Desliz en Antigua

Andrés Manuel López Obrador rescató a Santiago Nieto del ostracismo como ha hecho con otros políticos castigados por los gobiernos precedentes. Desde la Fiscalía Especializada en Delitos Electorales (Fepade), que dirigió entre 2015 y 2017, Nieto le puso el cascabel al gato al caso que hoy tiene en prisión preventiva al exdirector de Pemex, Emilio Lozoya, por el escándalo Odebrecht. El Senado nombró al fiscal, pero el presidente Peña Nieto lo defenestró para proteger a Lozoya y ponerse él mismo a salvo de la investigación sobre la red de corrupción urdida por la multinacional brasileña en 10 países de América Latina, incluido el nuestro. El dueño de la compañía, Marcelo Odebrecht (condenado a 19 años de prisión), confesó haber sobornado a políticos mexicanos desde que Lozoya era coordinador de Vinculación Internacional de la campaña de Peña Nieto.

Santiago Nieto denunció también al exgobernador de Chihuahua, César Duarte, cuya extradición a México ya está en curso, por financiamiento ilegal al PRI. Después de su destitución, se integró al equipo del excandidato de Morena a la gubernatura de Puebla, Miguel Barbosa, quien impugnó el triunfo de Marta Érika Alonso (PAN) en los comicios de 2017. Sin éxito, pues el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación avaló el resultado. Nieto reapareció al lado de López Obrador dos meses antes de las elecciones de 2018, y en diciembre asumió la jefatura de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) de la Secretaría de Hacienda. Nieto congeló cuentas a los antes intocables Juan Collado, Alonso Ancira, Emilio Lozoya, Rosario Robles y Eduardo Medina, entre otros.

La renuncia de Nieto, por el escándalo de su boda con la consejera del INE, Carla Humphrey, en Antigua, Guatemala, debieron celebrarla tirios y troyanos. Fuera del Gobierno, por los poderosos cuyos intereses afectó; y dentro, por celos debido a su protagonismo. En efecto se trató de un asunto personal, como publica en su cuenta de Twitter, pero no transparente, pues realizar la ceremonia en otro país la cubrió de velos y sospechas. El problema no es la fiesta, sino la imprudencia. De uno de los invitados, por no declarar a las autoridades 35 mil dólares en efectivo —distribuidos en siete sobres—; y del novio, por la fastuosidad del evento y el número de invitados: 300, según las crónicas.

También hay morbo y exageración. Los contrayentes tienen trayectoria política y profesional y seguramente dinero suficiente para haberse costeado la boda a su gusto. Incluso las ha habido más onerosas y rumbosas. A ninguno se le acusa de desviar recursos del erario, pero olvidar que son figuras públicas los puso en un brete. El desliz de Nieto tuvo mayor impacto por su posición en un Gobierno que cada hora pregona la austeridad republicana y la honrada medianía juaristas. El error fue capitalizado por los adversarios de la Cuarta Transformación.

López Obrador no podía acudir al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas con ese lastre. El rapapolvo del presidente y la dimisión de Santiago Nieto —«para no afectar el proyecto»— debe servir de escarmiento. El quid no es si en el pasado la ostentación y el derroche se ocultaban y silenciaban, según afirma AMLO, sino de congruencia. Como la mujer del César, el Gobierno no solo debe ser honesto, sino parecerlo. Nieto dio otra imagen y pagó el despropósito. Pablo Gómez, su reemplazo en la UIF, es una mala noticia para Peña y sus secuaces.

Torreón, 1955. Se inició en los talleres de La Opinión y después recorrió el escalafón en la redacción del mismo diario. Corresponsal de Televisa y del periódico Uno más Uno (1974-81). Dirigió el programa “Última hora” en el Canal 2 de Torreón. Director del diario Noticias (1983-1988). De 1988 a 1993 fue director de Comunicación Social del gobierno del estado. Cofundador del catorcenario Espacio 4, en 1995. Ha publicado en Vanguardia y El Sol del Norte de Saltillo, La Opinión Milenio y Zócalo; y participa en el Canal 9 y en el Grupo Radio Estéreo Mayrán de Torreón. Es director de Espacio 4 desde 1998.

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