidad. Sin hacer menos que es muy larga.

Es claro que Luis Estrada ya perdió la brújula, su última entrega es un filme obsoleto, reaccionario y narcisista que intenta criticar a través de un discurso blando que constantemente cae en el clasismo, racismo y transfobia. No es una película ni para opositores del presidente, ni para sus seguidores, ni tampoco para neutrales. Es una película para los masoquistas que quieran enfrentar una prueba de resistencia audiovisual de bajo nivel.

Entonces, ¿para dónde nos hacemos? Claro que en gustos se rompen géneros, pero creo que las autoridades deberían pensar muy bien a donde destinan los recursos para el cine, que de por sí son pocos. No olvidemos que el cine es una herramienta de preservación de la cultura y la historia. ¿Qué queremos comunicar a las futuras generaciones?

Promotor cultural.

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