La humanidad toda junta es lo que de veras constituye al hombre verdadero, y el individuo solo puede estar alegre y feliz cuando tiene ánimo de sentirse en el todo,
Goethe
Los imprescindibles griegos tenían, a propósito del hombre, una percepción abstracta de los constitutivos del ser y su manera de relacionarse con lo que está fuera de él. Formulaban esa situación señalando el problema de «lo uno y lo múltiple» como un eterno conflicto sin resolución entre el individuo y sus formas de relacionarse con todo lo demás que no es el ser, incluido al otro individuo,
Con un poco más de aproximación a una puerta de salida, el gran filósofo alemán, Hegel, pensaba que la historia humana, en el sentido de común unión para forjar la comunidad, se iba tejiendo por la sucesión de diversas formas de relación entre la «conciencia» y la «totalidad».
El deslinde conceptual es importante porque abre la posibilidad de una adecuación posible si la ubicamos en el concepto de fraternidad, sobre todo si lo vemos como un camino de la liberación.
En la vida práctica y a lo largo de la historia humana, el hombre ha podido constatar en repetidas ocasiones, que su experiencia más profunda de humanidad se ha producido allí donde él ha podido vivir algún momento de adecuación entre él y los otros.
La constatación mantiene su validez, aunque se haya producido en una experiencia fragmentaria o parcial, como si fuera un chispazo que habla no sólo de sí mismo, sino de su promesa humana inacabable, se sea en el amor, en la amistad que culminan siempre con un momento de privilegio en el que se paladea una identidad comunitaria.
Todo esto tiene mucho que ver con la noción de solidaridad. El ser humano que mantiene vigente esa noción está autorizado para rechazar desde su conciencia la práctica de un individualismo sin fraternidad, pero también el de un colectivismo sin promesas, como el que suele hacer el discurso político que falla siempre en la parte conclusiva: su solución.
El hecho solidario sólo puede hacerse patente en la comunidad, esta quien consolida los signos de identidad para que, a través de ellos y casi como una gracia religiosa, se manifieste la fecundidad y la universalidad de acciones múltiples en favor de un grupo entero.
La común unión de los individuos profundiza la intuición de piedad que los alcanza a todos, y se convierte en uno de los canales de actuación para aspirar a la liberación, no sólo de uno mismo, sino de toda una colectividad.
Ante este escenario, los políticos convertidos en gobernantes bien podrían realizar su misión en cualquier condición histórica, porque siempre hay seres humanos con quienes concretar la noción de comunidad.
Podrían realizar su misión tanto en situaciones de mayoría como de minoría; tanto en situaciones de pobreza como de diáspora, tal y como ocurre ahora con la crisis humanitaria provocada por la migración masiva desde Centroamérica y su paso por el territorio mexicano.
Ni el Gobierno de Coahuila ni el Gobierno de Andrés Manuel han podido realizar la misión histórica que les reclama el devenir del tiempo contemporáneo con respecto a la cuestión migrante. Y no lo han podido realizar porque decidieron mirarlo como un problema económico y político, y no como un proceso de integración comunitaria.
No han querido abordarlo como lo que es: una situación humana. Como se han negado a mirarlo como una verdad del hombre, eso les ha impedido entender los detalles de la experiencia cotidiana que nos grita que somos seres remitidos a los demás.
Esa referencia a los demás entrecruza toda la existencia humana de diversas maneras. Puede aparecerse en forma de necesidad, en forma de urgencia, en forma de alegría, en forma de tristeza, en forma aspiraciones. En todo caso puede ser contemplado como un proceso de unificación que plantea el desafío de abordarlo con responsabilidad porque no puede ser negado ni desconocido.
El Gobierno de Coahuila, los Gobiernos de otros estados del país, o el Gobierno federal, podrá negarle el paso por el territorio mexicano, podrá golpearlo (como en efecto sucede a través de los agentes de Migración, de las policías municipales, estatales, el Ejército disfrazado de Guardia Nacional o las bandas delictivas que complementan esta barrera inmisericorde), humillarlo, insultarlo, matarlo, pero lo que no pueden hacer es que a aquellos migrantes que golpearon, humillaron, insultaron, mataron, son seres humanos en busca de una comunidad que los arrope.
La Ilustración, y después la Modernidad, creyeron descubrir la verdad del género humano en los procesos democráticos que lo autoconstruyen en el ajetreo del Estado moderno, y creyeron también que bastaba con utilizarlos en aclamaciones públicas, como el sufragio, por ejemplo, para creer que se estaba cumpliendo con un proyecto de participación ciudadana para desembocar en la fraternidad.
Pero la respuesta no se corresponde con la realidad. Y entonces habría que preguntarse hasta qué punto ese eufemismo no enmascara en realidad una verdadera y total abjuración del Estado moderno, en este particular caso, para encarar con responsabilidad de Estado el problema migrante.
Lo que hemos visto del Gobierno federal y de los Gobiernos estatales como respuesta a esa condición de movilidad, puede poner legítimamente en duda su intención. Sobre todo, cuando hemos sido testigos de cómo el gobernador texano ha puesto de rodillas al gobernador de Coahuila y éste ha tenido que hacer lo que le manda aquel en beneficio de los texanos.
Lo mismo hemos testificado en la actuación del Gobierno federal cuando el Gobierno norteamericano ha mandado que se detenga a los migrantes y México ha tenido que doblegarse ante esa orden sin ningún cuestionamiento de por medio.
No se trata en este artículo de reivindicar el protagonismo histórico que México pudiera desempeñar en este problema, sino en su papel de recuperador de identidades humanas. Recuperar la identidad de los migrantes como un Estado libre, soberano y responsable de esta hora histórica, superando la falsificación de Gobierno que se ocupa de los pobres.
No se le pide al Gobierno de Coahuila ni al Gobierno de México que sea la solución de los migrantes; se les pide, sencillamente, que sean camino, compañeros y (en palabras que tanto gusta el presidente) hermanos. Eso sería suficiente para creerle a la administración pública mexicana que sus políticas públicas en torno a este tema ponen en primer lugar lo humano.
¿Por qué en otros ámbitos de la política sí se pretende asumir un liderazgo mexicano y en este se prefiere ir en la retaguardia?