Y sin embargo… la realidad

Impúdico, cínico, mentiroso y perverso, entre otras cosas, se muestra el presidente, ya sin ganas de esconder su falta de valores morales, humanos y hasta de hombría. Así se mostró el señor al reconocer públicamente su injerencia en la Suprema Corte en complicidad con el exministro Saldívar para favorecer asuntos en beneficio de López Obrador.

Ambos, increíblemente, reunidos para realizar actos de delincuencia organizada. Aunque, en su momento, esto fuera negado. Como cuando el presidente de nuestro país afirma ante una reportera extranjera que estamos en paz y la mentira aflora en la contundente realidad del estado de Guerrero que contabilizó 17 muertos en una de las muchas masacres que ocurren en el país con una recurrencia tal que convierten al Estado mexicano en cómplice ineludible.

Y eso le pasa a este Gobierno por no tomar en cuenta la realidad, ese monstruo que, sin moverse siquiera, lo pone en su sitio cada vez que el presidente vocifera con tintes de verdades y certezas. Y lo hace porque la realidad es una entidad contundente y cuya presencia se erige, imbatible, en un proceso permanente de construcción colectiva. Es decir, todos le damos forma y, al mismo tiempo, estamos dentro del fenómeno. No hay manera, pues, de que escapemos de ella.

El primer requisito para afrontarla es desmontar todo el conjunto de ideas, valores, hábitos y mecanismos ideológicos surgidos desde las múltiples estructuras de poder que operan en la sociedad y que hacen creer que se le puede eludir sin problemas.

Eso significa que una conciencia ciudadana debe mantener el ejercicio de un pensamiento crítico que posibilite la construcción de una realidad real; es decir, que no lo engañe nadie.

Por distintos saberes humanísticos, hoy entendemos que el conocimiento tiene la doble intencionalidad de criticar la existencia y anticipar la creación de una realidad distinta de la del presente, buscando siempre que sea mejor. Quien conduce este proceso es el sujeto del conocimiento, rico en su diversidad y valioso en sus posturas de pensamiento.

De esto resulta, entonces, que no se puede dejar la responsabilidad de conceder a agentes externos su proceso, como la ciencia, la religión o la política, por ejemplo, porque todos los individuos tienen la responsabilidad de conducir y crear en común la realidad que constituye la base de la sociedad en que vivimos.

Si se comprende esto, entonces también resulta fácil entender que somos entes activos, constructores de la realidad, sea para legitimar un orden o para crear otro. Somos, naturalmente, seres singulares, únicos e irrepetibles. Difícilmente podemos atribuir el conocimiento a una entidad genérica, como la humanidad o el género humano. La producción de conocimiento, históricamente rastreable, viene con nombre y apellido concretos.

Esa condición sociohistórica condiciona el proceso de conocimiento, por lo tanto, hay que conocer el contexto que habitamos, así como las posibilidades y recursos disponibles porque el lugar, las pautas socioculturales, los conocimientos, las predisposiciones, la visión de futuro, permitirán conocer las posibilidades de enriquecer el proceso constructivo de la realidad.

La realidad siempre es una realidad para alguien. Es particular pero también comunitaria. Se va dando en un continuo proceso de diálogo. De ese modo, la realidad significa algo en la medida que comunique a unos individuos con los otros. No está ni adentro ni afuera de las personas, sino en sus procesos comunicativos cotidianos.

Por eso la realidad es inagotable, plural, diversa e inconmensurable porque es un movimiento continuo y total que no es nada en sí mismo, sino en la medida en que significa algo para un individuo; él es quien va creando la realidad en su desenvolvimiento cotidiano y en el desarrollo de sus procesos vitales. Y la va creando, no sólo conceptualmente; también tiene un sustento material porque esta creación es intencionada.

Lo interesante es que la realidad no admite contradicción. Por eso no se puede mentir ante ella ni nada puede alterar su noción irrefutable de «Ser»como es. Por eso también ella se encarga de desestructurar todo proceso discursivo que intente alterarla. Esa es la razón por la que situaciones por las que pasa el país no pueden sostenerse a pesar del enorme poder que pudiera tener el agente generador del discurso.

Sólo a manera de ejemplo, y para estar en el carril de actualidad, consideremos lo siguiente: la destrucción de instituciones que vulnera el Estado de Derecho, la falta de medicinas que no solucionó la megafarmacia, la violencia desatada en todo el territorio nacional que certificó en Guerrero la carencia de políticas públicas para atender esa emergencia, los feminicidios que desarticulan la paz y la estabilidad, el drama de los migrantes que ha puesto en evidencia la sumisión de México ante los Estados Unidos, las luchas fuera de control por el poder político que han hecho de la democracia un reparto de poder como si fuera un botín de rufianes, el desprestigio y el aislamiento internacional a pesar de que otro de sus sueños el presidente intentó ser el líder de las izquierdas latinoamericanas.

Todo eso constituye el telón de fondo de la realidad de este país y cuyo desenvolvimiento emerge, con su verdadero carácter, aunque se le quiera ocultar por todos los medios posibles desde la esfera del poder público.

Es así porque la realidad está por encima de cualquier constructo discursivo que intente ocultarla, aunque sean los individuos más poderosos de México quienes sostengan esa palabra que termina por derrumbarse ante la fortaleza de realidad que preside la vida cotidiana de todos.

A lo mejor es hora de ponerle atención a la realidad que, sin ideología de por medio, nos dice toda la verdad en torno a los problemas vitales del país, mismos que no han sido atendidos ni por asomo durante la presente administración y que, sin embargo, constituyen la dura realidad.

La realidad siempre presente está ahí para desmentir toda estructura discursiva que intente enmascararla. Quizá sea tiempo de que el presidente López Obrador y su coro de resonancias dejen de mentir para que su discurso esté en concordancia con una realidad que no tendrá forma de regodearse ante el festín de la palabra mentirosa de un presidente que, por hoy, se muestra impúdico, cínico y perverso ante el altar de inconsistencias que ha levantado para hacerse pasar por el gran transformador de México, aunque la realidad lo desmienta en el siguiente instante.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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