La otra pobreza

Mientras todos se ocupan en asuntos de continuidad política, en particular la continuidad política del partido del presidente, nadie se preocupa de la debacle que tenemos encima por cuestiones de pobreza, visible en cada acto cotidiano en la vida de la ciudadanía.

Alguien medianamente ilustrado sabe con certeza que este fenómeno se combate distribuyendo de manera más equitativa los bienes disponibles y, mejor aún, aumentarlos.

Pero los distintos Gobiernos que han pasado por la historia mexicana no han sido capaces de resolver ninguna de los dos cuestiones. Todos han inclinado la balanza en favor de programas asistenciales que no resuelven la urgencia inmediata y, en cambio, terminan por complicar el trabajo posterior en ese ámbito.

Y no se trata de decir que las acciones asistenciales carezcan de sentido y utilidad. Nada de eso, es sólo que esas medidas se quedan cortas porque únicamente se proponen paliar los efectos de la pobreza sin profundizar en las causas que la originan. Son, pues, remiendos, necesarios, si se quiere, pero remiendos, al fin y al cabo.

Hasta el político de poca monta sabe que las tareas asistenciales, por sí solas, resultan siempre inútiles porque son un círculo vicioso que no termina nunca. Para los políticos de buena fe (algunos pocos, que sí los hay) resultan, además de inútiles, sumamente descorazonadoras porque, al final, no resuelven nada.

Los griegos tenían un mito que explicaría muy bien esta práctica de la política mexicana. Todas estas medidas son como Sísifo padeciendo cada su tragedia de subir y bajar todos los días cargando una roca hasta la cumbre de la montaña desde donde, inevitablemente, volvía a caer por su propio peso hasta el fondo y entonces había que volver a empezar la tortura convertida ya en desgracia.

Así ocurre en México con esta mala práctica de soluciones rápidas pero que son un fracaso en realidad. Habría que intentar otras medidas, quizá pensar que sólo es posible poner fin a esa dependencia, tan desalentadora como humillante, uniendo a las acciones asistenciales otras de promoción que desemboquen en una futura autonomía de los sujetos «beneficiados» con tales programas.

Las sociedades modernas son constructos donde las relaciones de suma complejidad, sobre todo entre la actividad económica de los individuos, razón por la cual la lucha contra la pobreza mantiene otros niveles de exigencia, por ejemplo, no sólo capacitar a individuos aislados sino, cambiar de fondo las estructuras socioeconómicas injustas.

Este deslinde es importante porque permite ver con claridad el escenario que tiene como trasfondo la pobreza. A partir de esa visión se puede aprecias que la asistencia se preocupa de paliar los efectos de ella, pero sin atender las causas que la originan, y que concibe la pobreza como una cuestión del individuo. Por su parte la estructura se preocupa de aquellas causas de la pobreza que no radican en el individuo, sino en la sociedad entera.

Pero los políticos que se sienten llamados para una transformación de fondo en el país pervierten el sentido solidarios de la asistencia social. En realidad, las utilizan como un intento facilón de poner sordina al clamor de los pobres.

La 4T, vigencia política de hoy, la utiliza como recurso de salvaguarda al individualizar el carácter de la pobreza relegando a las instituciones de carácter asistencial para que sean éstas las primeras en denunciar públicamente las injusticias que alimentan la pobreza y reivindicar los derechos ciudadanos a quienes sirven. Hoy ese papel lo desempeña el ejército.

El resultado es una politización de la asistencia pues el temor de la gente a perder subvenciones del Gobierno, evitan planteamientos críticos que permiten guardar silencio con buena conciencia, aunque el silencio supone una colaboración con la injusticia que anula toda posibilidad de llevar a cabo cualquier tarea de concientización social. Pero es una medida pensada para un mejor control de potenciales colaboradores con el poder.

Es decir, es una política de Estado, que ha puesto las obras asistenciales al servicio de un proselitismo denigrante que ha convertido a la gente en mendigos profesionales, es decir, el Gobierno ha profesionalizado la pobreza.

La cuestión no es que el Gobierno distribuya pródigamente recursos económicos; sus políticas públicas debieran estar en el orden de búsqueda de promoción social y que la asistencia sólo sea provisional. Es decir, hay que ofrecer a la gente un mínimo de posibilidades para sean capaces de valerse por sí mismas sin anular su desarrollo.

Esto quiere decir que el Gobierno tendría que establecer políticas públicas que dieran una capacitación laboral a los individuos, pero también la posibilidad de desarrollar actitudes nuevas ante la sociedad.

Como dije antes, es necesarios cambiar estructuras. Si bien es cierto que nadie tiene medidas globales de solución, también lo es que pueden existir reformas parciales. Por ejemplo, mejora de las leyes laborales, la extensión de la seguridad social a todos los ciudadanos, el establecimiento de una renta mínima.

A pesar de que la credibilidad de los políticos es muy baja, no cabe duda de que el ejercicio del poder ofrece a todos aquellos que lo ejercen con auténtico espíritu de servicio, una ocasión privilegiada para defender a los pobres. Se necesita, entonces, el fomento de vocaciones políticas en donde haya una preocupación genuina, sin retórica de por medio, por los semejantes.

Bueno, me he enfrascado en esta larga argumentación, porque María de la Luz, una vecina de mi barrio, es beneficiaria de los programas asistenciales de la administración actual. Cada vez que le «toca», va por su pensión de sesenta y cinco y más. Después de hacer largas filas y hacer un recorrido de horas para llegar la ventanilla recoge su cheque vuelve a su casa con una casi sonrisa en sus labios.

Probablemente sea feliz. Tiene su dinero, pero su mente no le da para entender las razones por las que, cuando va al Seguro Social, regresa con el rostro desencajado porque no hay medicinas y ninguna autoridad le ha dado explicación de por qué su hijo, desaparecido hace cuatro años, no aparece ni entre los muertos que los colectivos de búsqueda encuentran muchas veces.

Quizá tampoco se explica, o a lo mejor ni siquiera está en su conciencia, por qué las masacres como la de Guerrero, por qué el ejército espía, por qué renuncia la secretaria de economía, por qué…

Esa es la otra pobreza que debería combatirse, sin dejar de lado las que se fundan en factores de mera economía, porque esa nos vuelve más vulnerables frente a los políticos perversos que ejercen su poder desde un Estado perverso.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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