María desde Fernando

Charla virtual, entre ventanas digitales, con Fernando Loza Treviño, nieto de la profesora María Ignacia Martínez de Loza. Entrevista realizada con motivo de la inauguración del Centro de Investigación y Jardín Etnobiológico del Semidesierto de Coahuila Doctor Gregorio Martínez Valdés, así como de la Sala de Usos Múltiples que lleva el  nombre de la maestra de Loza. «María desde Fernando» forma parte de los textos incluidos en el libro conmemorativo Goyito y la señora María (UAdeC-IDÍLEO Editorial, Saltillo, Coahuila, 2021).

Si preguntamos por la profesora María —en Viesca, Coahuila— confirmaremos que ella es un referente educativo que forma parte de la historicidad del entrañable Pueblo Mágico. Y si a ti, su nieto, también te preguntara por la profesora María, ¿cómo la describirías? ¿Cuáles son tus primeras memorias de la maestra viesquense?

» Lo que yo te puedo platicar sobre mi abuela son los recuerdos que conservo de ella como su nieto. Desde esa óptica familiar te compartiré, con una muy especial emoción, mis anécdotas.

Mi abuela tuvo cuatro hijos. El mayor fue mi padre, José Pedro, y somos tres sus hijos. Después sigue Dolores, que no tuvo descendencia. La tercera hija, Marcelina, tuvo tres hijos. Y el cuarto hijo fue varón. Se llamaba Mario y, por parte de su familia, yo tengo dos primos.

Realmente, para mi abuela, Viesca siempre fue muy importante. Fue el poblado donde nació, donde creció, donde hizo todo. Y así nos lo inculcó.

Cuando nosotros, sus nietos, crecimos, mi abuela ya vivía en San Pedro de las Colonias e íbamos a visitarla allá, pero siempre aprovechábamos para ir todos juntos a Viesca. Tenía mucha amistad con la gente del pueblo. Mientras caminábamos por la Plaza de Armas, por el panteón, por las tiendas para comprar comida, por las calles, por la casa de alguna amiga, siempre paraban a mi abuela.

Para nosotros, siendo citadinos o capitalinos —porque mis hermanos y yo nacimos en la Ciudad de México— era una experiencia inigualable. Era un viaje al polvo nuestro de cada día.

Te escucho y me imagino que esa experiencia era una especie de ingreso a una cápsula del tiempo guiados por tu abuela María, así como por tu padre, José Pedro.

» ¡Claro! Completamente de acuerdo. Aquellas eran visitas al desierto para conocer dónde y cómo había crecido mi papá, también. Estuve en Viesca en Semana Santa de este año y sigue siendo una historia maravillosa para nosotros. El cariño de la gente hacia el apellido de mi abuela y el de mi abuelo —y que, en realidad, nosotros lo disfrutamos agradecidos sin haber hecho nada para recibir el mérito— es enorme, ¡enorme! Por ser el nieto de la profesora Loza me han pasado vivencias increíbles como, por ejemplo, la que estoy viviendo contigo en esta entrevista remota, vía Zoom. Es algo increíble, la verdad.

La maestra María o la señora de Loza, la llamaban. Ella y su hermana fueron maestras de, prácticamente, todo el pueblo de Viesca cuando yo era pequeño. En su época como docente, mi abuela daba clases de primero a sexto de primaria. En un mismo grupo tenía, por ejemplo, dos niños de primero de primaria, a otros tres de cuarto y a otras niñas y niños del resto de los grados. Mi padre, que nació en 1928, también comentaba que, cuando él iba a la escuela, al lado tenía a un compañero de cuarto grado y, al lado, al de sexto. Tenía que convivir con todos. Entonces, media hora de la clase era para repasar las tablas con los de tercero y otra media hora era para aprender historia con los de sexto.

Aunque mis hermanos también tenían afinidad con el tema de nuestras raíces familiares en Viesca, para mí, en especial, visitar ese pueblo me parecía, como bien dices, como si estuviera entrando a una cápsula del tiempo. Era un lugar diferente, en lo absoluto, al que yo vivía en mi ciudad. En los cuatro o cinco días o la semana que íbamos de vacaciones —yo nací en 1970, entonces te estoy hablando, más o menos, del 77 al 84; es decir, de un rango que va de fines de los setenta y principios de los ochenta— siempre íbamos a pasar algunos días en Viesca.

Por cierto, a mí me gustaba muchísimo más Viesca que San Pedro porque significaba correr en libertad por todas partes, andar por terrenos enormes, ver huertos que yo jamás miraba en la capital y poder encontrar ahí nueces, higos. Era sentir lo que jamás sentía en la Ciudad de México.

Imagínate, Fernando, qué sucedería si hoy por hoy, en pleno 2021, en la educación básica mexicana también existiera, de manera generalizada, un intento por combinar estudiantes de diferentes grados en distintos momentos del día. Quizá disminuiría la falta de concatenación de contenidos curriculares y evaluaríamos los perfiles de las y los maestros de primaria desde otra perspectiva.

» El contexto educativo en el que mi abue la dio clases y fue directora de la escuela en Viesca fue de la primera mitad del siglo pasado. Pero eso no implica que esté del todo obsoleto. Ella era llamada en el pueblo, con un gran respeto, la «señora María» o la «maestra María». Me cuentan que fue rígida con sus alumnos. Y, en comparación con mi abuela materna, podría decir que sí era estricta, pero, con nosotros sus nietos, no menos consentidora. ¡Y más con los que vivíamos lejos! Siempre buscaba una actividad para entretenernos con actividades educativas y, así, podernos ganar algo para comprar un dulce, para una ropa. A lo mejor con los niños de ahora, su entrenamiento y premio a la vez es que les den una tableta o que les prendan la tele. A nosotros, mi abuela María nos decía, «¡Es tiempo de leer!» y nos poníamos a leer sin problema alguno. Luego, le leíamos en voz alta y nos corregía acentos, entonación, ritmo.

Ella tenía la gran afición por el Selecciones. Le llegaba mes con mes su suscripción eterna. Y, claro, también nosotros nos poníamos a leer sus revistas.

Y además del Selecciones del Reader’s Digest, ¿qué más le gustaba leer a la maestra María?

» Yo siempre le preguntaba a mi padre —que también se fascinaba con la lectura— que cómo le hacían para leer dos o más libros al mismo tiempo. Yo veía siempre en el buró o en la mecedora de mi abuela de tres a cuatro libros. Le decía, «¿Este ya lo leíste?» y ella me respondía, «Lo estoy leyendo. En la mañana leo poquito de un autor y en la tarde leo a otro». Mi padre hacía lo mismo y me imagino que así lo educó. Yo he intentado leer así y, a la fecha, todavía no puedo hacerlo. O leo un libro o leo otro, pero lecturas simultáneas, no puedo.

Entonces, esta valiosa afición de tu abuela a la palabra leída y a la palabra escrita, nos ayuda a entender el porqué de su impulso al doctor Gregorio Martínez Valdés cuando fue su maestra de sexto grado. Goyito fue un alumno especial y ella tuvo una participación importante en su historia académica. Probablemente, lo que sucedió fue que esas maneras de acercarse al conocimiento los unió.

» Así es: eran épocas de estudio completamente diferentes. Hoy los maestros son un poco más permisivos. Vivimos un mundo que ella, mi abuela María, jamás se hubiera imaginado. Las tecnologías aplica das al aprendizaje y los métodos de estudios son punto y aparte. ¡Hasta los niños traen otro chip! Sin embargo, yo aquí llevo el orgullo de saber que, aún en pleno 2021, la manera de enseñar de la profesora Loza está presente en sus exalumnos. Cuando me he sentado en algún restaurante de Viesca a comer gorditas y saben que soy su nieto, no falta quien me comparta una anécdota de la primaria. ¡O, como recién me sucedió al ir al panteón! El señor que estaba limpiando lápidas resultó que había sido alumno de ella y, entonces, me empezó a platicar de sus tareas y aventuras escolares. Si me recalcó, en un tono que parecía que se estaba cuadrando con el general: «la maestra era súper estricta, pero así nos hizo aprender lo que se dice aprender».

Las llamadas con ella eran los domingos. Nosotros somos cuatro hermanos. En aquel entonces se hablaba «por operadora». No como tú y yo lo estamos haciendo ahora, por videollamada, y que es maravilloso. Antes levantabas el auricular del teléfono y a la señorita operadora que te contestaba le pedías que te comunicara al número que le dictabas. Como los domingos eran más baratas las «llamadas de larga distancia», aprovechábamos para comunicarnos con nuestros abuelos después de las ocho de la noche. Entonces, mis papás nos formaban a mí y a mis hermanos para hablar un momento con la abuela. Siempre nos preguntaba, «Y cómo vas en la escuela» y le platicábamos sobre exámenes, tareas o presentaciones. Luego, se despedía de cada uno también con este mismo mensaje, «Oye, te mandé para comprar tus tenis» o «Te mandé para que te compres un regalito». Era parte de su sello.

¿Y sabes qué más hacía incluso ya de más edad? Te doy un poco los referentes. Gracias a la educación que les compartió mi abuela, sus dos hijas, —es decir, mis tías— también fueron profesoras e, incluso, dieron clases en Viesca. Pues bien, al contraer matrimonio, una se fue a vivir a California y la otra, a Texas. Entonces, mi abuela María, cuando ya estaba retirada, se tomaba un mes o mes y medio para quedarse con nosotros en la Ciudad de México con nosotros y, después, se iba a Houston con mi tía y luego se pasaba a California con la otra. Entonces, mi abuela nos ayudaba porque, en aquella época, no era como ahora que compras unos tenis en cualquier esquina. Los jeans Levi’s, por decir algo, solamente los conseguías en ciertas tiendas en Estados Unidos y ahí iba ella y nos los compraba. Y para surtirnos de tenis, me acuerdo que sacaba su hoja tamaño carta y dibujaba el contorno de los pies de todos, como la plantilla de cada quien. Como teníamos diferentes edades, no quería confundirse ni dejar a nadie sin la ilusión de sus tenis nuevos comprados en EUA.

¿Cuántas nietas y nietos tuvo la profesora María?

» Somos nueve nietos. Dos mujeres y siete hombres. Todos convivimos con ella de diferentes maneras y en distintas cantidades de años. Por ejemplo, mi hermano más pequeño nació en el 75 y mi abuela murió en 86. Fue el que menos viajó a San Pedro en comparación con nosotros, a quienes siempre nos mandaron a San Pedro de vacaciones o «de exilio». Cuando nos íbamos sin papás a vacacionar a Coahuila con los abuelos, me acuerdo que nos subíamos al avión con un gafete grande colgado, y nos sentaban en la primera fila. Eso era divertido, pero no se comparaba a la sensación de aterrizar y tener la plena seguridad que ahí iba a estar mi abuela, esperándonos al bajar de las escaleras, como si fuéramos el jefe de Estado.

¿Puedes recordar qué sentías al momento de verla?

» Uy, pues yo siempre estaba encantado. Primero porque, al igual que mis hermanos, yo sabía que todos íbamos a ser solapados por la abuela María; segunda, porque íbamos a comer lo que no comíamos en nuestra casa. Llegábamos y ya estaban listas las tortillitas de harina, las gorditas. Por la leche quemada y por los dulces que se llaman «mamones» teníamos que ir a Viesca, Para nosotros, nuestra abuela era el sinónimo de ser auténticamente libres y, por fin, poder salir de la ciudad, de la escuela, de los edificios, del tráfico.

Ahora platiquemos un poco de tu abuelo y cómo era su relación con tu abuela María.

» A mi abuelo no lo conocí. Él murió, creo, en el 59 o 60. De hecho, ni siquiera mi madre conoció a mi abuelo. Cuando mis padres se casaron, nada más conoció a mi abuela María. Entonces, lo que yo conozco de mi abuelo es gracias a lo que mi papá me relataba. Se trata de una historia muy peculiar porque resulta ser que mi abuelo paterno era, ni más ni menos, que ¡el telegrafista de Viesca!

O sea, si comparamos aquel entonces con el 2021, pues mi abuelo hoy sería «el señor Internet». Él está presente de alguna manera en esta entrevista porque fue gracias al telégrafo como fue evolucionando esta tecnología de la comunicación. Al telegrafista, en esa época, el Gobierno le asignaba una casa especial. Entonces, todo el mundo sabía donde vivía el telegrafista y ese oficio tenía un importante estatus. ¿Recuerdas los telegramas que enviaban con un «Hola. Llegué. Adiós»? Así era el estilo. Muy breve y no por eso menos valioso.

Tanto así que no existía la figura de la «casa del presidente municipal», pero sí la «casa del telegrafista». ¡Y casado con mi abuela, siendo la profesora y después la directora de la única escuela de Viesca! Pues imagínate. Eran personas muy conocidas en el pueblo con una conducta intachable.

La muerte de mi abuelo fue determinante para mi abuela. Le llevó el luto hasta el último día de su vida. Era una señora bien vestida, siempre de un negro perpetuo al que fue sumando los lutos de otros miembros de su familia. Jamás usó pantalón. La falda negra llegó a convertirse en su rasgo característico. Lo complementaba con sus lentes con cadenita colgada al cuello, zapatitos bajos muy bien boleados, camisa clara y sus suéteres que eran los que sí cambiaban de color. No era de joyas ni de maquillajes. Un relojito en la mano derecha y punto.

Cómo fue, entonces, la cotidianidad de la profesora María una vez que enviudó.

» Ella nunca se volvió a casar. Se enfocó por completo tanto a la escuela como a su familia. Tuvo cuatro hijos. Fueron José Pedro, mi padre, que en paz descanse. Luego siguió Marcelina, es mi tía que vive en Houston. Después nació María de los Dolores, mi tía «La Nena», así le dicen. Radica en California, muy cerca de San Diego. Y el hijo menor fue mi tío Mario.

Hace algunos días, visité Viesca, Coahuila una vez más. Recorrí cada espacio del Jardín Etnobiológico del Semidesierto de Coahuila Doctor Gregorio Martínez Valdés y caminé por el área que llevará el nombre de tu abuela, el Salón de Usos Múltiples María Ignacia Martínez de Loza. ¿Qué te significa escuchar su nombre y el reconocimiento a su labor docente en este contexto?

» Me llena de orgullo. Estoy agradecido con el Rector de la Universidad Autónoma de Coahuila y con cada uno de los integrantes de su equipo de trabajo. Él está haciendo algo maravilloso para mí, y para tantas personas de mi familia, al perpetuar el legado de mi abuela, la señora María. Este reconocimiento me llena de felicidad. Ojalá nosotros, como portadores de las enseñanzas que nos prodigó al convivir con ella, podamos lograr, al menos, un diez por ciento de lo que ella heredó en vida a los viesquenses.

Mi hijo me ha acompañado a Viesca y se ha dado cuenta que es increíble la manera en que perdura el recuerdo de su bisabuela María. «¿Pues qué no murió ella hace mucho tiempo, papá? ¿Por qué se acuerdan tanto de mi bisabuela?», me pregunta. Y, sin dudar un solo instante, le contesto, «Pues porque ella era —y seguirá siendo— la gran señora Loza: profesora y directora de la querida primaria de Viesca, fiel impulsora del talento de sus estudiantes». E4

Columnista y promotora cultural independiente. Licenciada en comunicación por la Universidad Iberoamericana Torreón. Cuenta con una maestría en educación superior con especialidad en investigación cualitativa por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Doctoranda en investigación en procesos sociales por la Universidad Iberoamericana Torreón. Fue directora de los Institutos de Cultura de Gómez Palacio, Durango y Torreón, Coahuila. Co-creadora de la Cátedra José Hernández.

Deja un comentario