Sobre la amistad

Siempre a la derecha del amor, la amistad ocupa un lugar importante en las relaciones de los seres humanos y la podemos encontrar en el vecino, el compañero de trabajo o la pareja que nos espera en casa

A veces me he sentido perdido, a veces he tenido certeza, la vida se revela misteriosa en su devenir con cada salida del sol y con cada luna nueva.

A los cuarenta y cinco años las cosas se ven diferentes, me aterra el dicho lapidario de Diego Fernández de Cevallos cuando decía que en el PAN se transitaba rápidamente de joven promesa a viejo pendejo, yo creo que el dicho de ese viejo barbón aplica a todo México.

De lo que se trata es que esa joven promesa se logre, se cumpla.

Creo que estamos hechos de la misma materia de la que están hechos los sueños, y al crecer vemos que muchos de esos no se cumplen, como en mi caso convertirme en el maravilloso hombre araña o ser el mejor presidente de México.

Pero algunos otros sí y se desvelan poco a poco y para nuestra fortuna, sin mucho de nuestro control.

Creo que nadie despierta con ganas de terminar el día siendo una peor versión de quien es.

Hace tiempo una excompañera de oficina me quiso lastimar con una pregunta que me ha servido mucho, no sin carga de dolor, debo admitirlo, me dijo con sorna: Jorge, ¿si tienes amigos?

La palabra amigo viene de amistad y la amistad es una de las formas del amor.

Muchas veces, un amigo no lo es tanto, duele aceptarlo, pero el dolor termina cuando se comprende que la expectativa impuesta era injusta tanto para el amigo como para uno mismo.

Otras veces nos privamos de encontrar en nuestro espacio de trabajo la oportunidad de convertirnos en amigos.

¡Y buenos amigos!

A veces nos olvidamos de que nuestra pareja es nuestra amiga.

No debemos (nos enseñan) ser amigos de nuestros hijos.

Creo que traemos todo alrevesado.

Cuando brindamos, justo antes de beber veneno decimos: «¡Salud!».

Cuando nos hacen la pregunta: ¿cómo estás? por lo regular contestamos: «bien» aunque no sea cierto.

Si hemos crecido en un círculo de amistades que han encontrado en el beber la constante para convivir, cuando alguno deja de hacerlo (o lo intenta) casi en automático es excluido de invitaciones, planes o interacciones.

Creo que vibramos bajito gracias al crónico estado de intoxicación semanal que no le da tiempo a nuestro cuerpo, a nuestra mente para desinflamarse.

No vemos que la vida moderna, como se plantea, está diseñada para atrofiarnos, para tenernos fuera de la naturaleza.

No caminamos en la tierra, estamos alejados de la naturaleza, ya no escuchamos a los árboles y hemos logrado matar a las abejas, la comarca se llena de olores espantosos y nauseabundos que vienen de la industria, de aquí mismo donde vivimos, comemos, dormimos y morimos.

Descalzarnos, abrazar a un árbol como también a otro ser vivo, ver menos al espejo y buscar el verdadero reflejo en los ojos del otro, sentarnos en el piso, colgarnos siempre que podamos, reír más, caminar en vez de trasladarnos, gritar y aullar en el amanecer o en la oscuridad del semidesierto, descansar la vista en lo lejos y para no atrofiarla con tanto cerca, olvidarnos del celular, acordarnos de que fuimos (y somos) niños, despertar adoloridos por haber corrido y no del alma por haber bebido, dormir por la noche, trabajar durante el día, agradecer por amanecer y anhelar por el descanso.

Todo eso lo olvidamos.

Hicimos de la noche, que sirve para el descanso un escenario de cacería.

Me he sentido perdido a veces en la vida, pero no ahora.

No hoy en día.

Ayer no estaba preparado, ahora lo estoy.

Dicen que nadie cambia en verdad, yo no quiero ser la excepción, sigo siendo el mismo, pero mejor afinado, unificado, estructurado, organizado y enfocado.

Cuando me hicieron esa pregunta con el deseo de lastimarme me dolió el hecho de estar lejos de algunos de mis amigos, pero aprendí que la vida se trata de eso, de hacer amigos.

Para mis amigos mi amistad, yo he querido ser amigo.

Para quienes no lo son o no desean serlo:

cultivo la rosa blanca,

en julio como en enero.

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