El drama de la libertad

Por sus características de agudeza y rectitud, el pensamiento filosófico no coincide estrictamente con la realidad real, sujeta siempre a las circunstancias que la construyen; tampoco coincide con las presiones que intentan modificarla y, menos aún, a la influencia de acción de los imponderables. Es, pues, inevitable tal discordancia.

Ya sea que surja de la filosofía, de la ciencia o de la religión, el pensamiento constituye un núcleo de verdad hecho a base de la lógica aristotélica más incontrovertible, de la razón kantiana más pura en los términos del filósofo alemán, y de las expectativas de esperanza más profundas basadas en la ética y en la moral emanadas de la teología más pura.

Pero la realidad es siempre un estatuto de existencia que no admite ningún coto; ella siempre termina por imponer su propio sello de lógica aunque construya el universo de lo más absurdo que pueda constatarse, de los intereses políticos más obscenos porque urden la trama de sociedades hechas a la medida, del universo de poder en donde el atropello al derecho de terceros es ley. Esa es la realidad, sin más.

Y si hablamos de realidad, debemos admitir que en México se ha elaborado una, con su propia lógica, en donde queda muy claro que el dinero, además de riqueza, genera una serie de virtudes sumamente cotizadas porque se relacionan directamente con el poder, la impunidad, la gracia, el perdón, la grandeza y la santidad, inclusive.

Una mirada cuidadosa a los grandes ricos del país resulta suficiente para corroborarlo. A ellos sus pesos les ha generado otro tipo de ganancia: poder, que deviene siempre en impunidad aunque hayan agotado el catálogo de crímenes que la más perversa de las mentalidades hubiera concebido jamás y que, con tanto dinero y poder, les genera gracia para alcanzar el perdón y construir una grandeza que desembocará siempre en santidad.

Pero también hay que mirar a los otros, a los que no tienen rostro y permanecen en el anonimato, pero que son los depositarios de todos los males puestos en práctica por los que han acumulado poder.

Si fuéramos más agudos en esta línea de argumentación tendríamos que exigir la urgente necesidad de un proyecto de humanidad realizado y promovido desde la cuarta transformación. Pero eso no lo verán jamás nuestros ojos porque, precisamente, la experiencia de inhumanidad y deshumanización han sido la respuesta a los problemas del país.

Enfrascados hoy en una borrachera electoral sin sentido, el asunto migrante supone un problema mucho más de fondo que los intereses de frontera; en realidad es una cuestión humana que exige la dinámica de un proyecto social que considere la liberación como meta para las personas que dejan sus lugares de origen.

Sin importar ideologías ni militancias partidistas, el gobierno de México debería imponerse como obligación luchar por construir una sociedad donde la libre realización de cada persona sea, a su vez, condición de la libre realización de la comunidad a fin de hacer realidad los valores de justicia y libertad de una sociedad movida por aspiraciones de igualdad, de justicia y libertad.

En el conjunto de acciones de esta autoridad gubernamental, impuestas como norma de práctica común, debiera ser, en efecto, la libertad de los ciudadanos, los suyos y los ajenos. De no ser así, se corre el riesgo de convertirse en una dictadura burocrática del partido gobernante que, por un sesgo ideológico, percibirá todo lo que se oponga a sus intereses como algo que carece de valor, incluida la libertad.

Si el migrante ha decidido abandonar su lugar de origen, se debe a que en su experiencia han perdido vigencia algunas aspiraciones como el desarrollo, la felicidad, la seguridad laboral o la certeza del futuro. Es decir, ya no son nada, por tanto, no hay significación que lo reintegre a la libertad para ser por lo que es necesario formularse otras metas entendidas como el esfuerzo hacia la construcción de una sociedad y un hombre nuevos..

Pero su formulación impacta en las decisiones de los gobiernos y exigen una atención equilibrada, mesurada y normada por la inteligencia.

A esa meta, aparentemente inaccesible, es a la que debiera aspirar el gobierno de México. Ese impulso creador debiera ser el gran motor que echara a andar las acciones del gobierno de la cuarta transformación. Y debiera serlo porque le es necesario al ser humano que padece, sufre y muere a lo largo de la frontera con Estados Unidos.

Sin embargo, acomodado en la realidad a modo de las mañaneras, el gobierno mexicano a través de su presidente nos deja ver cómo se regodea en la autocontemplación y el autohalago. En efecto, el presidente y su corte de siervos, mantienen el espejismo de otra realidad sostenida por otros datos, totalmente ajenos a los que tejen la trama de una realidad cotidiana llena de dramas y terrores para los migrantes que cruzan el territorio mexicano.

Por primera vez en su historia sus políticas de Estado convirtieron a México en un perseguidor implacable. Para granjearse la simpatía del gobierno gringo, a cambio de una limosna de vacunas contra el Coronavirus, México se muestra indiferente a la tragedia migrante.

En un vergonzoso episodio, tenemos por primera vez campos de concentración en territorio mexicano; se creó la Guardia Nacional para perseguir a los migrantes y la única respuesta del presidente es creer que el problema se resuelve con arbolitos. Vaya forma de abordar el problema.

No, el asunto migrante no es una cuestión de fronteras, de poder político o económico; es algo mucho más profundo: es una cuestión humana. Esta visión es importante porque, si es humana, entonces es sagrada.

Y sí, en efecto, la liberación humana posee aspectos de salvación divina. Vista así, es posible reformular los argumentos políticos, económicos y poder en torno a los migrantes y verlos como parte de la realización de la comunidad humana en el seno mismo de la comunión divina.

El gobierno de la Cuarta Transformación está lejos de pensar en el bienestar para todos, los mexicanos y los que no lo son y que por circunstancias geográficas se convierte en paso obligado de los que buscan mejores oportunidades de vida. Aunque a diario se promulgue este discurso desde Palacio Nacional, suena ahora vacío y falto de humanidad.

Su dimensión real puede encontrarse en el número de migrantes que mueren en México bajo la mirada indiferente de los que gobiernan.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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