La sucesión del gobernador 2023 entra en la órbita de la 4T; cambia el escenario

López Obrador y Miguel Riquelme dirimirán diferencias en las urnas. Emisarios de Manolo Jiménez recurren a Raúl Sifuentes para neutralizar a Ricardo Mejía. Jericó Abramo mantiene su campaña contra la cúpula y Javier Guerrero guarda un silencio inescrutable. El moreirato es el mayor lastre del partido gobernante

Jericó rompe el cerco; ya no tiene excusas: Jiménez

Riquelme y el frágil equilibrio político

La carrera por la gubernatura sigue la pauta de las elecciones previas: nombrar de antemano al candidato del PRI y sofocar cualquier intento de rebelión o competencia interna. El aparato se encarga del resto. Los aspirantes sacrificados reciben en compensación cargos públicos y sinecuras. Desde la alternancia, los presidentes cedieron a los gobernadores la facultad de elegir heredero. No todos lo consiguieron, pues la ciudadanía se manifestó en las urnas contra el continuismo y las oposiciones empezaron a ganar territorios. Esa circunstancia abrió la puerta al «feuderalismo». Liberados de la férula centralista y con los hilos del poder en un puño, los jefes políticos locales implantaron en sus estados la estructura presidencial anterior al cambio de partido en el Ejecutivo Federal (nula separación de poderes y falta de contrapesos para evitar el abuso de poder) y medir fuerzas con el presidente de turno a través de la Conago y de la Alianza Federalista.

Empero, el desgaste del modelo provoca malestar e impide la formación y renovación de cuadros. Coahuila acusó los primeros signos de agotamiento en la sucesión de 2017, cuando el PRI estuvo a punto de perder la gubernatura con el PAN. Otro factor que modifica el escenario de la sucesión del 2023 es la concentración del poder por parte de Andrés Manuel López Obrador. Como en tiempos de la presidencia imperial, AMLO decide quienes son los candidatos de Morena. De los 24 gobernadores elegidos entre 2018 y 2021, 18 son de Movimiento de Regeneración Nacional. La efectividad es del 75%. Para los comicios del 5 de junio próximo, Morena tiene seguros cuatro estados (Hidalgo, Oaxaca, Quintana Roo y Tamaulipas; los dos primeros en poder del PRI y el par restante en manos del PAN), de acuerdo con encuestas.

El destape de Manolo Jiménez (nieto del exlíder del PRI, Luis Horacio Salinas), lo hizo el gobernador Miguel Riquelme el año pasado en una cena con la oligarquía local, cuya influencia es creciente. (A escala nacional, la llegada de López Obrador a la presidencia rompió ese vínculo). La decisión no sorprendió a las oposiciones, pues Riquelme ya había placeado a Jiménez dentro y fuera del estado. El PAN obtuvo su máxima votación en 2017, pero en los últimos procesos Morena lo desplazó como segunda fuerza electoral en el estado.

En el escenario actual, lo más probable es que Acción Nacional se una al PRI y al PRD para afrontar a Morena en las elecciones de 2023, lo que cancelaría al partido albiazul cualquier posibilidad futura de ocupar la gubernatura. El rechazo del panismo tradicional y de un sector del electorado a una coalición de ese tipo tendría efecto en las urnas, pues, en caso de ganar, daría impunidad de por vida a los Moreira en temas sensibles como la megadeuda y las empresas fantasma. Riquelme promueve la candidatura de su delfín entre empresarios y exgobernadores.

El dominio sobre el Congreso, el Tribual de Justicia y la alianza con los poderes fácticos le han permitido a Riquelme mantener el control político del estado. La pregunta es si la maquinaria priista está suficientemente preparada y el Gobierno acorazado para enfrentar a Morena y al aparato de la Cuarta Transformación, volcados en Coahuila desde las elecciones revocatorias. El presidente López Obrador interviene sin disimulo en los procesos estatales y hace proselitismo en favor de sus candidatos. Los gobernadores han utilizado siempre los recursos a su alcance para ganar las elecciones. En Estados Unidos y otras democracias sucede lo mismo, pero la Ley lo permite. En México, teóricamente, está prohibido.

De poder a poder

La animadversión entre el gobernador Miguel Riquelme y el presidente Andrés Manuel López es recíproca. Bajo esa lógica, Coahuila se presenta como «víctima» de la Cuarta Transformación y de sus políticas «retrógradas». El cuestionamiento y la crítica por las acciones —acertadas o no— y omisiones de la Federación son permanentes. Si Coahuila se mantiene a flote es por obra del Gobierno del Estado, dice la narrativa oficial. López Obrador se ha referido al mandatario local y a su predecesor, Rubén Moreira, de manera tangencial. Sobre todo, después del referéndum revocatorio y de la Reforma Eléctrica contra los cuales Riquelme se opuso y en ese sentido votaron los diputados del PRI.

Sin embargo, el presidente no ha dejado de ser el hombre más poderoso del país, al contrario, AMLO lo ha vuelto a concentrar, y la fuerza de los gobernadores siempre será limitada. Encabezar Gobiernos divididos, y en algunos casos deslegitimados, obligó a Vicente Fox, Felipe Calderón y Peña Nieto no solo a ceder ante los jefes políticos estatales, sino también a hacer la vista gorda por actos de corrupción. La situación de López Obrador es diferente. Haber ganado con la mayor votación en la historia del país y dirigir sus políticas hacia los sectores más desprotegidos lo convierte en el mayor activo político de Morena, a pesar del fracaso de su Gobierno en temas prioritarios como la seguridad, la salud y la economía.

La elección de gobernador en Coahuila siempre había sido un asunto de carácter local. El PRI, en el poder desde 1929, participaba con todas las ventajas: Controlaba el presupuesto, al árbitro electoral, a las oposiciones y a sectores cada vez más amplios de la prensa. Algunos medios de comunicación pertenecen a políticos o los operan prestanombres y satélites del moreirato. David Aguillón dirige el periódico Capital, del Grupo Región, fundado por secuaces del expresidente Enrique Peña Nieto en Estado de México. Hoy los protagonistas de la sucesión son López Obrador y Miguel Riquelme. Esto favorecerá al candidato de Morena y elevará la presión sobre el aspirante del PRI, máxime porque en 2023 solo Coahuila y Estado de México elegirán gobernador.

Los comicios más competidos fueron en 2017. El moreirato significó un lastre para Riquelme por la deuda de 40 mil millones de pesos, la arrogancia, las matanzas en Allende y Piedras Negras, las desapariciones forzadas de hombres y mujeres y la violación sistemática de los derechos humanos. Guillermo Anaya, candidato del PAN, estuvo a menos de 40 mil votos de ganar. La alternancia la frustró el protagonismo de las oposiciones. De haber formado un frente como el que hoy negocian el PRI, PAN y PRD, algunos responsables del moreirazo estarían entre rejas. Así ha pasado en Nuevo León, Chihuahua y Veracruz, donde la alternancia rompió los diques de la impunidad.

Una vez en la órbita presidencial, la 4T ejercerá toda su fuerza de atracción en la sucesión. El diputado Fernández Noroña (PT) anticipó las derrotas del PRI en Coahuila y Estado de México. Las campañas ya iniciaron. Falta formalizar las candidaturas del PRI y de Morena, que, no por estar a la vista, son irrevocables. Como sucede a escala federal, en Coahuila se contrastarán dos modelos de estado. El del PRI y su eventual alianza con el PAN será por el continuismo. Morena impulsará un proyecto social, la cancelación de privilegios y la alternancia. Los trapos sucios del moreirato serán sacados al sol.

Bajo la sombra de la «M»

El tren de la sucesión atraviesa el túnel de la incertidumbre. El gobernador Miguel Riquelme preparó a Manolo Jiménez para sucederle, y Ricardo Mejía promueve su candidatura con el visto bueno del presidente Andrés Manuel López Obrador. La duda es si al salir del pasadizo el exalcalde de Saltillo y el subsecretario de Seguridad Pública mantienen sus posiciones o en el trayecto surgen sorpresas y las cosas cambian. Jiménez, secretario de Desarrollo Social, y Mejía están en campaña con la doble cachucha de aspirantes y funcionarios.

El proceso comicial iniciará en noviembre y junto con el gobernador se elegirán diputados. La sucesión corre por vías conocidas, pero, a diferencia de 2005, 2011 y 2017, cuando Humberto y Rubén Moreira y Miguel Riquelme no afrontaron oposición interna capaz de descarrillar el proyecto y vencieron todos los escollos para hacerse con el poder, hoy existe el riesgo de que los fantasmas del PRI le armen lazo. Dieciocho años de exclusión y control han erosionado al partido de los carros llenos. Entre los agraviados del moreirato priva un ánimo de venganza, cuyo catalizador, Ricardo Mejía, acompaña al presidente López Obrador en las mañaneras, cuando se tratan temas de seguridad.

Jiménez tampoco se despega de Riquelme. La «M» de Manolo, de Moreira y del programa «Mejora Coahuila» es la insignia de la campaña incipiente del delfín, cuyas incursiones en territorios de Morena (Acuña y la Región Carbonífera), según cuentan, han sido exitosas. El lema de Rubén fue «Más (Moreira) mejor (Coahuila)». Imaginación no falta. La «M», de Miguel, es marca y amuleto. Mientras Manolo recorre el estado, reparte sonrisas y publica condolencias, sus operadores urden alianzas entre bastidores. Para neutralizar a Mejía y a Jorge Luis Morán, exjefe de la Unidad de Inteligencia Financiera, recién ingresado a las filas de Morena, consultan a Raúl Sifuentes, el «burbujo» mayor.

En el interregno, Jericó Abramo avanza contra viento y marea. El diputado cruzó la línea de no retorno al rebelarse contra la imposición de Jiménez y denunciar a la «cúpula» por cerrar el proceso y no tomar en cuenta otras opciones. El PRI le ha aplicado la ley del hielo, pero Jericó mantiene canales de comunicación con la ciudadanía y sus simpatizantes a través de las redes sociales. Es un buen perfil, pero le faltan dos cosas para ser gobernador: un partido que lo nomine y ganar las elecciones. Si algo distingue al exalcalde saltillense es su tenacidad y capacidad de trabajo. El PRI no ha sopesado lo suficiente el daño que podría causarle si compite por otras siglas o apoya a un candidato de oposición.

Ricardo Mejía tiene un pie en la Subsecretaría de Seguridad Pública y otro en el estado. Sus giras por Coahuila empiezan a ser frecuentes. A diferencia de Abramo, quien, por cierto, también lleva la «M» en su segundo apellido (Masso), el lagunero ha ganado presencia mediática por su cercanía con el presidente y la expectativa de ser el candidato de Morena y el futuro gobernador. El silencio de Javier Guerrero, director de Operación y Evaluación del IMSS, la otra carta de Morena para la sucesión, es un misterio indescifrable. Lo suyo no es la víscera ni la estridencia, sino la estrategia, razón por la cual preocupa a unos y desconcierta a la mayoría. Es un activo valioso. Tirios y troyanos lo reconocen así. Mientras tanto, el tren se interna en el túnel de la sucesión. Cada día falta menos para ver la luz, poner nombre a las mantas y sonar las matracas. E4


Riquelme y el frágil equilibrio político

El gobernador ha logrado mantener el estado a flote a pesar del moreirazo, pero le falta superar la última prueba: ganar las elecciones

Adelantar el reloj sucesorio fue un movimiento audaz de Miguel Riquelme. Le permite proteger a su alfil y evadir el jaque. Sujetar la decisión al calendario electoral habría generado dudas y desbordamientos. El destape anticipado de Manolo Jiménez le concede ventaja, pues fija su nombre en el imaginario colectivo. Su posición en el gabinete lo conecta con los sectores social, económico y político y le asegura cobertura permanente en los medios de comunicación. Consciente de ese hándicap, el subsecretario de Seguridad Pública, Ricardo Mejía, le pidió al presidente López Obrador venir a Coahuila «a defender el proyecto» (Espacio4, 690).

El costo para Riquelme es que deberá dar un paso al costado para que su heredero potencial luzca, cuando, por costumbre y apego al poder, el gobernador de turno evitaba compartir reflectores antes de tiempo para no mostrarse débil. Conservar la gubernatura bien vale una misa. De las últimas tres sucesiones, la de 2017 resultó la más reñida. Los Moreira eliminaron o compraron a sus rivales del PRI. Riquelme afrontó a media docena de competidores, entre ellos la senadora Hilda Flores, el exalcalde de Saltillo Jericó Abramo, el secretario de Desarrollo Rural, Noé Garza, y el diputado Javier Guerrero, quien renunció al PRI y se postuló como candidato independiente.

El repudio al clan, Riquelme lo pagó en las urnas donde estuvo a punto de ser derrotado. Con un estado dividido y sin dinero para emprender grandes proyectos —a causa del moreirazo por 40 mil millones de pesos cuyo servicio cuesta más de cinco mil millones de pesos anuales—, el gobernador tendió puentes con los liderazgos y grupos perseguidos por los Moreira, reforzó pactos con el sector privado y hoy en día no ha sido piedra de escándalo. El Gobierno ha respondido con eficiencia a las limitaciones económicas y sacado provecho de coyunturas como la pandemia de COVID-19.

La participación de Coahuila en la ahora extinta Alianza Federalista —también coyuntural— le dio reflectores al gobernador. La actitud de Riquelme contra el presidente López Obrador satisface a unos sectores y preocupa a otros, pues no está exenta de riesgos. El lagunero sale bien calificado en las encuestas nacionales, lo cual no es garantía de nada. Humberto Moreira llegó a la presidencia nacional del PRI no por ser el mandatario local más popular y «confiable» del país, sino por sus servicios a Enrique Peña Nieto. Parte de la deuda pudo haber servido para financiar la campaña presidencial de 2012.

La prueba de fuego de Riquelme serán las elecciones del 4 de junio de 2023. Para superarla, el gobernador evitó la tentación de nombrar a un sucesor lagunero, aunque algunos todavía conservan la esperanza, y decantarse por un saltillense. El reto de Manolo Jiménez consiste en persuadir a La Laguna de ser la mejor alternativa. Torreón y los municipios de la comarca suelen votar contra el centralismo y los políticos de la capital. De allí han surgido los últimos candidatos de la oposición (Jorge Zermeño, Guillermo Anaya y Javier Guerrero) y Ricardo Mejía podría ser el próximo. Pero la baraja de Morena incluye al propio Guerrero y a Luis Fernando Salazar, cuyo barniz de hombre de pueblo lo refuta su residencia en uno de los sectores exclusivos de Torreón. «El dinero para al correr al pasar por muchos lodazales», nos recuerda Jacinto Benavente. E4


Jericó rompe el cerco; ya no tiene excusas: Jiménez

Forzado por la presión de Abramo y su rechazo a una imposición cupular, el PRI elegirá candidato al Gobierno en una consulta a la militancia

La sucesión del gobernador de 2023 guarda similitudes con la de 1999. Un perfil popular (Enrique Martínez), saltado en la elección previa por una decisión cupular y un candidato sin arraigo (Rogelio Montemayor), sopesa su postulación fuera del PRI por el riesgo de que el gobernador de turno nombre sucesor (José María Ramón), fuerza la primera consulta a la militancia, gana con holgura y arrasa en las elecciones. En una tesitura parecida, Jericó Abramo obligó al PRI a abrir el proceso de selección tras denunciar la imposición del secretario de Desarrollo Social, Manolo Jiménez, y amagar con pasarse a otro partido.

La contracampaña del diputado federal en medios de comunicación y en redes sociales surtió efecto. El 9 de mayo, el presidente del comité estatal del PRI, Rodrigo Fuentes, declaró que la candidatura se resolverá en una consulta abierta. «El nominado —dijo— puede ser hombre o mujer». «La fórmula acabará con las excusas», recriminó Jiménez. Abramo se atribuyó el mérito de cambiar la decisión del candidato único, tomada en favor de su excompañero de gabinete. Una semana antes, en uno de los mensajes habituales donde informa de su trabajo en el Congreso «para que le vaya mejor a Coahuila», volvió a la carga: «Lamentablemente, desde la cúpula ya tienen decidido que haya un candidato oficial en el PRI».

»—Ese candidato oficial —acusó— se mueve siendo secretario del estado y lo apoyan con todo el recurso público. Nosotros andamos de nuestra bolsa (en ese momento da palmadas en el bolsillo, donde, se supone, lleva la cartera), caminando, cumpliendo compromisos y haciendo lo que podemos con lo que tenemos, con la ayuda de muchas amigas y amigos que se solidarizan para apoyar a niños y a niñas, para llevar apoyos médicos a diferentes colonias de nuestro estado. Lo estamos haciendo con pasión y compromiso (aquí se toca el pecho a la altura del corazón). Nosotros sí conocemos Coahuila (Jiménez, ¿no?) y no necesitamos del apoyo de la cúpula para salir adelante. Abran el proceso, no tengan miedo. Yo sí conozco Coahuila y sé que podemos gobernar… para que le vaya mejor a todos. En este equipo caben todos. No como el otro, que ya está todo lleno».

Minutos después de anunciar Fuentes la elección abierta para nombrar candidato, Abramo fijó postura. «Falta ver, después de esta declaración que realizó en la calle el presidente del comité estatal del PRI, el método (…), la forma que se llevará a cabo este proceso de selección y en qué tiempo. Es importante que esto quede muy claro para poder tener la legitimidad (…), para poder tener la transparencia del costo (…), y lo más importante, para que no quede duda (…) que se tuvo en cuenta el voto democrático de todos los ciudadanos que se interesen en participar. Veamos el método (…), estoy listo para sentarnos a la mesa y platicar sobre el mejor rumbo del partido. Que no triunfen las imposiciones, que triunfe la democracia».

En todo esto hay mensajes cifrados, amago y contradicciones. Según Fuentes, el género del candidato se conocerá en las urnas. La única aspirante mujer visible es la senadora Verónica Martínez, del grupo del gobernador Miguel Riquelme. Sin embargo, los diputados del PRI aprobaron el año pasado una reforma para asegurar que la nominación recaiga en un varón (Jiménez). ¿Piensa el PRI ganar con Martínez si suma fuerzas con el PAN y el PRD? El recado del secretario de Desarrollo Social a Jericó es que perderá la consulta. Abramo condiciona su participación al método, para no legitimar una imposición disfrazada. Jiménez —asegura— no tiene margen de negociación, pues ya repartió todos los cargos y tiene compromisos con medio mundo.

Jericó ganó una batalla importante, pero no la guerra. Lo sabe y lo dice su discurso. El nuevo escenario es propicio para un tercero en discordia. ¿Hombre? ¿Mujer? La sucesión se adentra cada vez más en el túnel de la incertidumbre. E4

Torreón, 1955. Se inició en los talleres de La Opinión y después recorrió el escalafón en la redacción del mismo diario. Corresponsal de Televisa y del periódico Uno más Uno (1974-81). Dirigió el programa “Última hora” en el Canal 2 de Torreón. Director del diario Noticias (1983-1988). De 1988 a 1993 fue director de Comunicación Social del gobierno del estado. Cofundador del catorcenario Espacio 4, en 1995. Ha publicado en Vanguardia y El Sol del Norte de Saltillo, La Opinión Milenio y Zócalo; y participa en el Canal 9 y en el Grupo Radio Estéreo Mayrán de Torreón. Es director de Espacio 4 desde 1998.

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